Si han estado en en algún desierto y son observadores, habrán descubierto que la vida es persistente incluso donde el agua escasea y las temperaturas se extreman: existe vegetación capaz de aguantar y expandirse, dando cobijo a insectos y otros animalillos que a su vez sirven de alimento a algunas aves.
Hay un lugar sobre la tierra donde ni una planta, ni una lombriz, nada ha sido capaz de crecer: Atacama, la región más seca del planeta, diferenciada de Marte sólo en su atmósfera y por la presencia humana ocasional en las carreteras, en las que uno reza para no quedar sin combustible... O es tan loco como para atravesarlo en bici.
Enbicipormadrid ha estado allí.
Fotos de EnbiciporMadrid si no se indica lo contrario
Aquellos que osan atravesar Atacama en bici han de tener muy clara la ausencia de lugares aptos no sólo ante averías, sino incluso para la vida. Sólo el consejo de no abandonar nunca las carreteras permitirá poder parar a algún vehículo en caso de necesidad.
La actividad de una carretera se puede deducir de dos maneras. Una de ellas es la publicidad: carteles anunciando empresas de ingenería hasta donde alcanza la vista nos indica que estamos en vías más concurridas, como la Panamericana.
La otra es la muerte: coloridas tumbas a lo largo del camino recuerdan que incluso en las rectas con mayor visibilidad, los accidentes también suceden. A más tumbas, más tráfico. Aunque construídas para acoger a la familia que va a recordar al difunto una vez al año, pueden también servir de refugio improvisado en caso de necesidad.
La falta de actividad humana y la completa ausencia no ya de lluvias, sino incluso de nubes es el principal valor de Atacama cuando cae la noche. Su cielo oscuro es custodiado por los principales observatorios astronómicos del mundo, que se encargan de protegerlo de las luces de los humanos, especialmente en los entornos más cercanos a los montes casi sagrados a donde los vehículos han de subir con las luces apagados, con la mera guía de unas discretas balizas de posición.
Tras franquear varias puertas y subir por encima de las nubes, uno se siente como el ignorante súbdito de algún reino babilonio al que le era permitido visitar algunas zonas de los zigurat que los sacerdotes cusodiaban para escudriñar el universo. No es muy distinto hoy en día.
En la última década ha duplicado su población para atender a viajeros de todo el mundo, que la emplean como base de operaciones para explorar la región. Este cambio no sólo se traduce en el cosmopolita aspecto de sus antes discretas calles, ahora llenas de vida día y noche, sino también en la creciente presencia de bicis de alquiler, frenando así la tendencia a la motorización de las últimas décadas, manteniendo una masa crítica de bicis por las calles y de negocios de venta y reparación de la que los habitantes se están beneficiando. Como ya sucede en otros lugares de Chile, el turismo es clave para que la bici se use como transporte local.
Eso sí, todo bicis de montaña, porque las calles de San Pedro están hechas de tierra compactada, no siempre lisa. Gracias a eso, la velocidad del tráfico es muy reducida, y no hacen falta bandas que diferencien a las personas según el transporte que elijan. Apenas hay aceras, claro.
Una rareza es la céntrica calle Caracoles, el eje comercial del pueblo cerrado al tráfico rodado donde no se gastan dinero en cambiar el pavimento, basta con indicarlo. También a bicis, que respetan la prohibición de la señal escrupulosamente.
Si la presencia del viajero es clave para preservar el uso de la bici dentro de San Pedro, en la región circundante está sucediendo un cambio silencioso. Las excursiones de una tarde o de varios días partiendo de la ciudad empiezan a demostrar la viabilidad de este transporte también en distancias largas.
Eso sí, todavía son pocos los que se animan a hacer cicloturismo. A la aridez del desierto al salir de San Pedro, se le unen temperaturas que pueden variar 30ºC entre el día y la noche, rectas infinitas que agotan la mente y que suben por encima de los 4000 metros si por ejemplo queremos visitar los lagos altiplánicos, con esa contradictoria sensación de sol que quema, viento frío y falta de aire. No es apto para cualquiera. Eso sí, podrás encontrarte con compañía por el camino.
Mucho más asequibles son los 5 km desde San Pedro hasta el Valle de la Luna. Sus atardeceres llenan un aparcabicis de treinta plazas a diario, lo que se refleja en la presencia de prohibiciones de paso específicas.
Por su situación en el trópico de Capricornio, el ocaso es rápido y la gente ha de regresar en pocos minutos hacia sus bicis antes de que anochezca entre paredes que pasan del rojo al lila. Es un momento mágico ver a la pequeña masa crítica que va huyendo de las sombras de los desfiladeros hasta llegar a la llanura desde la que se puede ver San Pedro por delante de los Andes, todavía iluminados por el sol de poniente.
