El viernes pasado os relataba el accidente de tráfico que sufrí hace unos meses mientras me dirigía al trabajo en bici. Esa primera parte del relato concluía con los increíbles poderes telequinésicos que desarrollé tras el golpe en la cabeza........ ay, no, que eso ocurrió en otro universo paralelo, perdón.
Esa primera parte del relato terminaba con mis esperanzas –fundadas, creía yo ingenuamente- de que todo el proceso de reclamación de daños al seguro no sería más que un mero trámite, pues yo circulaba con todas las de la ley con mi semáforo en verde y por el centro del carril derecho, el conductor había reconocido en el instante su culpa, e incluso tenía un testigo que lo había presenciado todo. Un horizonte despejado y luminoso...
La convalecencia
La recuperación de las lesiones discurrió con bastante normalidad. Estuve de baja una semana y media, y los dolores iban disminuyendo con el transcurrir de los días, excepto un persistente y agudo dolor de cabeza que me obligó a realizar un par de visitas al neurólogo y un escáner cerebral para descartar daños mayores provocados por el golpe (los que venían de serie serán obviados en este artículo).
Durante estos días de convalecencia recibí dos o tres llamadas del conductor de la furgoneta para interesarse por mi estado, pero había algo que me escamó en su tono nervioso y en la prisa que parecía tener en terminar las llamadas, como si telefoneara obligado por alguien... igual que cuando tu madre te dice llama a tu tía, la pobre, que le han operado de la cadera y ni has preguntado por ella, con lo que te quiere y aprecia, que mira que eres descastado.
La culpa fue del chachachá... o del navegador
Tras reincorporarme al trabajo, recabé asesoramiento para realizar todos los trámites que concluyeran con la indemnización por daños y lesiones, y el primero de ellos consistía en solicitar una copia del atestado de la policía municipal, pues el parte del Samur ya obraba en mi poder.
A los pocos días lo recibí por correo electrónico y cuál sería mi sorpresa cuando leí, por una parte, que el conductor había declarado que giró a la izquierda asesorado por su GPS y que yo me había saltado mi semáforo en rojo; por otra, que los agentes municipales señalaban que yo no portaba ni casco ni elementos reflectantes.
No os puedo describir con precisión la ira y la impotencia con la que agarré el teléfono y llamé al que yo hasta entonces tenía como arrepentido y confeso temerario conductor:
- ¿Quién es?
- Soy el ciclista al que casi matas hace un par de semanas.
- ¡Ah, ya! ¿Qué tal estás?
- ¿Que cómo estoy?. Perplejo y cabreadísimo. ¿Tú le dijiste a la policía que yo me salté el disco en rojo?
- Es que, como vi que más atrás estaban los coches parados pensé que te lo habías saltado...
- ¿Pero cómo tienes tan poca vergüenza? ¿No te das cuenta de que además de que no es cierto podías haberme matado? ¡¿Pero es que no eres consciente de eso?!
- Bueno, y a mí me pusieron una multa de 200 euros...
- ¡Lo mismito es!
- 200 euros más lo que me depare todo esto.
- O sea, que te pusieron una multa... por el giro prohibido... ¿y por saltarte el disco?
- No, no, yo no me salté el disco, fue por el giro a la izquierda.
- ¿Pero no ves que si yo tenía el disco en rojo tú también lo tendrías en rojo?
- ¡Y yo qué sé!... yo no me lo salté... yo giré a la izquierda y no te vi... yo qué sé...
- Pues que sepas que es una putada, que con tu declaración me estás jodiendo vivo, y que esto no se hace... Ya tendrás noticias mías.
El dolor de cabeza reapareció más intenso que nunca tras colgar el auricular, probablemente porque la tensión en ese momento de furia se me había disparado.
Que este pollo dijera que yo me había saltado el disco estaba mal, muy mal, y probablemente lo hizo aconsejado por el dueño de la furgo que le acompañaba como copiloto y que, a la sazón, era el titular de la póliza de seguro, pero que la policía obviara en su atestado la denuncia por realizar un giro prohibido y que, sin embargo, pusiera tanto celo en destacar que yo no llevaba casco ni chaleco reflectante, eso era un agravio que no podía tolerar y que me colocaba además en una situación bastante delicada.
Ante mi disconformidad con el informe, solicité al Ayuntamiento una ampliación del mismo en el que se recogiera la propuesta de sanción al conductor y en el que se anulara la referencia al casco y al chaleco, porque eso no lo recoge normativa estatal o municipal alguna. Escribir eso en el atestado era tan poco congruente como si hubieran reflejado la marca de mis deportivas o que yo no llevaba un plátano en la oreja.
