Cuando leo gente que critica nuestra defensa de la bici en la calzada, acusándonos de “excluir a los que no son varones jóvenes atléticos y habilidosos” no puedo evitar pensar en el increíble caso de mi amiga Verónika.
Verónika es joven, aunque no es atlética. Tampoco es varón. Respecto a si es habilidosa, sólo diré que consiguió que su profesor de autoescuela se prejubilase tras demostrarle que no podía controlar todo con sus pedales supletorios, aquél día que ella frenó sin querer en seco en mitad de la M-30. Aprender a conducir era uno de sus anhelos, no para conducir, sino para demostrarse que era capaz. Lo logró con no poco esfuerzo.
Aprender a montar en bici era otro de sus sueños que ella consideraba inalcanzables. No podía imaginar que acabaría superando a no pocos de esos varones atléticos circulando con su bici por Madrid. Lean su historia estas próximas semanas, es digna de mostrarse a aquellos que dicen “no se puede”.
Aviso: Ninguna de las fotos es de Verónika. En parte es por preservar su privacidad, pero también porque las imágenes que hemos encontrado por Internet son mucho más capaces de reflejar con precisión la historia tal y como sucedió. Paradojas de la comunicación.
Episodio 1. Verónika no sabe montar en bici, pero quiere hacer cicloturismo en Indochina
Verónika aprende a montar... y no le gusta
Cuando era niña en su barrio había dos modas: patines o bici. Ella eligió lo primero y no aprendió a montar cuando es fácil hacerlo. Pasaron los años, se inventó internet, apareció esta empresa que enseñaba a adultos a rodar, Verónika encontró la página y quiso demostrarse que a pesar de su falta de reflejos y equilibrio, era capaz al menos de aprender a ir por un parque.El resultado no fue muy distinto al de la autoescuela. Aunque el monitor no se jubiló, Verónika nunca terminó sus clases, no sé si por desidia ante la falta de avances. Porque tras varios fines de semana dejándose caer una y otra vez por una cuestecita de la Casa de Campo había aprendido a… rodar cuesta abajo.
No sabía girar, mucho menos señalizar. No sabía arrancar si no era con la inercia de una cuesta. Sólo era capaz de mantener el equilibrio pedaleando, así que cualquier placentera cuesta abajo era para ella cansadísima, al tener que frenar a la vez que daba pedales. Su inseguridad le hacía pararse ante cualquier otra persona que compartiese vía, aunque estuviera a decenas de metros. Y cada parada arrastraba el suplicio de tener que arrancar de nuevo. Las subidas, siempre andando. En caso de bolardo, se dirigía irremediablemente hacia él a una velocidad no superior a 8 km/h hasta que su rueda delantera chocaba y provocaba una caída a cámara lenta.
En fin, no es de extrañar que esa bici barata del Decathlon que se compró todo ilusionada los primeros días la usara sólo una vez en dos años. Cuando consideró que ya había acumulado suficiente roña en su terraza, la vendió. Dio su reto por superado con un aprobado raspado y no quiso saber nada más de bicis.
Dos años después, la bici volvió a su vida.
Una frase desde la otra punta del planeta
Basta un estímulo insospechado para desenterrar lo que hemos dejado a medias. En el caso de Verónika, su pasión por viajar la enfrentó a la desgracia de quedarse irremediablemente descolgada cada vez que el resto nos subíamos a una bici para hacer turismo en lugares como Japón u Holanda. Un intento en las tranquilas calles de Kioto terminó en un ataque de nervios cuando vio acercarse el primer obstáculo: un camión del ancho de la calle (la foto es de una calle de París, pero os hacéis una idea del concepto con las flechitas de la bici que hay en el suelo). Fue el primer obstáculo... y el último. No volvió a intentarlo.
Preparando un buen día las siguientes vacaciones a Indochina, descubrió en la guía de viajes la frase que cambiaría todo para ella, y para no pocos de su alrededor que tuvimos que cuestionarnos muchos de nuestros prejuicios sobre las limitaciones de ir en bici. Decía hablando de la capital de Laos:
"No verá las palabras 'ajetreo' ni 'bullicio' para describir Vientiane, la que todavía puede ganar una discusión de cuál es la capital más tranquila del mundo. Con sus amplias calles llanas y sus todavía escasos coches, Vientiane es una ciudad muy fácil de explorar en bici”
Verónika dijo "basta". No quería volver a ser la que se quedara en tierra mientras el resto de amigos vivía aventuras sobre dos ruedas. Decidió que era hora de recuperar el tiempo perdido. Tenía 4 meses antes del verano. Y elaboró un plan.