Pocas bicis llevan luces. Estas visitas casi nocturnas han sido una rareza hasta pocos años y las bicis de alquiler no suelen estar iluminadas, ni siquiera con reflectantes. Varias agencias realizan exploraciones astronómicas nocturnas en el cielo austral saliendo a las afueras de San Pedro, donde algunas fincas han instalado un campo de telescopios. Por ahora ninguna lo hace en bici, a pesar de lo sugerente que podría ser plantear el cicloturismo nocturno bajo el mejor cielo estrellado del plantea. Al tiempo.
La bici en Santiago de Chile
La bici en Valparaíso
Alberto y Lucy Berraqueando por Sudamérica
Hay un lugar sobre la tierra donde ni una planta, ni una lombriz, nada ha sido capaz de crecer: Atacama, la región más seca del planeta, diferenciada de Marte sólo en su atmósfera y por la presencia humana ocasional en las carreteras, en las que uno reza para no quedar sin combustible... O es tan loco como para atravesarlo en bici.
Enbicipormadrid ha estado allí.
Fotos de EnbiciporMadrid si no se indica lo contrario
Trenes de ácido, pueblos fantasma y estrellas
La presencia humana en el lugar más hostil a la vida está ligada a dos minerales: los nitratos y el cobre, sin los cuales no se explica la obstinación y el esfuerzo para hacer habitable la materia inerte. Ferrocarriles abandonados que transportaban ácido sulfúrico, restos de pueblos en ubicaciones hostiles a la vida, sólo explicables por la siempre perecedera actividad minera que da de comer a Chile.
Aquellos que osan atravesar Atacama en bici han de tener muy clara la ausencia de lugares aptos no sólo ante averías, sino incluso para la vida. Sólo el consejo de no abandonar nunca las carreteras permitirá poder parar a algún vehículo en caso de necesidad.
La actividad de una carretera se puede deducir de dos maneras. Una de ellas es la publicidad: carteles anunciando empresas de ingenería hasta donde alcanza la vista nos indica que estamos en vías más concurridas, como la Panamericana.
La otra es la muerte: coloridas tumbas a lo largo del camino recuerdan que incluso en las rectas con mayor visibilidad, los accidentes también suceden. A más tumbas, más tráfico. Aunque construídas para acoger a la familia que va a recordar al difunto una vez al año, pueden también servir de refugio improvisado en caso de necesidad.
La falta de actividad humana y la completa ausencia no ya de lluvias, sino incluso de nubes es el principal valor de Atacama cuando cae la noche. Su cielo oscuro es custodiado por los principales observatorios astronómicos del mundo, que se encargan de protegerlo de las luces de los humanos, especialmente en los entornos más cercanos a los montes casi sagrados a donde los vehículos han de subir con las luces apagados, con la mera guía de unas discretas balizas de posición.
Tras franquear varias puertas y subir por encima de las nubes, uno se siente como el ignorante súbdito de algún reino babilonio al que le era permitido visitar algunas zonas de los zigurat que los sacerdotes cusodiaban para escudriñar el universo. No es muy distinto hoy en día.
Antes de que el desierto evapore las nieves de los Andes: San Pedro de Atacama
Algunos asentamientos humanos en Atacama son permanentes, y aguantan sin depender de las perecederas minas en los bordes del desierto, bien junto al mar o junto a las escasas aguas que llegan de los Andes protegidos por valles ocultos en los que florece la vida. Es el caso de San Pedro de Atacama. Sus calles estrechadas por los muros de adobe tras los que se intuyen patios arbolados ofrecen un clima agradable, incluso en las horas centrales del día en las que el sol perfectamente vertical roba la sombra a las personas.En la última década ha duplicado su población para atender a viajeros de todo el mundo, que la emplean como base de operaciones para explorar la región. Este cambio no sólo se traduce en el cosmopolita aspecto de sus antes discretas calles, ahora llenas de vida día y noche, sino también en la creciente presencia de bicis de alquiler, frenando así la tendencia a la motorización de las últimas décadas, manteniendo una masa crítica de bicis por las calles y de negocios de venta y reparación de la que los habitantes se están beneficiando. Como ya sucede en otros lugares de Chile, el turismo es clave para que la bici se use como transporte local.
Eso sí, todo bicis de montaña, porque las calles de San Pedro están hechas de tierra compactada, no siempre lisa. Gracias a eso, la velocidad del tráfico es muy reducida, y no hacen falta bandas que diferencien a las personas según el transporte que elijan. Apenas hay aceras, claro.
Una rareza es la céntrica calle Caracoles, el eje comercial del pueblo cerrado al tráfico rodado donde no se gastan dinero en cambiar el pavimento, basta con indicarlo. También a bicis, que respetan la prohibición de la señal escrupulosamente.
