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miércoles, 29 de julio de 2015

Vía de la Plata 10. Puebla de Sanabria - A Gudiña

Etapa 10. Puebla de Sanabria - A Gudiña

23 de Abril

Distancia: 56,23 Km
Distancia acumulada: 833,43 km
Desnivel positivo: 1321 m.


Llega lo que en ciclismo profesional llamarían una de las etapas reinas de nuestra “Vuelta Ciclista” particular rumbo a Santiago. Por fin entraremos en Galicia cuando superemos el Alto da Canda. En cualquier caso, siendo 56 kilómetros lo que debemos afrontar, no descartamos llegar un poco más allá, ¿por qué no? Si ya se ha convertido en la dinámica establecida.


En cualquier caso, nos planteamos el día así: vamos a visitar Puebla de Sanabria, que aún queda en el tintero, vamos a superar los puertos y después decidimos, sobre el camino, sobre nuestros pasos. Además en ambos puertos nos dan dos opciones, por carretera para suavizar, o por el camino original, que en este caso nos pintan algo complicados.


Pues ahí vamos, subimos a Puebla de Sanabria, dispuestos a hacer nuestra visita. Es un pueblo de cuento, precioso, establecido en el alto de una colina, y con dos calles principales, una para subir, y una para bajar. Puebla de Sanabria es un micromundo medieval, con sus casas enclavadas en el pasado, el Castillo de los Condes de Benavente, como una increíble fortaleza que guardaba de los portugueses muy cercanos, su iglesia  de Santa María del Azogue, medieval redecorada en siglos posteriores, el Ayuntamiento colocado en una plaza donde te quieres quedar. Puebla de Sanabria es de esos lugares  que se han reservado para convertirse en lugar de cuento... y en lugar de gran afluencia turística. Esta última me mata. Hemos llegado un día y a una hora en la que todo está cerrado. No hay turistas, sólo están los locales en sus tiendas de siempre, y nosotros de cicloturistas perdidos. Los numerosos hoteles y restaurantes aún están cerrados, así que al menos disfrutamos de la soledad de un pueblo que parece de cartón, de esas construcciones elaboradas con cuidado y con tiempo, y bastante reformados. Y con esta especie de relación amor odio por este pequeño pueblo bajamos por la cuesta que no hemos subido, y seguimos nuestro camino. No me gustaría venir aquí un mes de agosto.

Puerta de la Iglesia en la plaza enclavada con el Ayuntamiento. Sus figuras y decoración románicas se combinan con posteriores influencias góticas

Llegamos al Castillo y ya hemos conquistado Puebla de Sanabria. 

Después de esta vista que nos tomamos con calma, pasamos por una tienda en la parte baja para que Fernando pueda comprar pilas. Iniciamos pues nuestro descenso, para entrar en un primer paisaje ciclando paralelos al río Castro. Esto es un festival para los ojos. Y, las cosas como son, a partir de aquí puedo decir que si hemos disfrutado de las vistas en lo que llevamos de camino, Galicia será y más en esta etapa, un viaje que recomendaré a todo el que me lea... aunque tengas que subir dos puertos, y los que te echen.

Estos primeros 10 kilómetros hasta Requejo, donde iniciaremos el ascenso es entonces un bonito paisaje de sombras enarboladas, hojas, río..hasta que topamos con un barrizal lleno de hojas que nos pide malabarismos para cruzar con nuestras bicis. Bueno, Fernando intenta hacer lo imposible y se queda ahí clavado. Antes de Requejo pasamos por Terroso, donde merecen la pena la iglesia y el crucero. Aquí todos los peregrinos paramos para hacer la foto.

Muy cerca de Requejo se encuentra el Bosque del Tejedelo. Un bosque de 139 hectáreas de robles, abedules, con una de las poblaciones de Tejos más importantes de la Península, según pude saber antes de iniciar camino... El camino nos pide seguir, como siempre, así que nos quedamos con esta representación de robledales que atravesamos cerca del río, para poder seguir nuestra etapa.


