Artículo enviado por juanma_pájara
Hace unos días leí este artículo de Feargus O’Sulllivan en Citylab sobre el impacto que el aumento de bicis de carga están teniendo en Holanda (aquí podéis leer la traducción del artículo). Me pareció muy interesante porque habla claramente de un problema que normalmente obviamos cuando oímos hablar de la excelencia ciclista de los Países Bajos: la congestión. En esta foto podemos ver un atasco de bicis en Utrecht mientras los coches campan a sus anchas por la calzada.

Fotografía de Paul Van Den Akker
La segregación ciclista implica necesariamente cambiar el reparto del espacio. Dependiendo de a costa de quién se haga, estaremos perjudicando a unos u otros actores de la movilidad, bien a los peatones -tendencia que parece desterrada por ahora, aunque tampoco se actúe decididamente contra ella- bien a otros vehículos, como en las calles Toledo, Gran vía de Hortaleza o Aquitania de Madrid, desde donde escribo.
En ciudades como la mía, carecemos de la omnipresencia de infraestructura de Holanda. Tampoco hay un uso masivo de la bicicleta como medio de transporte, como sucede allí y en otros países europeos. Ambos elementos están relacionados, como es lógico. Durante muchos años se nos ha dicho que el uso masivo era una consecuencia de la infraestructura y esperando a esa infraestructura benefactora ha seguido nuestro subdesarrollo ciclista.
Hace unos días leí este artículo de Feargus O’Sulllivan en Citylab sobre el impacto que el aumento de bicis de carga están teniendo en Holanda (aquí podéis leer la traducción del artículo). Me pareció muy interesante porque habla claramente de un problema que normalmente obviamos cuando oímos hablar de la excelencia ciclista de los Países Bajos: la congestión. En esta foto podemos ver un atasco de bicis en Utrecht mientras los coches campan a sus anchas por la calzada.

Fotografía de Paul Van Den Akker
La segregación ciclista implica necesariamente cambiar el reparto del espacio. Dependiendo de a costa de quién se haga, estaremos perjudicando a unos u otros actores de la movilidad, bien a los peatones -tendencia que parece desterrada por ahora, aunque tampoco se actúe decididamente contra ella- bien a otros vehículos, como en las calles Toledo, Gran vía de Hortaleza o Aquitania de Madrid, desde donde escribo.
En ciudades como la mía, carecemos de la omnipresencia de infraestructura de Holanda. Tampoco hay un uso masivo de la bicicleta como medio de transporte, como sucede allí y en otros países europeos. Ambos elementos están relacionados, como es lógico. Durante muchos años se nos ha dicho que el uso masivo era una consecuencia de la infraestructura y esperando a esa infraestructura benefactora ha seguido nuestro subdesarrollo ciclista.