Nuestro viaje a Ucles ha dado para mucho. Han sido muchas las experiencias, algunas de las cuales os hemos contado en este blog. Nos gusta compartirlas porque sabemos que son la primera piedra para que os animéis a salir, a coger la bici y descubrir otra forma de viajar, de vivir los paisajes.
La verdad es que ha sido un trabajazo inmenso, que seguramente no habríamos sacado adelante sin la colaboración de muchos. Mención especial para K-Li con toda la logística, o nuestro coche de apoyo en ruta, Laura, a los cierres cuidando de todos. Muchas horas estudiando el recorrido, buscando escapatorias en transporte público, eligiendo los lugares donde alojarnos (aunque al final tuviera que ser más descartando donde no se podía). Los que ya tenemos algún Camino de Santiago a la espalda, sabemos que cada persona que incorporas al grupo supone multiplicar exponencialmente la dificultad de gestión: Alojamientos, comidas, averías, ritmos dispares, deseos diversos, ganas. Y si el mayor grupo que hasta ahora nos habíamos juntado era de 8-10, y todos bien conocidos, guiar y gestionar un grupo de 27 personas, algunas de las cuales ni siquiera habían venido a alguna de nuestras rutas suponía una responsabilidad enorme. Ha habido más de un momento de duda...."¡La que has liado pollito!" cuando veíamos que el número de apuntados subía y subía y con gente a la que ni siquiera conocíamos.
Ya os hemos contado dos crónicas en nuestras visiones femeninas (Ana y Alaia).
Y hoy os prometemos que venimos con la última (Chano, también para esto
es el último ;-p). No sabemos si organizaremos más aventuras como esta,
pero sí que ésta nos ha encantado montarla. Cada minuto dedicado merece
la pena si os hemos abierto una ventana a esta forma tan divertida de
viajar. Si como muchos confesaron al final del viaje, os quedais con
ganas de Camino.
Hoy podemos decir que todo fue bien. Gracias a ese esfuerzo inicial, a la inestimable ayuda de Manuel Rossi, de la Asociación de Amigos del Camino de Uclés. Pero quizá lo más destacado, lo que ha hecho que todo vaya bien, es que desde el primer momento todos los asistentes se "imbuyeron" del espíritú enbiciado, y lo más importante, hicieron suyas unas reglas de convivencia que no por ser naturales, son evidentes para todo el mundo. Así que desde el grupo de organizadores os queremos dar las gracias por convertir nuestros peores terrores en un chiste del que hoy nos reímos. Y hablando de chistes...
Recuerdo muy bien a Chano contando sus sensaciones el tercer día, en Estremera, mientras cenábamos, tronchados de la risa, y ya superados todos los miedos (y eso que quedaban 100 km para volver a Madrid). Le pedí que nos los contara en una crónica y no lo dudó ni un minuto. Bueno un poco sí, y seguro que después se arrepintió, pero a lo hecho pecho. Aquí os la dejamos. La demostración clara de que la bici y la preparación son lo de menos. Urbanitas, Beteteros, ciclistas en fin, A qué esperáis para coger las alforjas y viajar?
Mi Primer Camino ......por Chano
Llevaba mucho tiempo deseando hacer mi primer viaje de cicloturismo pero nunca terminaba de cuadrar y se iba postergando año tras año. Mi bici, que me acompaña cada día al trabajo, me miraba con ojos tristes, pidiéndome galopar y ver árboles.
De vez en cuando lograba apuntarme a alguna de las salidas de los sábados, en las que me sentía como Rocinante rodeado de Babiecas, que avanzan ajenos a las pendientes, las rocas, las zanjas y casi diría yo que a las más básicas leyes de la física.
En esos sábados descubrí dos cosas: que a pesar de mi rodilla renqueante y de mi bici de Verano Azul podía seguirles. Y sobre todo, conocer al grupo de En Bici por Madrid y ver que la filosofía de compañerismo de la que tanto había leído en la web era completamente cierta.
Así que en cuanto vi la convocatoria de los enbiciados para hacer el Camino de Uclés me apunté sin dudarlo. ¡Por fin una salida a mi medida! Cicloturismo, credenciales, carril bici en su mayor parte, palmeras de chocolate...
Preparé las alforjas la noche previa con mucha ilusión. Y poca visión tridimensional: las alforjas que tenía pensado llevar eran tan pequeñas que solo cabía el saco y el turrón (sí, me dio por el turrón. Las torrijas chorrean). Así que solución de emergencia: coloco mi alforja de ciudad, una de Ikea con el tamaño del maletero de un Seat Panda.
