
La multiplicación del uso de la bicicleta se ha acompañado en numerosas ciudades de
fricciones entre ciclistas y viandantes, sobre todo como consecuencia de la
invasión mutua de sus espacios reservados: el uso de las aceras por parte de los ciclistas y el uso de las vías ciclistas por parte de los viandantes.
Esta confrontación debe ser analizada a fondo con el fin de establecer caminos que garanticen la alianza entre dos formas de locomoción con intereses y objetivos comunes, aunque con necesidades espaciales, velocidades y pautas de desplazamiento diferentes. Por resumirlo en una frase,
la bicicleta debe ser considerada en esencia como un vehículo que circula, con vocación de utilizar las calzadas junto al resto de los motorizados, en los espacios urbanos, mientras que los viandantes transitan y están en un espacio que, mayoritariamente, debe ser segregado para ellos, salvo en condiciones muy restrictivas de velocidad de los vehículos.
Rastreando los conflictos detectados se pueden encontrar varias causas políticas, normativas, culturales y técnicas. La más obvia, pero a veces más olvidada, es que se está muchas veces ofreciendo
un lugar para la bicicleta a partir del espacio peatonal, en vez de obtenerlo de la calzada o la banda de aparcamiento.