El viernes pasado os relataba el accidente de tráfico que sufrí hace unos meses mientras me dirigía al trabajo en bici. Esa primera parte del relato concluía con los increíbles poderes telequinésicos que desarrollé tras el golpe en la cabeza........ ay, no, que eso ocurrió en otro universo paralelo, perdón.
Esa primera parte del relato terminaba con mis esperanzas –fundadas, creía yo ingenuamente- de que todo el proceso de reclamación de daños al seguro no sería más que un mero trámite, pues yo circulaba con todas las de la ley con mi semáforo en verde y por el centro del carril derecho, el conductor había reconocido en el instante su culpa, e incluso tenía un testigo que lo había presenciado todo. Un horizonte despejado y luminoso...

Como adelantamos en 

La última vez que uno de esos Hombres de Gris se me apareció me ofreció el siguiente trato: Una mejor vivienda en periferia, más barata que el apartamento céntrico en el que vivo, y donde además mi familia podría tener mejor calidad de vida. El precio: tardar más en llegar al trabajo. Pero ¿acaso no merece la pena ese pequeño precio?