La convivencia en un mismo espacio entre ciclistas y caminantes genera fricciones
Escrito por Carmelo Encinas para elpais.comLa Dirección General de Tráfico le está dando vueltas a un nuevo reglamento para que las bicis puedan circular por las aceras. Lo que pretende, en realidad, es otorgar carta de naturaleza a un fenómeno que de manera efectiva se viene produciendo progresivamente en los últimos años gracias a la ambigüedad de las ordenanzas municipales y a la permisividad de sus agentes con la invasión de un espacio legalmente reservado para los peatones. La DGT justifica esa modificación por la necesidad de fomentar el uso de la bicicleta, no ya como medio de transporte alternativo, sino preferente. De esta forma se permitirá que las bicis puedan circular por aceras de más de tres metros siempre que lo hagan a más de un metro de la fachada, y además podrán hacerlo por el medio de la calle. Tal y como pinta, ese reglamento equipara al ciclista con el peatón, dejando a este último en mayor indefensión aún que la que sufren los ciclistas con respecto al automóvil en las calzadas.
Un peatón camina a poco más de cuatro kilómetros por hora, mientras que la bicicleta rueda a unos 15. Estas son velocidades medias que apenas aumentan en el caso de los viandantes, pero que, en el de los ciclistas, pueden plantarse en los 30 kilómetros por hora a poco que ayude la inclinación del terreno o las condiciones físicas y la temeridad del que pedalea. No es algo excepcional, pero aunque hay ciclistas que ruedan por las aceras de forma prudente y pausada para no causar el menor problema al peatón, lo cierto es que cada vez son más los que van a la carrera sorteando a la gente y creando un riesgo y una sensación de inseguridad inadmisible.