A la mañana siguiente, con un sueño considerable, el frío mañanero gozando con mi pantalón corto y la bici bizca de carga, salgo hacia Sol. Eso sí, nervios no hay: voy con los enbiciados y sé que pase lo que pase en el Camino nunca estaré solo.
Y cuando pienso que ya los voy teniendo calados me vuelven a sorprender: en Sol está Agus (el Timonel) recibiendo a la gente. Y ha traído una caja de piedras decoradas (con el verde corporativo) para que, como es tradición, cada peregrino lleve una. Yo había pensado que ya cogería alguna cuando tocásemos campo, pero la primera en la frente: los enbiciados ya han pensado en todos.
Saludos, presentaciones y bienvenidas. Muchos conocidos y algunos nuevos para mí: no importa, te hacen sentir como uno más desde el primer momento. A partir de aquí comienza el Camino, con sus dos gritos de guerra: ¡FOTO! y ¡VÁMONOS!
A pesar de que somos casi 30 ciclistas el pelotón siempre responde con una eficiencia sorprendente, como una migración de ñus.
Vemos amanecer recorriendo un Madrid Río vacío, bajo el Palacio Real y la Almudena, a un ritmo cómodo y elástico. “Perfecto”, me digo sonriendo. Un segundo después estamos desmontando para cruzar un río de caca. ¡Ah, destellos de sabiduría de la vida que te regala el Camino! Esa humildad y conocimiento del que trataban de impregnarse los Iluminati también nos impregnó a nosotros. A alguno casi hasta la rodilla.
A pesar de que esta primera jornada era muy larga, 90 kilómetros, resultó sencilla y aún a pesar de las diversas paradas en los pueblos para sellar las credenciales, visitar los bares y degustar palmeras, llegamos a Estremera con tiempo suficiente para sentarnos en la plaza a tomar unas cervezas al sol. Me animó mucho sentir que había llegado sin percances, sin agotamiento y con las posaderas indemnes. Bueno, eso pensaba yo hasta que sentí el contacto de la recia silla de madera castellana del restaurante de la cena.
Hablamos de un grupo tan generoso que, a la hora de decidir en al albergue quién dormía en cama y quién en el suelo, era tal el afán de ceder las camas que casi acabamos teniendo una reyerta callejera de urbanidad. De hecho apareció un bicigrino una hora más tarde y descubrió que milagrosamente, pese haber llegado tras un grupo de 30 ciclistas a un albergue de 13 camas, aún quedaba una vacía!
Tras un vigorizante paso por la ducha binaria del albergue (que pasa de 0 a 100º en 3 segundos) toca cenar juntos, gracias a la paciencia de la maravillosa Laura, a la que le tocó hacer más kilómetros con el coche que en el Paris-Dakar.
La cena de ese primer día me supo a gloria, y tengo que agradecer a K-li toda la logística y el enorme trabajo que le ha supuesto organizar a un grupo tan grande. Cena deliciosa, gente estupenda, Ezequiel loando un asado español.... Y a la cama. No hay nada como una paliza en bici, una leve deshidratación y tapones para dormir como una piedra a pesar de ciertos sonidos que se comentaba que se oían por las noches.... serían fantasmas.
Segundo día y un plan muy claro. Asaltar la pastelería del pueblo para desayunar, agarrando bolsas enteras de madalenas y gloriasbenditas como en un pillaje vikingo. Ah, y llegar a Uclés.
Esta segunda jornada era más corta, 50 kilómetros, pero ya no había carril bici y tenía ciertos mini puertos. Resultó muy entretenida, con zonas de empujing incluidas para los mortales, aunque algunos fieras subían montados como cabras montesas.
A estas alturas el rebaño ya se iba conociendo y acababas pedaleando habitualmente con las mismas personas (hola, Quique!). Teniendo en cuenta que mi ritmo me ha llevado a conquistar en varios ocasiones el “trofeo jubilado por el paseo marítimo” he de calificar al grupo de cabeza como.... todos menos yo. Rememoro esas subidas en la que mi vigoroso ascenso implica un elevado riesgo de caída.... lateral, y da gusto ver cómo los que han subido disparados como si les persiguiesen los lobos vuelven a bajar, en sentido contrario, solo por el placer de volver a ascender. Tanto gusto que bajarías a abrazarlos... y a beberte su sangre a ver si les robas la fuerza.
Sí, es verdad que cuesta arriba voy lento, pero al final llego. Pero tras la cima, ajajá!, llega la bajada. Y ahí, amigos... soy más lento aún. Pero no es culpa mía, es de mi bici: no es fácil bajar esquivando zanjas, arena y piedras cuando vas en un tándem con la muerte, que te susurra caídas al oído mientras los enbiciados te pasan por los lados como cataratas. Cuando llego a zona llana me bajo de la bici, beso el suelo y le dijo a la cabrona de la muerte que si se aparece en tándem que sea en las subidas también y que pedalee.
