Menú horizontal

Este blog lo escriben exclusivamente voluntarios

¿Echas de menos un tema? Pídelo o escríbelo tú y enviálo a enbici@espormadrid.es y te lo publicamos en un par de días.

Si quieres colaborar sin escribir o si te ha gustado un artículo, puedes invitar a una caña a quien escribe, que siempre hace ilusión.


viernes, 7 de marzo de 2014

Crónica de un accidente ciclista (primera parte)

O de cómo chocar contra una furgoneta y no morir en el intento

El laboratorio de ensayos de En Bici por Madrid no descansa ni de día ni de noche, y por ello experimentamos con frenesí todo tipo de situaciones desagradables para trasladar a nuestros lectores la forma correcta de actuar ante situaciones similares.

Tras los exitosos experimentos ¡Árbol va! y No me pilles, que no te oigo, este sacrificado redactor se sometió al, hasta el momento, desafío más importante de su carrera como ciclante urbano.


Los hechos

El pasado 29 de octubre de 2013 me dirigía al trabajo por mi ruta habitual. Eran las 8:53 de la mañana de un día que amaneció a las 7:41 h y con buen tiempo, por lo que la visibilidad era más que adecuada. Cuando circulaba por la calle de Alcalá con la bici almidoná, a la altura de la confluencia con Castelló, y en sentido hacia la Plaza de la Independencia, una furgoneta Iveco Daily cortó mi trayectoria perpendicularmente y.... ¡catacroc!.

Todo el que conozca la zona sabrá que en ese punto de la calle de Alcalá (sentido Goya) no puedes girar a la izquierda, pues una línea continua y una señal vertical te lo prohíben de forma expresa. Aún así, el conductor decidió que le venía bien hacerlo y no se lo pensó dos veces; si lo hubiera hecho habría comprobado que yo venía de frente, a una velocidad de aproximadamente 34 km/h, y que el impacto era inevitable.

No recuerdo si llegué a frenar o no, pues de repente mi cara impactó contra el retrovisor y el lateral derecho de la furgoneta, y después caí a plomo contra el asfalto. Según me contó un testigo semanas más tarde, el golpe fue sobrecogedor, pues me dijo que la rueda trasera se elevó noventa grados... vamos, que la bici se puso en perfecta posición vertical, y que pensó que me había matado, literalmente.

No llegué a perder el conocimiento, pero tampoco se puede decir que estuviera en plenas facultades tras el impacto. Escuchaba como alguien decía “no lo mováis, no lo mováis, ni se os ocurra moverlo”, pero no le hicieron mucho caso porque lo siguiente que recuerdo es a mí mismo, sentado en una silla de la terraza de una cafetería, rodeado de gente, poniéndome hielo en una pequeña brecha que sangraba en la sien, y el sonido de las sirenas aproximándose: policía, Samur, bomberos (alguien les informó de que estaba atrapado bajo un camión ¡!).

Tenía la impresión de que las emergencias habían tardado menos de un minuto en llegar, pero esa percepción debía ser fruto de mi propia conmoción. Cuando tienes un accidente el tiempo adquiere otra dimensión, y ya no os cuento el espacio-tiempo; ¿qué hago aquí?, ¡qué mañana más rara!, ¿estaré bien?, ¿acabaré en el hospital?, ¿será esto el fin?.

Los daños personales y materiales

El caso es que me metieron dentro de la unidad del Samur y me hicieron las pertinentes pruebas: electrocardiograma, saturación de oxígeno, tensión, limpieza de heridas... y las pruebas neurológicas por parte de una doctora: 

- ¿Cómo te llamas?
- Juan.
- Juan, estás temblando. ¿Tienes frío?
- No tengo frío, es que acabo de tener un accidente.
- ¿Qué día es hoy?
- Martes veintinueve de octubre de dos mil trece.
- ¿Quién es el presidente del gobierno?
- Rajoy.
- ¿Y el anterior?
- Zapatero.
- ¿De qué color tengo los ojos?
- Claros.
- ¿Cómo que claros?
- Claros, los tienes claros.
- Pues vaya respuesta.
- Es que soy hombre.
- Vale, neurológico perfecto. 