Antes de salir de este bosque de ribera nos encontraremos con algún tramo de fango, que cada uno pasa como puede. Nuestras bicis van ahora algo más cargadas, la mejor manera de iniciar el ascenso.

En Requejo, antes de ascender decidimos hacer nuestro primer descanso. Apenas llevamos unos 12 kilómetros, pero entre la visita turística, y el ritmo tranquilo apetece parar. Una vez más se instala cierta pereza en el cuerpo sabiendo que ahora llega la hora de la verdad. Empiezan las primeras complicaciones. Tenemos ante nosotros 8 kilómetros de ascenso continuo. No es nada en realidad comparado con lo que hemos hecho en algunas rutas, pero llevamos unos días montando en bici, con alforjas, y ahora se nos plantea una disyuntiva. Como otras veces, nuestra guía nos plantea dos alternativas: el camino original que da un rodeo por la antigua nacional por un firme “roto y pedregoso”, o subir por la nacional pasando por un túnel. En cualquier caso la primera parte está cortada por las obras del AVE, por lo que ahí no quedará más remedio que ir por la nacional. La segunda parte decidimos tomar el camino tranquilo, roto y pedregoso.

Primer ascenso del día

Lo que tienen los ascensos es que te inspiran, a partir de aquí yo empiezo mi pedaleo “made in molinillo”, siempre al mismo ritmo, constante y sin prisa pero sin pausa, y no dejaré de hacerlo hasta llegar hasta arriba. Como casi siempre cuando subes al monte, las vistas son inspiradoras, te olvidas del todo, miras para abajo al asfalto y miras hacia el lado hacia el paisaje. No hace falta nada más. Y mientras vas comentando con tu compañero de fatigas, que hoy acusa los esfuerzos de empuje del día anterior, lo que significa que casi vamos los dos al mismo ritmo, o eso disimula Fernando. Efectivamente el terreno no es fácil en algún tramo, y el porcentaje de desnivel es acusado algunas veces. Pero tenemos la suficiente práctica en estas lides, como para afrontarlo sin que suponga un martirio para ninguno. Mientras subimos y hacemos algunas fotos, nos cruzamos con nuestra pareja de cicloturistas que suben caminando por la otra alternativa. Parece que se les está atragantando. Nos volvemos a plantear que son unos valientes. Apenas llevan entrenamiento y lo afrontan como unos campeones.

Así es como llegamos a una terracita inspiradora en Padornelo para tomarnos la primera cerveza y montarnos el bocata. Por si no lo han advertido ya las fotos, hoy nos hace un día espectacular. Tenemos un cielo azul de primavera que lo facilita todo. Parece mentira que nos hayan caído chaparrones, y que la previsión para mañana sea lluvia. Pero hoy, esta es nuestra tregua. Mientras disfrutamos de nuestro merecido descanso aparecen nuestros amigos a hacer lo mismo que nosotros. Charlamos un rato, él pide consejo a Fernando sobre bicis. Se plantea mejorar la bici que tiene para poder usarla más y motar más a menudo. Ella mientras sufre los rigores de cada mes, y no está siendo un día inspirador. Hablamos de nuevo de nuestras posibilidades de destino, A Gudiña o si todo se da muy bien Campobecerros, 20 kilómetros más allá, aprovechando que hoy es un día bueno. También nos preguntamos por qué camino seguimos, ya de nuevo para subir A Canda. Se trata de una subida más corta, unos cinco kilómetros, en los que deberemos superar 300 m de desnivel positivo.



El camino original describe “una bajada por senda trialera, tramo no recomendable en bici”, para llegar al Santuario de Tuiza, después nos hablan que desde ahí deberemos subir este tramo por zonas “no recomendables para ciclistas”. Nuestros nuevos amigos lo tienen claro, continúan por la nacional. Nosotros nos miramos el uno al otro, y a pesar de que hoy hay cierto cansancio, nos puede tal vez la curiosidad, tal vez el orgullo. Esta vez decido yo, Fernando se abstiene. Vamos por el camino original. A estas alturas hemos aprendido a no fiarnos de lo que nos dicen, ni de lo que leemos, puesto que hemos afrontado todo  sin dificultades, ¿por qué no iba a ser igual?

