Con 30 km de punta a punta, escaso relieve, un único núcleo urbano de 5000 habitantes y un clima suave, el lugar más aislado del Pacífico parece el sitio ideal para que todo el mundo se mueva en bici.
El aumento del turismo en Rapa Nui desde hace algunas décadas está provocando movimientos contradictorios: por un lado, una mayor motorización derivada de los autos de alquiler y los tours organizados. Por otra, el auge mundial del uso de la bici se traslada aquí gracias al turismo, con más gente que demanda rutas en bici para visitar la fascinante presencia de la cultura polinesia en este rincón, e influyendo así en los hábitos de movilidad de los isleños.
Enbicipormadrid ha estado allí.
Fotos de EnbiciporMadrid
Aprovechando las corrientes marinas y con ayuda de las estrellas, pudieron seguir el vuelo migratorio del pájaro y encontraron una isla llena de árboles y rodeada de peces que llamaron el Ombligo de la Tierra. Regresaron para informar al rey Hotu Matu'a, que tomó posesión llevando a su gente, sus costumbres y sus ritos. Se establecieron en distintas familias en torno a la isla, cada una de ellas con un trozo sagrado de costa donde enterraban a los muertos y sobre los que fueron izando esculturas de los ancestros del clan, que se sentía protegido en cualquier terreno a la vista de esos impresionantes dioses de piedra.
Hasta 17.000 personas llegaron a poblar Rapa Nui según el testimonio de los primeros europeos que arribaron un día de Pascua de 1722. Durante 150 años, estas esporádicas visitas fueron testigos de un caso extremo de agotamiento de los recursos en una competencia descabellada para tener los moai más grandes. Y es que los clanes que dominaban la zona del volcán Rano Raraku donde se fabricaban los dioses se convirtieron en los más poderosos precisamente por ello. No sólo tenían más moai que nadie y más grandes que nadie, sino que dieron a entender que era la presencia de los moai la que precisamente otorgaba ese poder, obligando a los clanes del norte a someterse si querían honrar a sus ancestros y tener algo de prestigio.
Podemos decir que hubo una burbuja en la construcción de moai que terminó cuando se acabaron los árboles que servían para su traslado, acabando así con los recursos para fabricar casas y barcos. La isla perdió el contacto con el mar y la escasez provocó la revuelta. Las tribus del norte se rebelaron contra la cultura moai que los había llevado a la ruina.
La siguiente visita europea narra la desolación: una población en guerra, los moai derribados.
Se inventó una nueva religión que acabara con el dominio de unos clanes sobre otros, nadie honraría ya a aquellos dioses, y la tribu dominante sería un puesto decidido justamente por una competición anual en el que el mejor de cada familia lucharía por nadar hasta el islote para recoger el primer huevo que cada migración anual pusieran los Manu Tara, de los que todavía se recordaba su papel sagrado en la fundación de aquel microcosmos, a pesar de que ya nadie sabría navegar para regresar al reino del que una vez fueron parte.
Las guerras acabaron, pero la población diezmada por la falta de recursos no pudo resistir a la brutal colonización. Los que no acabaron como esclavos en Perú murieron de enfermedades desconocidas. Quedaron 100 personas cuando la isla fue cedida en usufructo a Chile y a una empresa ovejera británica que acaparó casi toda la tierra como pasto y concentró a los nativos que quedaban en un único pueblo llamado Hanga Roa.
En medio de este despropósito, el turismo ha traído dos revoluciones: las bicis de alquiler y los bolardos.
La primera son los caballos usados para excursiones, y que tienen toda la isla como recinto por el que vagar libremente. Sí, también vagan tras los cambios de rasante. El aviso al rentar auto es constante: "cuidado con los caballos, no vaya a más de 50". El ciclista que usa las carreteras es el principal beneficiado de esta prudencia.
El cicloturismo ha generado un comercio de bicis que la población nativa ha empezado también a usar para sus propios desplazamientos por imitación, (no es el único caso en Chile donde está pasando esto). Y gracias a eso, ha aparecido la otra característica que hace fácil rodar, en este caso por zona urbana: muchos de los que van en bici por Hanga Roa son amigos o conocidos de los que usan vehículos a motor. El camión que espera pacientemente a que la bici suba la cuesta lo hace no porque lea los consejos de un blog de bicis, sino porque la que va en bici es la hija de su vecino, y la respeta como si fuera su propia hija. Así, cuando tiene hueco para adelantarla con seguridad (no antes), se pondrá a su lado, bajará la ventanilla y acompañará en paralelo a la chica un rato hablando... y generando un buen atasco detrás.
