jueves, 11 de junio de 2020

El ecosistema activista de Madrid

Escrito por John Fairton

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Cuanto más grande es un colectivo de activistas, más probable es que haya una variedad tal de opiniones que hagan inviable la acción. Llegado a ese momento, el activismo o se paraliza y muere o se divide en diversas facciones con visiones en apariencia incompatibles entre sí.

Cada una de estas nuevas facciones trata de ocupar todo el espacio de representatividad frente a la administración y los ciudadanos, dando lugar a una competencia darwiniana entre sí para tratar de sobrevivir. Esta lucha usa todos los recursos propios de las especies: tratar de ganar por número, atacar al oponente, tratar de ocultarse o buscar alianzas en terceros.

Cuando este juego se repite el suficiente número de veces se da un fenómeno curioso: cada nueva facción se va especializando en función de las fortalezas de quienes componen el grupo, y la competencia por abarcar los mismos contenidos se reduce, quedando las luchas limitadas a los territorios fronterizos en los que un mismo campo puede tener dos visiones distintas.

Aunque a veces pueda parecer que esta fragmentación y luchas internas debilitan al activismo, lo cierto es que a medio plazo se genera un ecosistema de grupos que pueden ocuparse mejor de las acciones que mejor saben hacer, siendo así más eficientes que cuando eran un único grupo que trataba de abarcarlo todo. Pero el conjunto del ecosistema sigue abarcándolo todo y ahora es más capaz.




Un ejemplo bueno es el activismo ciclista de Madrid. Dividido en varias facciones según ha ido creciendo el número de ciclistas, cada colectivo se ha ido especializando en campos que rara vez coinciden. Pero cuando se ve todo en conjunto vemos que ahora mismo casi todos los frentes del activismo ciclista posible están cubiertos gracias a esa diversidad de visiones que aporta la división.

Los conflictos se dan en las zonas fronterizas (el más conocido, la integración de la bici en el tráfico y la apuesta por una red segregada urbana), mientras que en otras zonas se produce un trabajo mucho más específico que puede abarcar más allá que cuando estos temas los gestionaba una sola entidad. Si dos entidades están trabajando en lo mismo y no hay conflicto es porque al menos una de ellas todavía no se ha metido en ese territorio con suficiente fuerza para entrar en competencia (el caso de los caminos escolares, en el que Pedalibre lleva mucho más avanzado que la Alcaldía de la Bici, recién llegada).

En esta visión de ecología social, la competencia por los territorios fronterizos estarían ayudando a que las asociaciones se vuelvan más fuertes para tratar de ganarle territorio al otro. Pero a la larga, esa fortaleza adquirida por la lucha de esas zonas en conflicto se traslada a otros ámbitos, ya que las asociaciones se han vuelto más capaces y con más recursos.

Un caso claro ha sido la acción del Carril-Bici Castellana, que en 3-4 años de competencia por ganar terreno frente a una creciente influencia de la apuesta de la facción de Madrid Ciclista por la circulación compartida, ha logrado un Plan Director y una aprobación por unanimidad en el Ayuntamiento para llevar a cabo el proyecto, algo que en 30 años de activismo "unitario" no se había logrado conseguir.

Evidentemente para los actores que están metidos en la batalla la falta de unidad es molesta, como para las hormigas negras que compiten contra las rojas. Pero es esa batalla la que al final acaba haciendo que la especie sobreviva, mejore, se haga más fuerte y consiga alcanzar objetivos, tanto en la naturaleza como en el activisimo.

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