Ciudadanos del mundo descubriendo el desierto en bici
Si la presencia del viajero es clave para preservar el uso de la bici dentro de San Pedro, en la región circundante está sucediendo un cambio silencioso. Las excursiones de una tarde o de varios días partiendo de la ciudad empiezan a demostrar la viabilidad de este transporte también en distancias largas.
Eso sí, todavía son pocos los que se animan a hacer cicloturismo. A la aridez del desierto al salir de San Pedro, se le unen temperaturas que pueden variar 30ºC entre el día y la noche, rectas infinitas que agotan la mente y que suben por encima de los 4000 metros si por ejemplo queremos visitar los lagos altiplánicos, con esa contradictoria sensación de sol que quema, viento frío y falta de aire. No es apto para cualquiera. Eso sí, podrás encontrarte con compañía por el camino.
Mucho más asequibles son los 5 km desde San Pedro hasta el Valle de la Luna. Sus atardeceres llenan un aparcabicis de treinta plazas a diario, lo que se refleja en la presencia de prohibiciones de paso específicas.
Por su situación en el trópico de Capricornio, el ocaso es rápido y la gente ha de regresar en pocos minutos hacia sus bicis antes de que anochezca entre paredes que pasan del rojo al lila. Es un momento mágico ver a la pequeña masa crítica que va huyendo de las sombras de los desfiladeros hasta llegar a la llanura desde la que se puede ver San Pedro por delante de los Andes, todavía iluminados por el sol de poniente.
Pocas bicis llevan luces. Estas visitas casi nocturnas han sido una rareza hasta pocos años y las bicis de alquiler no suelen estar iluminadas, ni siquiera con reflectantes. Varias agencias realizan exploraciones astronómicas nocturnas en el cielo austral saliendo a las afueras de San Pedro, donde algunas fincas han instalado un campo de telescopios. Por ahora ninguna lo hace en bici, a pesar de lo sugerente que podría ser plantear el cicloturismo nocturno bajo el mejor cielo estrellado del plantea. Al tiempo.
Otros viajes por la región
La bici en la isla de Pascua / Rapa NuiLa bici en Santiago de Chile
La bici en Valparaíso
Alberto y Lucy Berraqueando por Sudamérica
Menudos viajes que te pegas... Ahora ya podrás apuntarte a alguna ruta de las de Antonio, desde luego falta de valor no es.
ResponderEliminarMuy interesante y muy buena crónica. La comparación con el zigurat es muy apropiada.
ResponderEliminarSe me ocurre una duda ¿Si dejásemos las calles de madrid como las de San Pedro de Atacama ¿Se pacificará el tráfico o se comprarán coches para ese tipo de lugares -http://en.wikipedia.org/wiki/Hummer-?
A ver si os creéis que los que salen en la foto esa en mitad del desierto soy yo.
ResponderEliminarComenta el ayuntamiento que ciertas zonas no se reasfaltan precisamente para calmar el tráfico (entornos de colegios y así)
ResponderEliminar"Fotos de EnbiciporMadrid si no se indica lo contrario" :)
ResponderEliminarAdemás está tan bien contado que da el pego...
Las fotos son propias, otra cosa es que las hiciera recorriendo el desierto en bici.
ResponderEliminarSi lo hacen, que lo hagan bien, que tienen simal longitudinales que a los coches les dan igual y a nosotros no... pero no perpendiculares a la marcha que a ellos les molestan y a nosotros no.....
ResponderEliminarEstos artículos luego no tienen muchos lectores, pero a mí son los que más me gusta escribir.
ResponderEliminarEn un momento he viajado hasta el desierto de Atacama.
ResponderEliminarBien contado y buenas fotos.
Son los que te gusta tener ocasión de escribir. Claro.
ResponderEliminarMenudos pedazo de viajes que te pegas!
Seguro que, aunque haya menos lectores, lo disfrutan más que muchos artículos polémicos.
Variedad.
A mi son los que más me gusta leer
ResponderEliminarMuy bueno, completo, excelentes fotografias, enhorabuena
ResponderEliminarSe debería restringir el centro a bicicletas, transporte publico y ningun vehiculo más, es agoviante pasear por Madrid y digo el centro por no mencionar toda la capital, con el transporte publico que hay se hace innecesario utilizar el vehiculo a motor.
ResponderEliminarUn saludo
Muy bueno, evocador de la frenética calma de San Pedro, de las excursiones en bici hasta el cobrizo ocaso del Valle de la Luna, o de esos pedaleros impenitentes hasta Cejar ¡la próxima visita a la tierra del Licancabur, en bici!
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