Pero no hay problema, los que van por detrás también son conocidos y no pitan.
Ahora los criterios de reforestación son otros y se quiere corregir el desastre con otras especies en zonas de la isla no reclamadas por los nativos, que sí pueden ahora reclamar sus viejas tierras... a cambio de que talen los eucaliptos.
Mientras sucede esta nueva deforestación, la carretera que atraviesa estas zonas para llegar al norte es la única que ofrecerá sombra al ciclista que quiera visitar la costa norte. El resto de la isla no tiene dónde refugiarse del sol.
Atravesando las fincas de valla que separan las carreteras de las zonas protegidas, se va descubriendo lo que llegó a haber aquí: La sucesión de moai caidos a lo largo de la costa es impresionante, ochocientos según el censo oficial. Y más numerosos cuanto más cerca de los clanes que controlaban el acceso al volcán de donde procedía la piedra, a unos 17 km de Hanga Roa.
Aquí es donde Pascua ofrece su paisaje más insólito: al menos ochenta moai había en esta cantera esperando a ser terminados o transportados cuando la guerra acabó con el sentido de todo esto. Y los dioses quedaron tal cual en la montaña, semienterrados, esperando eternamente a unos fieles que ya no volverían a existir, y sin sospechar que su mera presencia sería siglos después causa indirecta de que la bici empezara a tomar esta isla.
Cómo los transportaron desde aquí hacia el resto de la isla, todavía no se sabe. Esa cultura se borró expresamente de la memoria durante los siglos siguientes. La población renegó de los moai por todo el sufrimiento causado. Los usaron como piedra para la construcción de sus casas hasta que los arqueólogos lograron su preservación bien entrado el siglo XX.
Sólo en un caso quedaron los moai de pie. El único lugar en el que no representaban a los muertos debajo, sino a los siete exploradores que llegaron a la isla siglos antes. Por eso no protegen con su mirada la tierra interior, sino el mar, recordando que hubo un tiempo en el que ese océano era un hogar por el que navegar y encontrar alguien al otro lado.
La bici en Santiago de Chile
La bici en Valparaíso
Alberto y Lucy berraqueando por Sudamérica
El aumento del turismo en Rapa Nui desde hace algunas décadas está provocando movimientos contradictorios: por un lado, una mayor motorización derivada de los autos de alquiler y los tours organizados. Por otra, el auge mundial del uso de la bici se traslada aquí gracias al turismo, con más gente que demanda rutas en bici para visitar la fascinante presencia de la cultura polinesia en este rincón, e influyendo así en los hábitos de movilidad de los isleños.
Enbicipormadrid ha estado allí.
Fotos de EnbiciporMadrid
De un reino de ultramar con superpoblación a una isla con un único pueblo
Hubo un tipo de gaviota que en la Polinesia llamaban Manu Tara y que una vez al año emigraba hacia una zona del Pacífico donde sólo hay mar. Cuentan que Hotu Matu'a, rey de la mítica isla Hiva soñó que siguiendo a esos pájaros llegaría a una isla hasta la que ampliar su poblado reino marino, ya que los polinesios consideran el mar su hogar, y las islas, simples escalas para procrear y abastecerse. Envió a siete exploradores a seguir a los Manu Tara y esperó noticias.Aprovechando las corrientes marinas y con ayuda de las estrellas, pudieron seguir el vuelo migratorio del pájaro y encontraron una isla llena de árboles y rodeada de peces que llamaron el Ombligo de la Tierra. Regresaron para informar al rey Hotu Matu'a, que tomó posesión llevando a su gente, sus costumbres y sus ritos. Se establecieron en distintas familias en torno a la isla, cada una de ellas con un trozo sagrado de costa donde enterraban a los muertos y sobre los que fueron izando esculturas de los ancestros del clan, que se sentía protegido en cualquier terreno a la vista de esos impresionantes dioses de piedra.
