Escrito el 12 de septiembre por Edgar Atkins

Como le ocurrirá a la inmensa mayoría de los ciclistas que transitan por Madrid, me preocupa en general la seguridad de quienes montamos en bicicleta y, en particular, (egoístamente, ¡qué le vamos a hacer!), la mía. Tomo medidas, por supuesto: procuro hacerme visible por todos los medios –reflectantes, alguna prenda amarilla, luces siempre encendidas- y cumplir las normas de tráfico, intento no caer en la tentación de los motoristas de introducirme entre coches, me paro en los semáforos detrás de quien corresponda para que me vea tanto el de delante como el de detrás, quiero ser previsible y hacer señales de los giros que voy a realizar, miro con complicidad al conductor que me toca al lado para que me vea y sepa que existo y me respete… en fin, acato las reglas y utilizo el sentido común para evitar accidentes, incidentes y situaciones desagradables.
A pesar de todo raro es el día en que, cuando llego a mi destino y hago balance del recorrido, no recuerde alguna situación de peligro generada por un peatón que cruzó sin mirar, una puerta de un coche aparcado que se abrió bruscamente a mi paso, un conductor indignado que me adelantó con un acelerón para girar inmediatamente a la derecha cortando mi trayectoria u otro que me pitó, pasó rozándome o se saltó un semáforo. Esos momentos de cierto riesgo –tampoco quiero exagerar- no me van a disuadir del empleo de la bicicleta porque ya forma parte de mi vida y no podría renunciar a ella pero las situaciones incómodas existen y se producen casi a diario.
¿Cómo mejorar nuestra seguridad? La pregunta no tiene una respuesta fácil y será sin duda la combinación de muchos factores la que contribuya a mejorar sustancialmente la situación. En todo caso, parece urgente sensibilizar a los conductores de que hay que cumplir las normas
(esto incluye a los ciclistas, es decir, nos incluye a todos nosotros, lectores de este blog) y, en especial, a los conductores motorizados de que una imprudencia puede acabar con algún ciclista en el hospital.
Ahora bien, los corazones no se ablandan apelando solo a los buenos sentimientos. Mejorar el comportamiento de los ciudadanos, modificarlo es difícil pero no imposible y se consigue de diversas maneras: haciendo gala de un respeto exquisito respecto de quienes actúan de manera distinta a la nuestra; siguiendo las buenas prácticas de los otros por lo que tienen de ejemplo cívico digno de imitar; y, en último término, como razonaba Hobbes
-el conductor motorizado es un lobo para el ciclista...-, mediante la amenaza de la imposición de sanciones y del uso de la fuerza como recurso extremo para garantizar la paz y el orden social.
Respetar al eslabón más débil en la cadena de tráfico –los ciclistas- y lograr que cada vez más ciudadanos pasen a convertirse en conductores no motorizados significa normalizar de una vez por todas la bicicleta en Madrid, una ciudad sobre la que pesa un maldición bíblica en todo lo relacionado con la bicicleta («hay muchas cuestas», «hace mucho calor», «van muy lentos y entorpecen el tráfico», «en Amsterdam sí, claro, pero Madrid no está preparada para esto»…).
En este sentido, dándole alguna que otra vuelta al asunto, he llegado a la conclusión de que la policía puede hacer mucho más de lo que hace para que la bicicleta sea un medio de transporte ordinario, como otro cualquiera, en la capital de España.