Carlos Márquez Daniel para elperiodico.com
«Para una bicicleta, ente dócil y de conducta modesta, constituye una humillación y una befa la presencia de carteles que la detienen altaneros delante de las bellas puertas de cristales de la ciudad. Se sabe que las bicicletas han tratado por todos los medios de remediar su triste condición social. Pero en absolutamente todos los países de la Tierra está prohibido entrar con bicicletas. Algunos agregan: 'y perros', lo cual duplica en las bicicletas y en los canes su complejo de inferioridad». La acidez de Julio Cortázar en el libro 'Historias de cronopios y de famas', editado en 1962, viene muy al caso para analizar el momento por el que pasa el ciclismo urbano en Barcelona. El clima es templado, las pendientes escasean y el uso del vehículo particular desciende cada vez más. ¿Qué falta entonces para que la bici pueda despegar en la capital catalana? La conclusión: menos promocionar y más prestigiar.

No es una acción concreta. Ni una infraestructura pendiente. Ni tan siquiera una ordenanza más detallada. Se impone un cambio de chip, una revolución educativa y cultural que convierta la bicicleta en un medio de transporte de prestigio, capaz de arrinconar al coche y combatir con la moto. «Hay que acabar con la dictadura del automóvil», receta Albert Garcia, coordinador de Amics de la Bici. Esa opresión a la que se refiere no es algo nuevo. Pero tampoco fue siempre así. ¿Acaso piensan que las ciudades holandesas fueron toda la vida templos del pedaleo sosegado? Ni mucho menos. Como tampoco Barcelona ha vivido siglos bajo el perenne talón del motor. Se impone, pues, distinguir entre promover y prestigiar. Lo primero transporta al año 2007, cuando el Bicing empieza a poner sobre la mesa una realidad que solo había sacado la patita desde que a principios de los 90 Pasqual Maragall inaugurara el primer carril bici, en la Diagonal. La bici pública, sin embargo, ha creado un debate, a menudo agrio, que ha sido más de cantidad que de calidad.
No es una acción concreta. Ni una infraestructura pendiente. Ni tan siquiera una ordenanza más detallada. Se impone un cambio de chip, una revolución educativa y cultural que convierta la bicicleta en un medio de transporte de prestigio, capaz de arrinconar al coche y combatir con la moto. «Hay que acabar con la dictadura del automóvil», receta Albert Garcia, coordinador de Amics de la Bici. Esa opresión a la que se refiere no es algo nuevo. Pero tampoco fue siempre así. ¿Acaso piensan que las ciudades holandesas fueron toda la vida templos del pedaleo sosegado? Ni mucho menos. Como tampoco Barcelona ha vivido siglos bajo el perenne talón del motor. Se impone, pues, distinguir entre promover y prestigiar. Lo primero transporta al año 2007, cuando el Bicing empieza a poner sobre la mesa una realidad que solo había sacado la patita desde que a principios de los 90 Pasqual Maragall inaugurara el primer carril bici, en la Diagonal. La bici pública, sin embargo, ha creado un debate, a menudo agrio, que ha sido más de cantidad que de calidad.