El informe que redactaron venía a decir lo siguiente: “Paciente que montando en bicicleta sufre alcance con furgoneta que, según refiere, realiza giro sin verlo. El impacto es frontal. Golpea hemicara derecha con vehículo y luego cae golpeando hemicuerpo izquierdo con asfalto. No pierde el conocimiento. Recuerda lo ocurrido. No cefalea, no vértigos, no clínica asociada. Refiere dolor en hombro derecho a la movilización. Muy nervioso por lo ocurrido (a ver...). Paciente consciente y orientado en los tres espacios, normocoloreado, inicialmente taquipneico y taquicárdico luego normalizada, no sudoroso. Presenta erosiones en zona malar infraorbital derecha sin crepitación ni escalón óseo, hematoma y herida post pabellón auricular izquierdo, herida en frontal lateral derecho supraorbital sin afectación ósea. Neurológico normal".

Lo de normal, bueno... habría disparidad de criterios si consultáramos a mis amigos y familiares, pero más o menos.

El Samur no me llevó al hospital porque, al ser accidente in itinere, debía ir a mi mutualidad por mis propios medios, hecho que no deja de parecerme un tanto exótico, pero no estaba yo para discutir la norma. Salí de la unidad móvil mucho más tranquilo y orientado, y allí me esperaban dos policías municipales y los dos ocupantes de la furgoneta. El conductor se interesó mucho por mi estado, me preguntó si quería que me trasladara la bicicleta a algún sitio, y reconoció que la culpa había sido suya. Me facilitó sus datos en una tarjeta de visita: nombre y apellidos, matrícula del vehículo, número de póliza y nombre de la compañía de seguros...

Todo apuntaba a que esto iba a tener un final feliz pero, ¡ay, queridos lectores!, la pesadilla no había hecho más que comenzar.

Se me acercaron los municipales y...:

- ¿Qué tal estás?
- Bien, bien, un poco magullado pero bien.
- ¿Me puedes dar tu DNI?
- Aquí tiene.
- Juan Manuel... sabes que tenías que llevar casco, ¿verdad?.
- No señor, no tenía que llevarlo.
- Pues sí, es obligatorio.
- Pues me va a permitir que le indique que no hay nada la Ordenanza de Movilidad de Madrid que me obligue a ello.
- Pero lo acaban de aprobar en el Congreso.
- No señor, no lo han hecho. Pero no voy a discutir más porque tengo que irme al hospital.

Los policías y yo nos acercamos a la bici, que amablemente había candado a una valla uno de los testigos del accidente, para evaluar muy por encima los daños, que tras un examen posterior afectaron a: rueda delantera, manetas de cambio y frenos, cinta del manillar, potencia, biela izquierda, portabultos trasero.


Lo que se avecinaba

Durante las horas siguientes, y con toda la adrenalina recorriendo mi organismo, apenas sentía dolor y me encontraba especialmente vigoroso. Tras pasar por otro reconocimiento médico en la clínica de la mutualidad, con radiografías y demás que constataron que no tenía nada roto, tuve energías de sobra para ir a buscar la bici al lugar del accidente, llevarla caminando hasta mi casa, ir incluso al supermercado e instalarme en casa de un familiar por prescripción facultativa, por aquello del protocolo tras un traumatismo craneoencefálico, en el que aconsejan 48 horas en observación por si las moscas.

Ni que decir tiene que esa misma tarde no podía ni mover un dedo, la cabeza me atronaba y me dolían las heridas, sobre todo la de mi oreja izquierda -que iba mutando a oreja de soplillo por minutos- pero, inocente de mí, estaba contento porque al fin y al cabo lo podía contar y estaban las cosas tan claras y a mi favor que la reclamación al seguro del otro conductor iba a ser cosa de coser y cantar... quizá en un universo paralelo.

(continúa en la segunda parte)