Desde Padornelo empezaremos bajando primero por carretera hasta Aciberos, unos 3-4 kilómetros que van como la seda. La bajada trialera la evitamos y pasamos por Hedroso, hasta llegar a Lubián, donde de nuevo podremos unirnos por el camino, para visitar el Santuario de Tuiza. Esta parte de bajada es una maravilla, ya en naturaleza y junto al río, estamos integrados mientras vemos allá arriba la nacional y la autopista.

Esta senda desemboca, en medio de la nada y escondido en el Santuario de Tuiza. Se trata de un lugar que inspira para la meditación. El Santuario es un edificio del siglo XVIII, de arquitectura barroca que congrega a los fieles cuatro veces especiales a lo largo del año. Este santuario fue venerado por los segadores gallegos que venían de Castilla antes de atravesar el puerto da Canda. No se trata tanto de la belleza del edificio en sí, sino en lo inspirador de su entorno. Una vez más sientes que te has salido del mundo por un rato y te sientes uno de esos segadores gallegos en camino hacia casa. La explanada que lo rodea, los árboles de su alrededor, y la montaña que nos sigue rodeando. Hemos llegado al punto más bajo, y se encuentra rodeado de los más altos de su entorno. Damos una vuelta al santuario, hacemos cada uno nuestras fotos, una pena no poder incluirlas todas.

La paz que se respira en el Santuario de Tuiza

Con este silencio y entorno de meditación que nos rodea decidimos finalmente emprender camino. Ahora sí iniciamos el ascenso con buena motivación... Ahora iniciamos... Cincuenta metros apenas de subirnos en la bici y zas! Primera dificultad. El camino a seguir es un río con piedras que debemos ir saltando. Han colocado alguna madera para facilitar el salto... de los caminantes. Así pues, nos convertimos en caminantes para atravesar este primer rato dificultoso.

Senda practicable a la salida de Tuiza

Cuando pasas una cosa así, piensas que lo que viene después va a ser mejor, pero los metros pasan y esto no cambia. Me acuerdo de lo que leímos, volver es peor idea. Además, cada vez estamos más en medio del ascenso, esto pica para arriba y tiene piedras realmente no ciclables. Es la primera vez que estamos en un entorno no ciclable de verdad. Según pasamos unos y otros metros a un ritmo lento al que no estamos acostumbrados, voy aumentando la risa nerviosa... ¿cuándo acabará esto?

Ríos, piedras, árboles…auténtico entrenamiento para afrontar trialeras
La cosa parece no mejorar. Y lo que al principio nos ha parecido una auténtica belleza, empieza a convertirse en una broma pesada. Las piedras cada vez son más grandes, y cada vez que nos intentamos subir sobre la bici, vuelve a haber una piedra, río, barro o lo que sea que hacen que haya que volver a bajarse. Ni siquiera Fernando puede ir montado sobre la bici... Aquí ya empezamos con las bromas... ¡te odio! Me suelta Fernando. Esta frase la repetirá mil veces, recordando una y otra vez que esta vez fui yo la atrevida. ¡Te odio! Una vez más. Entre risas y nervios, al menos es buena hora, no hay prisa, luce el sol. No me siento especialmente desanimada. Sabemos que otros han pasado antes que nosotros con sus bicis. No pasa nada, paciencia y a por ello. Cuatro kilómetros para un senderista es apenas una hora. Nos lo tomamos como senderistas. Estamos rodeados de árboles y no sabemos dónde vamos. Esto es precioso. “¡Te odio!”. Yo me río para mis adentros. Probablemente este es el día que Fernando más me odió, pero con mucho cariño. J Bromas aparte, Fernando sabe adaptarse a cualquier entorno, e insisto que la paciencia y el aplomo que desbordamos ambos ante este tipo de situaciones ayudan mucho a que lo que pudo ser una pequeña pesadilla, se convirtiera en un tramo interesante.

