
A veces sale la pregunta de cómo una mujercilla sedentaria como yo empezó a montar en bici, y cómo llegué de no pasar la segunda cuesta de la Casa de Campo a hacer 1000 km de Madrid a La Coruña en 13 etapas, subir la Bola del Mundo sin bajarme de la bici después de pasar la noche pedaleando, o hacer 150 km con 2500 de desnivel positivo y no morir en el intento.
Esta idea viene dada también por preguntarme por qué hay tan pocas mujeres que monten en bicicleta y muchas menos que se planteen participar en marchas ciclistas, ahora que algunos me tientan con participar en el Soplao.

Y creo que empecé, entre otras cosas, por ayudar a otra persona. Así somos. Creía profundamente en que mi ayuda y mi empeño bajarían su peso y su colesterol. Al mismo tiempo, me podía la bucólica imagen de moverme camino arriba camino abajo a visitar a mis padres y otros menesteres como hacer la compra, menos coche, y menos contaminación. Y así fue, me regalaron una bicicleta que cumplía con creces esa voluntad de contacto con el mundo rodatorio. Y así fue, mi compañero bajó su nivel de colesterol.
Otro gran hito en este proceso fue la unión de dos circunstancias, recorrer las calles de Montréal en bici, ver que es fácil, que abarcas la ciudad y la haces tuya.
Luego vendrían los viajes. Compartir un espacio así con los amigos fue más que un descubrimiento, y en ese momento me prometí que habría más como ese.