Hasta 17.000 personas llegaron a poblar Rapa Nui según el testimonio de los primeros europeos que arribaron un día de Pascua de 1722. Durante 150 años, estas esporádicas visitas fueron testigos de un caso extremo de agotamiento de los recursos en una competencia descabellada para tener los moai más grandes. Y es que los clanes que dominaban la zona del volcán Rano Raraku donde se fabricaban los dioses se convirtieron en los más poderosos precisamente por ello. No sólo tenían más moai que nadie y más grandes que nadie, sino que dieron a entender que era la presencia de los moai la que precisamente otorgaba ese poder, obligando a los clanes del norte a someterse si querían honrar a sus ancestros y tener algo de prestigio.
Podemos decir que hubo una burbuja en la construcción de moai que terminó cuando se acabaron los árboles que servían para su traslado, acabando así con los recursos para fabricar casas y barcos. La isla perdió el contacto con el mar y la escasez provocó la revuelta. Las tribus del norte se rebelaron contra la cultura moai que los había llevado a la ruina.
La siguiente visita europea narra la desolación: una población en guerra, los moai derribados.
Se inventó una nueva religión que acabara con el dominio de unos clanes sobre otros, nadie honraría ya a aquellos dioses, y la tribu dominante sería un puesto decidido justamente por una competición anual en el que el mejor de cada familia lucharía por nadar hasta el islote para recoger el primer huevo que cada migración anual pusieran los Manu Tara, de los que todavía se recordaba su papel sagrado en la fundación de aquel microcosmos, a pesar de que ya nadie sabría navegar para regresar al reino del que una vez fueron parte.
Las guerras acabaron, pero la población diezmada por la falta de recursos no pudo resistir a la brutal colonización. Los que no acabaron como esclavos en Perú murieron de enfermedades desconocidas. Quedaron 100 personas cuando la isla fue cedida en usufructo a Chile y a una empresa ovejera británica que acaparó casi toda la tierra como pasto y concentró a los nativos que quedaban en un único pueblo llamado Hanga Roa.
¿Para qué usará la gente el coche en un sitio así?
Y en ese mismo pueblo siguen viviendo los 5000 habitantes que tiene hoy Pascua, más los viajeros ocasionales que marcan el ritmo del lugar y que generan el único tráfico que tiene el resto de la isla con los tour organizados o con sus autos arrendados. Respecto a Hanga Roa, ya se sabe: en los pueblos la gente maneja el auto hasta para ir a por palta a la esquina. Los guías locales comentan que de seguir así el tráfico habrá que tomar medidas, ya que el turismo y la capacidad de motorizarse no han dejado de aumentar desde que la isla abriera línea regular aérea aprovechando la pista de aterrizaje del transbordador espacial que nunca llegó a aterrizar aquí.Y esto es un problema, porque Pascua sigue siendo una isla sin recursos naturales. Quitando algunos cultivos y pesca, todo depende del continente. Un barco abastece semanalmente de gasoil la planta de electricidad (y la única bencinería) y los aviones se llevan la basura. Y encima hay atascos para moverse en un pueblo de 2 km.
En medio de este despropósito, el turismo ha traído dos revoluciones: las bicis de alquiler y los bolardos.
Amigos y caballos: dos maneras de pacificar el tráfico
Y es que, quitando un par de volcanes, tenemos una isla de relieve suave, clima templado y no más de 25 km en el que el viajero que va en bici se beneficia de las dos características más extrañas que he visto para hacer seguras las carreteras, pero muy efectivas. Viajar abre la mente.La primera son los caballos usados para excursiones, y que tienen toda la isla como recinto por el que vagar libremente. Sí, también vagan tras los cambios de rasante. El aviso al rentar auto es constante: "cuidado con los caballos, no vaya a más de 50". El ciclista que usa las carreteras es el principal beneficiado de esta prudencia.
El cicloturismo ha generado un comercio de bicis que la población nativa ha empezado también a usar para sus propios desplazamientos por imitación, (no es el único caso en Chile donde está pasando esto). Y gracias a eso, ha aparecido la otra característica que hace fácil rodar, en este caso por zona urbana: muchos de los que van en bici por Hanga Roa son amigos o conocidos de los que usan vehículos a motor. El camión que espera pacientemente a que la bici suba la cuesta lo hace no porque lea los consejos de un blog de bicis, sino porque la que va en bici es la hija de su vecino, y la respeta como si fuera su propia hija. Así, cuando tiene hueco para adelantarla con seguridad (no antes), se pondrá a su lado, bajará la ventanilla y acompañará en paralelo a la chica un rato hablando... y generando un buen atasco detrás.
