Historia de un timo hediondo
La mayoría de los redactores de este blog nacimos en una época en la que todas las cosas eran tales, más allá de su calidad o de la cantidad de ellas que poseyeran o a las que tuvieran acceso nuestras familias. Eran cosas que funcionaban durante años y de manera directamente relacionada con sus nombres: de una cafetera salía café, un sacacorchos extraía corchos y un explorador era un abrelatas que abría las latas a las mil maravillas; siempre, las abría siempre y sin descuajeringarse, de verdad, lo juro... ¡Por estas!
Pero en la última década del siglo pasado la cosa cambió, y el mercado se llenó de cosas que parecían cosas pero que no funcionaban como tales, y aun así nos lanzamos como locos a comprarlas. Los sacacorchos dejaron de sacar corchos, las cafeteras se estropeaban a los dos usos y los abrelatas... ¡ay, los abrelatas!
El caso es que las adquiríamos por el simple motivo de que podíamos hacerlo, aunque fueran una mierda, y los principales focos proveedores de estos engendros fueron dos: las tiendas de todo a cien, conocidas después como "los chinos", y los periódicos de difusión nacional que, además de deteriorar progresivamente la calidad de sus informaciones y de la profesión periodística, se dedicaron a inundar nuestros hogares de productos de pésima calidad para sostener sus ventas en papel. De entre todas aquellas porquerías siempre recordaremos la más tóxica y peligrosa, aquel engendro que pasó a la historia de los timos como "La bici de la Razón".