No he sabido ver o escuchar lo que tenía tan cerca de mí: Un camino a la vuelta de la esquina. A veces grotesco, otras duro, otras hermoso y dócil. Quizás la vida sea así como ir en bici por cualquier camino en el que te decides ir como un reto, una aventura. Cuando la actitud es la descubrir el camino que nunca has visitado antes todo resulta tan sugerente y emotivo. Pero cuando aprendemos a escuchar al camino, la brevedad, rapidez y apresuramiento de nuestros pensamientos adquieren una alegría sin precedentes. Entonces te reconoces y ya sabes que puedes enfrentarte a cualquier camino, en realidad puede ser una gran delicia en tu vida.
Quien ha aprendido a escuchar un camino en bici, ya no desea otra cosa. No desea ser más que lo que es mientras se pedalea.
¿Quién sabe hablar con los caminos mientras tu respiración es entrecortada? ¿O mientras una cuesta te pide inclementemente su apuesta? ¿Quién sabe escuchar estos montes y lugares?
Sólo sé que no predican doctrinas y no hay recetas. Solo el paseo el placer de persistir en tu propósito. Aun más si no hay prisa, si cuando descubres los obstáculos los pones tú y no la bici o el recorrido que eliges.
Un camino dice, mi fuerza es la confianza arropado por la hermosura de sus silencios o sus risas si te enfrentas a ella en compañía. Es surcar por territorios como grietas en la piel de la tierra, esto se hace con cuidado y ternura porque la piel que acaricias se merece más que un beso. Caminos, marcas singulares que ocultan pensamientos de aquellos ciclistas que discurren por estas vetas. Aunque podría imaginarme que cuando estas abatido el camino te dice “continua pero contémplame” lo único que has de hacer es seguir a tu ritmo. No hace falta hacerlo deprisa sino disfrutarlo, recorrerlo, perder el tiempo respirando recordando lo que uno es. Mientras me alejaba de la ciudad y la veía cada vez más pequeña iba recobrando mi cordura. En ese momento el cielo se vuele profundo y el camino se despierta fresco lleno de verde. Océanos de trigo y cebada que se despeinan por el viento. Una vaquería que parecía que llevaba siglos a la espera de ser descubierta en un encanto de hora donde el sol la pintaba de azul y dorado, formó parte de aquel encuentro entre perdices, liebres, mariposas, el olor de alguna encina…. Incluso el visillo blanco de polvo que arma un coche de paso es víspera de algo que fue pero ya no lo es más, al menos me encantaría que rodara más en mi memoria. Que vago nuestro espacio y que grande mientras se hace a pedales, casi se reconstruye la mañana.
Mil gracias.
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