Pero no hay problema, los que van por detrás también son conocidos y no pitan.
Cinco bolardos: la única restricción al uso del auto propio
Esta foto muestra el único lugar de la isla donde no se puede aparcar un automóvil. Corresponde a las plazas de aparcamiento que una agencia de arriendo de autos y bicis ha decidido destinar a sus vehículos. Su instalación generó una polémica que llegó a la radio local durante varias semanas. La gente cuestionaba que alguien pudiera invadir la vía pública con su propiedad privada, restringiendo un supuesto derecho de otros de invadir la misma vía con su propiedad privada. Ha sido la primera vez que ciertos privilegios se han puesto en duda.Los árboles de Pinochet
Sólo en 1966 los habitantes de Rapa Nui obtuvieron derechos como ciudadanos chilenos y pudieron viajar fuera de la isla. La llegada de Salvador Allende en 1970 les animó a pensar que también recuperarían las tierras centrales de la isla que la compañía ovejera dejó unos años atrás y que ahora custodiaba el ejército. Sus ansias quedaron truncadas con el golpe de estado de Pinochet, que quiso prevenir la ocupación informal de esas tierras inutilizándolas para el cultivo. Para ello usó la excusa de la reforestación, plantando eucaliptos de rápido crecimiento que empobrecieron enormemente el suelo.Ahora los criterios de reforestación son otros y se quiere corregir el desastre con otras especies en zonas de la isla no reclamadas por los nativos, que sí pueden ahora reclamar sus viejas tierras... a cambio de que talen los eucaliptos.
Mientras sucede esta nueva deforestación, la carretera que atraviesa estas zonas para llegar al norte es la única que ofrecerá sombra al ciclista que quiera visitar la costa norte. El resto de la isla no tiene dónde refugiarse del sol.
El otro extremo de la isla: el lugar donde nacen los moai
Si en lugar de coger la carretera del bosque, el ciclista opta por ir por la costa se encontrará con el singular paisaje de pastos claros que una vez fue un bosque, cultivos y numerosos poblados que vivían protegidos por sus ancestros de piedra.Atravesando las fincas de valla que separan las carreteras de las zonas protegidas, se va descubriendo lo que llegó a haber aquí: La sucesión de moai caidos a lo largo de la costa es impresionante, ochocientos según el censo oficial. Y más numerosos cuanto más cerca de los clanes que controlaban el acceso al volcán de donde procedía la piedra, a unos 17 km de Hanga Roa.
Aquí es donde Pascua ofrece su paisaje más insólito: al menos ochenta moai había en esta cantera esperando a ser terminados o transportados cuando la guerra acabó con el sentido de todo esto. Y los dioses quedaron tal cual en la montaña, semienterrados, esperando eternamente a unos fieles que ya no volverían a existir, y sin sospechar que su mera presencia sería siglos después causa indirecta de que la bici empezara a tomar esta isla.
Cómo los transportaron desde aquí hacia el resto de la isla, todavía no se sabe. Esa cultura se borró expresamente de la memoria durante los siglos siguientes. La población renegó de los moai por todo el sufrimiento causado. Los usaron como piedra para la construcción de sus casas hasta que los arqueólogos lograron su preservación bien entrado el siglo XX.
Sólo en un caso quedaron los moai de pie. El único lugar en el que no representaban a los muertos debajo, sino a los siete exploradores que llegaron a la isla siglos antes. Por eso no protegen con su mirada la tierra interior, sino el mar, recordando que hubo un tiempo en el que ese océano era un hogar por el que navegar y encontrar alguien al otro lado.
Otros viajes por la región
La bici en el desierto de AtacamaLa bici en Santiago de Chile
La bici en Valparaíso
Alberto y Lucy berraqueando por Sudamérica
Precioso, fascinante. Qué gusto que enbicipormadrid haya estado allí.
ResponderEliminarY en bicicleta.
