¿Os ha pasado alguna vez que un automovilista, molesto por ver ralentizada su marcha, os acuse de "ir haciendo eses"? A mí, sí; varias veces. En ningún caso iba haciendo ninguna "ese", nunca las hago, ¿para qué iba a hacerlas? Y, sin embargo, las personas que me acusaron de ello estaban convencidas de que así era. Lo tenían muy claro.
Lo que pasó en todos esos casos es que encontraron un elemento (esa bici) que no esperaban y que les molestó; que rápidamente encontraron un culpable de su malestar: por supuesto, la bici. Pero, como saben que no pueden acusar a la bici por estar ahí, la acusan de alguna otra cosa que sí sea punible. Lo de las "eses" es un lugar común: ¡todo el mundo sabe que las bicis hacen "eses"! Y que eso es peligrosísimo en este mundo de coches. Y no vamos a dejar que la realidad nos estropee esta magnífica explicación donde la culpa de mis males la tienen los demás.
Es un sencillo ejemplo de realidad fabricada. ¿De dónde han sacado estos automovilistas que las bicis zigzaguean? Quizá de sus propias experiencias infantiles... más probablemente, lo han oído en algún sitio en edades más recientes. ¿Dónde?
Me he acordado mucho de este ejemplo en las últimas semanas ante la actual campaña de la DGT. Observando fríamente lo que se cuenta, se podría inferir que algunas de las causas de accidentalidad ciclista en nuestro país son:
• las bicis ocupan demasiado espacio
• las bicis hacen cambios bruscos de dirección
• las/os ciclistas no oyen el resto del tráfico
• las/os ciclistas no usan casco
• las/os ciclistas no usan ropa reflectante
• las bicis no respetan los semáforos
La experiencia diaria de quienes usamos la bici no coincide en absoluto. Las estadísticas de accidentes, tampoco. Una y otras dibujan un panorama muy diferente de causas:
• los coches van demasiado rápido
• los/as automovilistas no esperan encontrarse con bicis
• las bicis circulan arrinconadas
Ésta es la realidad auténtica. Lo de arriba, la "realidad" que fabrica la DGT con su propaganda. Y nuestro problema es que es aquella la que llega a la gente: se acaba convirtiendo en real, ocultando lo que de verdad pasa en las calles y carreteras.
Así, cuando algún periodista se haga eco de algún atropello mortal, no se preguntará a qué velocidad iba el vehículo a motor o si miró bien antes de incorporarse a otra vía sino si el ciclista llevaba casco o auriculares. No cuestionará a quien atropella sino a quien es atropellado. Esto es extensible a la gente que pase por allí o al personal de policía que haga el atestado.
Sucede en muchos ámbitos de la vida socio-política. En el caso que nos ocupa, la movilidad, el sistema -de la mano de su brazo ejecutor, la DGT- genera una realidad en la que la bici aparece como un elemento molesto, intruso, problemático. Es la bici la que genera los problemas y la respuesta es magnánima: perdonarle la vida... con un precio. Un precio que a quienes conocemos la realidad nos parece injusto pero que a quien vive en la realidad generada le parece lógico y normal.
La Dirección General de Tráfico funciona, así, como sutil aparato de propaganda: no acusa a las bicis de nada sino que asume que son de una cierta manera y habla de lo que tenemos que hacer con ellas. Crea lugares comunes que luego nos son asignados indiscriminadamente y que sirven para justificar restricciones al tráfico en bici: las que ya conocemos, las que nos intentan asignar ahora y las que vendrán.