(o de los peligros que acechan a un ciclista urbano)
Por Juanítez
Desde hace poco más de un año vengo colaborando con los redactores de este blog como guía voluntario de los BiciFindes. Sin duda alguna, lo de poder enseñar a circular con seguridad por la calzada a futuros ciclistas urbanos es una experiencia de lo más reconfortante pero, para qué os voy a engañar, carente de aventura, riesgo y emociones o, al menos, no tantas como las que me deparó el episodio que a continuación os voy relatar.
Ayer al mediodía, y tras candar en una valla de la calle de Alcalá mi desvencijada bici –que es bien chula pero tiene el manillar torcido, una rueda cimbreante, la potencia desviada y el sillín literalmente destrozado-, aparecieron varios efectivos del SELUR y comenzaron a descargar lo que parecía ser una gran acacia desguazada cuyos grandes troncos y ramas se ocuparon de repartir cuidadosamente por la acera y la calzada, especialmente alrededor de mi bicicleta, además de regar toda la superficie con cantidades ingentes de serrín. Vamos, que lo pusieron todo perdido en un santiamén.
Pero no queda ahí la cosa, no, porque acto seguido aparecieron varias dotaciones del Cuerpo de Bomberos y de la Policía Municipal de Madrid que debían estar muy enfadados por haberse quedado sin paga de Navidad, porque precintaron la zona y, aunque os parezca increíble, la emprendieron con mi bicicleta y no se les ocurrió otra cosa que cargar sobre ella un pedazo de tronco que vendría a pesar más o menos lo que pesa un ciclista urbano con sobrepeso al uso.
