
Con el propósito de pasar un buen rato y disfrutar de la ruta partimos ese sábado a las 10:00, en una mañana con nubes que amenazaban lluvia. Culebreando por las calles Garci-Nuno, Guindos y Bardala llegamos a la calle Capitán Blanco Argibay, hasta desembocar en la calle Bravo Murillo, para a continuación tomar casi inmediatamente la calle Oñate. Posteriormente pedaleamos por las calles Infanta Mercedes y Rosario Pino para alcanzar el paso de cebra que utilizamos para cruzar la Castellana. Ya en el otro lado tomamos la calle Carlos Maurras para luego girar al norte por la calle Juan Ramón Jiménez y casi inmediatamente tomar la calle Pedro Muguruza. Remontando la calle Pedro Damíán llegamos a la rotonda donde optamos por la salida de la calle Fray Bernadino Sahagún. A continuación circulamos por la calle Alfonso XIII, una calle estupenda para pedalear por su poca densidad de tráfico y por tener varios carriles para que los coches puedan adelantar sin problemas, hasta alcanzar la Avenida Aster y el Paseo de los Cerezos y desembocar en la Avenida de Ramón y Cajal. Aquí cruzamos la avenida por otro paso de cebra para alcanzar la calzada con el sentido correcto, y fuimos pedaleando por encima de la M30 hasta la calle Jose Silva, donde nos desviamos al sur para tomar la calle Agastia, hasta llegar finalmente al cruce con la calle General Kirkpatrick. ¡Prueba conseguida!
El camino se me hizo corto, en parte por el interés de circular por Madrid, y en parte por la buena compañía y el paisaje de las calles de ésta ciudad.
La vuelta la hicimos en sentido inverso, tomando la calle Torrelaguna hasta desembocar de nuevo en la calle Ramón y Cajal. Pero ésta vez fuimos hasta Plaza Castilla, circulando brevemente por la Castellana.
La experiencia fue muy gratificante, sobre todo al descubrir que es posible circular en bici por una ciudad tan grande como Madrid. Acostumbrado a pedalear en ciudades pequeñas (como Santander por ejemplo), la sensación es que los conductores son aquí más pacientes (quizá porque hay más ciclistas). También que la ciudad es más amigable para el pedaleo, sin excesivas cuestas (al contrario que Santander), y con multitud de alternativas para circular por calles tranquilas, algo que en Santander es imposible salvo que subas cuestas continuamente. También el clima ayuda, pues aquí apenas llueve en comparación con el norte. Asimismo, la ciudad está más concienciada con los ciclistas, con el mapa de calles tranquilas y los carriles bici. En Santander el carril bici es para el turismo y no tanto para utilizar la bici a diario. La conclusión es que Madrid está más preparada para el pedaleo.
Tras casi un mes he realizado ésta ruta varias veces, incluso atreviéndome a bajar por la Castellana en vez de por Infanta Mercedes, o tomando otras calles para acortar el trayecto. He puesto en práctica lo que me han enseñado, y solo puedo decir que me ha sido de gran ayuda. Considero que el bicifinde fue una excelente forma de introducirme en la vorágine de la ciudad con la bici.
Saludos.