Últimos días de agosto, aunque la mayoría sigue de vacaciones, ya están llegando todos a la ciudad. La calidad del aire empieza a empeorar, huele peor, se respira peor, hasta llegan a picar los ojos.
Pero hay algo mas, ya nos habíamos acostumbrado al silencio, a la tranquilidad, una de las cosas que hacen agradable cualquier lugar.
Ahora se nota mas, hay mas coches pero no los suficientes para generar ruido de forma continua. Se abre el semáforo y el sonido de todos los motores a la vez traen la memoria de la pesadilla, del insufrible ruido continuo de la actividad en la ciudad. De nuevo se hace el silencio, aún no hay suficientes coches para mantener el infierno.
Si no fuera por esta intermitencia del tráfico, no nos daríamos cuenta de la carga que llevamos en nuestros oídos, de hasta dónde llega nuestra rendición al mal llamado progreso.
El ruido, ese enemigo invisible y tantas veces ignorado, es el causante de mermas en nuestra salud. La falta de silencio mantiene la mente en un estado de estrés continuo que aumenta la tensión arterial y la incidencia de infartos de miocardio o que debilita nuestro sistema inmunológico haciéndonos más propensos a las enfermedades. Es decir, que es una causa de muerte prematura de gran parte de la población y junto a la contaminación atmosférica, una de las principales culpables de que Madrid sea una ciudad inhóspita.