El día 4 de abril de 1910, el rey Alfonso XIII golpeó con la piqueta el primer edificio que se iba a derribar para poner en marcha las obras de la Gran Vía, una avenida llamada a convertirse en una de las calles más representativas y concurridas de la ciudad, no sólo desde el punto de vista urbanístico, sino también por su valor social, comercial, económico y cultural.
Ese día, el alcalde de Madrid, José Francos Rodríguez decía en su discurso: “El Ayuntamiento de Madrid está decidido a acometer grandes empresas y grandes obras”. No se equivocaba mucho.
La idea de construir una gran avenida en el centro de la ciudad surgió en 1861, pero el primer proyecto, firmado por Carlos Velasco, fue desechado en 1886. Años después, los arquitectos municipales José López Salaberry y Francisco Octavio Palacios, recibieron el encargo de elaborar un nuevo proyecto, aprobado en 1904. En él se diseñó una Gran Vía uniendo la calle Alcalá y la plaza de San Marcial (hoy plaza de España), que empezó a construirse en 1910 y se dio por terminada en 1927.
Desde la primera idea pasaron más de 40 años hasta que se aprobó el proyecto, 6 años hasta que pudieron empezar las obras, y 17 años más tardó en construirse. Se tuvieron que derribar cientos de viviendas, hacer desaparecer manzanas enteras, y se causaron muchas molestias a los vecinos de la zona. No fue una tarea fácil, muchos dudaban de su viabilidad, y durante esos años fueron muchas las quejas de los madrileños contra el alcalde de Madrid y contra el Rey.
El tramo más complicado de realizar fue el de la plaza del Callao a la plaza de San Marcial. No había ninguna calle que sirviera de guía, por lo que hizo falta realizar muchos desmontes y muchas expropiaciones para derribar las viviendas. La oposición vecinal fue muy dura. El dinero fue uno de los escollos de esta operación urbanística, no sólo por lo que costaba llevarla adelante, sino también por los costes de estas expropiaciones.