Mientras esperaba esa ampliación de informe decidí ir a buscar a uno de los testigos del accidente, que en el lugar de los hechos me dijo dónde trabajaba y allí que fui. Javier, al que desde aquí quiero agradecer su colaboración, no dio crédito a lo que contenía el informe policial. Me confirmó que mi semáforo estaba en verde, porque él permanecía parado con su disco en rojo justo en la calle Aguirre, en el cruce con Alcalá. Me contó también que la policía le había tomado declaración y los datos de su DNI, al igual que a dos testigos más, hecho que también brillaba por su ausencia en el informe.
El siguiente paso era contactar con la compañía de seguros del amable transportista. Como yo no tenía seguro de bici tuve que apañarme solito con todos estos trámites, y quizá por eso en la Mutua Madrileña Automovilista pensaron que esto iba a ser un paseo y que me podían torear por chicuelinas sin grandes esfuerzos; para empezar, no habían recibido parte alguno del accidente, y fui yo quien tuvo que iniciar el trámite. Tuve que facilitarles el atestado policial, el croquis del accidente, los informes médicos y el presupuesto de reparación de la bicicleta y les conté que estaba a la espera de una ampliación del informe. Mientras tanto, enviaron un perito al taller de bicis para evaluar el presupuesto y éste dio su conformidad al cien por cien.
Si Kafka levantara la cabeza
Y llegó la esperada ampliación del informe, queridos lectores, y volvió el agudo dolor de cabeza según lo leía. Los policías, menos mal, habían reflejado la sanción al conductor, sí, pero en uno de los puntos no solo se reafirmaban en el tema del casco -alegando que tienen la obligación de reseñarlo en el parte-, sino que mencionaban que el técnico del Samur así lo recomendaba (vamos, como si fuera éste un experto forense) y –atención, que aquí viene lo más grave-, sobre la ausencia de chaleco reflectante señalaban que “podría ser uno de los factores concurrentes para que el conductor hubiese colisionado contra el ciclista” (sic).
Ya sabéis... si os atropellan cruzando un paso de peatones la mitad de la culpa será vuestra por no llevar chaleco reflectante. Si tenéis un accidente con vuestro coche y os golpeáis la cabeza, haberos puesto el casco. ¡Ver para creer!
Sea como fuere, la aseguradora me hizo una oferta de indemnización por daños materiales del cincuenta por ciento de lo presupuestado en el taller, pues se agarraron a ese punto del informe para decirme que, al no llevar chaleco, apreciaban concurrencia de culpas en el siniestro. Sobre los daños por lesiones ni empezamos a hablar, pues mi siguiente paso fue consultar a un abogado para presentar una demanda en toda regla pero de su despacho salí aún más desolado, pues me dijo que, aunque el único hecho demostrable era que el conductor había hecho un giro prohibido, perfectamente podíamos llegar al juicio y perderlo, o que no les condenaran en costas, o.... en definitiva, que me saliera más caro el collar que el perro, y que me aconsejaba negociar con esos señores tan majos de la Mutua.
En enero me pidieron los informes médicos para poder realizar la oferta motivada por lesiones, y yo estaba convencido de que otra vez me iban a ofrecer la mitad del total amparándose en la famosa concurrencia de culpas; al fin y al cabo, si los daños de mi bici eran mi responsabilidad en un cincuenta por ciento, la mitad de mis lesiones también sería achacable a mi mal proceder, ¿verdad?. Pues no fue así. Me propusieron el cien por cien de la indemnización por lesiones.
Después de analizar los pros y los contras de meterme en juicio o cobrar la indemnización -que ascendía en total a un ochenta por ciento de lo reclamado- opté por cobrar los dos talones y dar carpetazo al asunto. En otras circunstancias personales habría ido hasta el final, a degüello, como se suele decir, y luchar por el total de la indemnización por daños aunque me hubiera costado dinero, pero no se daba el caso.
Lo que más me importaba era pasar página, volver a pedalear -no sin antes pasar cierto miedo postraumático- e intentar sacar algo positivo de este desafortunado incidente. Y eso es lo que hay, amigos míos, que las compañías de seguros son sabedoras de su poder y de su influencia, y de la justicia carísima que tenemos en este país, y de todo eso se valen.
También en sus pantallas...
Este artículo solamente describe lo que me ha pasado y los pasos que he dado, probablemente erróneos por desconocimiento, por candidez o por estar mal asesorado, y para enmendarlo hemos preparado una entrada en el blog para aconsejaros qué hacer en caso de que sufráis un percance similar, y en la que os pedimos colaboración para que aportéis toda la información posible y que así a todos nos sirva como referencia para actuar en siniestros de circulación.
Visite nuestro bar (...otra vez he mezclado universos, ¡ay!, es por el golpe, disculpad).