La propuesta puede sonar subversiva, porque lo es: La congestión es la solución
Una de las soluciones. La principal. Pretender que la gente deje de usar el coche en nuestras ciudades de manera injustificada es una labor que no se hace sino demostrando lo inútil que es. Si este es el fin, los medios no pueden ser otros que aquellos que consigan un nivel deseable de congestión en las principales vías urbanas. Siempre.
Un poquito de colesterol en el aparato circulatorio que obstruya un poco las venas de nuestras ciudades y un poco más las arterias. Sin llegar a infartarlo, pero ahogándolo lo suficiente para que no pueda desarrollarse.
¿Cómo?
La dieta es clara: estrechando las principales vías, reduciendo carriles de circulación, restando espacios de aparcamiento, ralentizando la velocidad de tránsito, haciendo recorridos sinuosos, poniendo dificultades. Acabando con las autopistas urbanas, las semaforizaciones a 50 kms/hora y los megaparkings en los principales centros de atracción de viajes. Y cobrando por circular y por aparcar. Y haciendo todo lo contrario para, en este orden, peatones, bicicletas y transporte público. Para ellos la prioridad, las líneas rectas, las velocidades constantes, los aparcamientos, en definitiva, las facilidades de circulación.
Así y sólo así podremos disuadir a muchos del uso intensivo del automóvil. Y cuando consigamos que algunos se apeen de sus vehículos motorizados individuales, entonces volveremos a apretar el torniquete.
Olvidémonos de aquel argumento de la movilidad sostenible que decía que ésta reducía la congestión. La congestión es buena, es necesaria, es imprescindible, es la enfermedad congénita de la movilidad y es la única que la puede combatir y acabar con ella. La movilidad es el problema, la congestión es la solución.
Fuente: bicicletasciudadesviajes.blogspot.com