Que maravilla. Siempre quise ir a la Isla de Pascua y este relato no ha hecho sino aumentar mis ganas
ResponderEliminarTalaron hasta el último árbol y luego llegó la guerra, el aislamiento, imaigno que mucha gente moriría.... Es para pensarlo unas cuantas veces.... Y aprender de ello.
ResponderEliminarIorana, muy buen reportaje, muchos datos interesantes que no conocía. Para mí es una isla que hay que visitar al menos una vez. Mi recomendación es visitar esta isla durante 4 o 5 días como escala de un viaje de vuelta al Mundo. De esta forma, los billetes de avión se pueden abaratar considerablemente, y es una ocasión para conocer también la Polinesia Francesa, con sus islas y atolones (Tahítí, Bora Bora, etc), ya que estos son los lugares más remotos del planeta, desde nuestra perspectiva. Id preparados para pagar a precio de millón una habitación, 50 eur por visitar los Parques Nacionales, etc. No probé la bici, pero me dio la sensación de que no es un lugar ideal para la bici (las islas rara vez lo son), aunque me alegro de que vosotros lo hayáis disfrutado!
ResponderEliminarMuy buen reportaje. Estudié la historia de la Isla de Pascua en Economía Ecológica, como ejemplo de insostenibilidad, que fue lo que provocó su deforestación y despoblación.
ResponderEliminarE incluso se llegó al canibalismo entre clanes, una buena manera de conseguir alimento y reducir población a la vez.
ResponderEliminarY así, con la ayuda del síndrome de Creutzfeldt-Jakob se puede llegar a población cero.
ResponderEliminar¿Te dió tiempo a fundar "enbiciporrapanui"?
¿Te has traído un trozo de moai de recuerdo?
Tengo un moai blanco, pero llegó a mis manos por accidente desde otra parte de Chile.
ResponderEliminarLa bici parece tener buena salud allí, no creo que seamos necesarios.
Muy buen reportaje, la Isla de Pascua también es un lugar que me fascina, así que envidia de la sana. Eso sí, 'esclavos' no 'exclavos' por favor...
ResponderEliminarQué buen artículo y vaya ejemplo de insostenibilidad.
ResponderEliminarAquí os dejo algo que me recuerda a Pascua:
http://www.stuartmcmillen.com/comics_en/st-matthew-island/
muy interesante oiga!
ResponderEliminarOOps
ResponderEliminarMuy interesante.
ResponderEliminarEs sorprendente que pese a sus antecedentes históricos sigan siendo tan dependientes del exterior (gasoil para adentro, basura para afuera) y, en algunos aspectos, tan insostenibles (atascos en una isla que permitiría moverse casi exclusivamente andando y en bicicleta). Aunque hoy en día, ninguno estamos para dar lecciones de sostenibilidad.
Hay un libro de Ricardo Almenar, "El fin de la expansión", que toma la expansión de los pueblos polinesios por los miles de islas como caso de estudio para hablar de sostenibilidad medioambiental y desarrollo sostenible. En el libro se contrapone el concepto de mundo oceano (sin límites al espacio y a los recursos) frente al mundo isla (donde el límite está bien demarcado).
Cabe mencionar que frente al descalabro en la isla de Pascua, existieron comunidades en otras islas que sí supieron enfrentarse al problema de la super población y la sostenibilidad medioambiental.
La idea más seductora del libro, a mi entender, es la del cambio en el imaginario social del concepto de frontera. Hubo un tiempo en el que era posible traspasar la frontera (entendido como extremo de lo conocido) e irse a buscar nuevas oportunidades a nuevos territorios (conquista del oeste, etc). Hoy en día, podemos viajar a cualquier parte del mundo, las materias primas y productos recorren el planeta de un lado a otro, podemos comunicarnos instantáneamente con cualquier persona del planeta con conexión a internet. La nueva frontera para el ser humano es el espacio, ya no está contenida en nuestro planeta y, por tanto hemos dejado de vivir en un mundo oceano (ilimitado) para vivir en un mundo isla (planeta Tierra). Así que más nos vale ser medioambientalmente sostenibles para no repetir la cagada de la isla de Pascua.
Os dejo un vídeo del autor contándolo: http://vimeo.com/49605842
Y os recomiendo el libro si el vídeo os ha parecido interesante.
Ya sabéis, a dar pedales para salvar el planeta.
salu2!
qué concepto más interesante, isla vs océano
ResponderEliminar