A riesgo de ganarme un abucheo, como bromeaba don Percival, le doy la razón en que darle un valor económico a las decisiones es un mecanismo muy valiosos para que las diversas preferencias de la población se ajusten entre sí. Es más, si no se hace, corremos el riesgo de convertir la participación ciudadana en una carta a los Reyes Magos en el que se toman decisiones sin conocer sus costes.
Es el caso de California, donde se someten a votación no pocas propuestas que han aprobando subidas de gastos, bajadas de impuestos y no siempre para el beneficio común, llevando al estado a la ruina y haciendo que miles de empresas de alta tecnología prefieran la estabilidad presupuestaria de Texas, el nuevo Silicon Valley. ¿La única rebaja de gasto público aprobada por los ciudadanos? Rebajar el sueldo a los políticos.
Evidentemente, eso pasa porque el coste de esas decisiones se echan al bolsillo del resto, y encima a futuro. Otro gallo cantaría si hubiera que pagar individualmente. Y es que cambia mucho preguntar "¿quieres que soterremos la M30?" que "¿aceptas pagar una derrama de 3.000€ para soterrar la M30?".
Sin embargo, tal y como advierte Pablo Soto, el riesgo de convertir la ecuación "un ciudadano=un voto" en "un euro=un voto" es obvio. ¿Cómo resolver esta injusticia sin renunciar al valioso mecanismo de la información que nos da ponerle valor económico a las preferencias de los ciudadanos?
Hay dos ejemplos, y los dos tienen que ver con bicis.