Tengo que agradecer desde aquí la paciencia infinita de los que cerraban el grupo, habitualmente Felipe y Niko. Siempre animando y atentos de que nadie se quede atrás, vigilando que nadie tenga un problema... o que se baje y llame a un Uber.
Esta segunda etapa fue muy entretenida y con un carácter de peregrinaje más marcado, con varios hitos importantes, como la cruz del peregrino, donde dejamos las piedras que hemos llevado, o el túnel de viento conocido como el Paso Internacional.
Pero lo más emocionante es la primera vez que se ve el monasterio, espectacular, y la satisfacción de darte cuenta que de has cumplido algo importante.
Solo por la oportunidad de pasar la noche en el monasterio el viaje ya merece la pena. Eso sí, la próxima vez no olvidaré el plumas para la visita guiada, que casi morimos de hipotermia.
Yo afrontaba la tercera jornada muy tranquilo; total, era solo desandar la jornada anterior. Pero el Timonel avisaba de que íbamos a tener viento en contra. Y puede que algo de lluvia. Bah, pensé, exagerados.
Y una mierda.
De esta tercera etapa lo que ha quedado grabado en mi retina es el camino. Pero no por bonito, sino por literal. Agachado durante horas sin ver otra cosa que mi rueda delantera y el firme borroso al pasar.
Unos llanos amplios con un viento en contra que en cuanto te incorporabas retrocedías a la casilla de salida de salida en Uclés. Así que ahí andaba yo, en plena llanura y con la combinación de plato y piñón más floja que tenía, cagándome en mis muertos. A esas alturas yo ya solo soñaba con la Estación de Metro de Arganda, con sus fuentes de las que brotan chorros de Aquarius. y donde hermosas elfas cantan canciones sobre la belleza del interior de la M-30.
Justo cuando estaba a punto de bajarme para poner la bici a la venta en Wallapop aparecieron de la nada como arcángeles (o como un escuadrón de cazas TIE imperiales, que cada cual escoja su mitología), Novoa, Felipe y Niko, rodeándome y parapetándome del viento hasta que llegamos de nuevo a Estremera. Dios les bendiga.
Ahora en serio, es increíble cómo te arropa y te cuida este grupo. Si alguien tiene ganas y aún no se ha atrevido a ir a una de sus salidas que lo haga sin la menor duda. Pase lo que pase vas a tener a un montón de gente estupenda acompañándote y ayudándote.
Y llegamos al último día. Yo ya había decidido que no iba a sufrir como el día anterior y que en cuanto pillase la primera vía de escape en metro me largaba a mi sofá. Pero en este tipo de viajes cada día es un mundo nuevo.
Y el cuarto día resultó un día para gozar. Desapareció el viento y tal y como Agus había comentado alguna vez, tras el tercer día el cuerpo se despierta y, como saliendo de un capullo, en vez de cansado te encuentras lleno de fuerza. Y se nos notó, a todos. Íbamos pedaleando a un ritmo muy rápido y sin ver a nadie sufrir. Unos vencían sin despeinarse a lo que días antes era su némesis personal, la cuesta de la cementera. Otros iban dando queso, con alforjas y todo, a bicis de carretera de carbono “fullequip”. Y yo, sonriendo, disfrutando cada pedalada.
Se nos dio tan bien que hubo tiempo para un par de horas de merendola frente al lago. Bueno, más que merendola era buffet, porque con la cantidad de comida y bebida que apareció de las alforjas de alguno eso parecía el milagro de los panes y los peces. Me encanta esa forma de viajar, con charlas, risas y siestas.
Y por fin llegamos a Madrid, con el rebaño en pleno apogeo. Esa subida de la Cuesta de la Vega sin despeinarnos. Ese recorrido por la Calle Mayor escoltados por policías a caballo. Y por fin, esa llegada a Sol, llena de gente flipando con el grupo de ventitantos zarrapastrosos, y la alegría de haber completado el reto.
Aún me quedaba una sorpresa. La mayor de todo el viaje. Tras dejar las bicis junto a Oso y el Madroño, todos nos felicitamos y nos damos la enhorabuena. Y, aunque sabes que en realidad esto ha sido un simple paseo por el campo, los enbiciados, con sus rutas, sus caminos de Santiago y sus Soplaos a sus espaldas, te pegan un abrazo de oso, de auténtica emoción.
Y con esos abrazos te das cuenta de que formas parte de una familia.
P.D: los buenos viajes se miden en kilos. ¡En este engordé dos!
Chano
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