Así que seguimos con la misma tónica, con subidas de buen porcentaje, con piedras...Cuando conseguimos ciclar es un alivio tremendo, pero de nuevo viene otro tramo más de bajarse. Algunos saben que me gusta sacar de vez en cuando canciones para cada momento sobre la bici. No es que mi repertorio sea muy amplio, pero hago lo que puedo. Aquí no puedo evitar acordarme de un clásico, Edelweis. Me imagino a la familia Von Trapp surcando los Alpes huyendo de Austria hacia Suiza...”blanca flor de los Alpes...”, y no puedo evitar acordarme de la pobre Gretel sobre los hombros de su padre... pobre capitán... ”que bendigas mi tierra”.

Cargando 27 kg a mis hombros
Poco antes de llegar al final, la cosa ya se pone especialmente complicada. Aquí ya empezamos a trepar, pero aún permite ponerse la bici al hombro, y con mucho esfuerzo levantar un pie, y luego otro, superada la primera piedra, viene la segunda. Apenas 27 kilos sobre mis hombros, estoy fortaleciendo piernas  Y así un poco más. No es la primera vez que me meto en terrenos así. Eso forja espíritus y voluntades. Pobre capitán Von Trapp, ¿qué vidas les esperarían en Suiza?.


Buen humor ante todo y sobre todo. ¡Esto está chupao!!
Y ya poco a poco parece que va abriéndose el paisaje pero aquí Fernando por primera vez se muestra preocupado. No ve más ascenso que un pico que está delante de nosotros. No hay nada peor que saber que tú destino está tan cerca y tan lejos. “Eso sí que va a ser imposible”... ”Se hace camino al andar, no? Pues seguimos. Un tramo más duro y de repente ya estamos arriba. Increíble. Al final no era ese pico. Dicen que los objetivos imposibles hay que dividirlos en objetivos más pequeños, y así se hacen asumibles. Eso es lo que ha pasado. Ya estamos arriba. Ya estamos en Galicia... bueno, cuando superemos el pueblito de A Canda.


Así que afrontamos el último senderito contentos con lo conseguido y muy relajados. Tan relajado se encuentra Fernando que detecta a la primera una culebrilla que pasaba por ahí. No lo duda, agarra un palo, y la coge, “¡Laura, tírale una foto!” ...mientras yo reacciono, la culebrilla le suelta un mordisco y sale pitando. “¡Me ha picado!”. Vaya, pues no hay foto de la culebrilla. Confieso que no tengo el más mínimo interés en estos animalillos, lo que hace que tampoco le preste mucha atención al mordisquito. Fernando hace lo mismo y seguimos camino. Desde el alto bajaremos un poco más de camino, y llegamos al pueblo. Muy pequeño. El brazo de Fernando, donde le ha picado la culebrilla parece que se ha hinchado un poco. Yo muy consciente del asunto le digo que vamos a buscar una farmacia... En este mundo absurdo en un pueblo pequeño te encuentras a una peregrina francesa como única habitante que te dice que ese pueblo no tiene na de na. Lo confirmamos con unos locales. En fin, no pasa nada, buscamos farmacia en el siguiente, A Villavella, donde todavía tendremos que superar alguna subida fuerte.

Este resulta ser otro pueblo pequeño donde tampoco hay farmacia. Todo apunta a que tenemos que llegar hasta A Gudiña, nuestro destino inicial. Con todo y con eso, ni Fernando ni yo nos inmutamos demasiado. Cierto que el brazo se está hinchando, pero... ”si en España no hay serpientes venenosas”, pienso para mí. Feliz y bendita la ignorancia. Llegando a O Cañizo encontramos una ambulancia en la puerta. A quien mejor preguntar donde puede haber una farmacia. Los de la ambulancia, que resultan vivir ahí, están tranquilamente en su casa. Fernando les cuenta su eventualidad, “nada, que me ha picado una viborilla”. Estos señores le recomiendan mejor que se acerque al centro de salud, que está a la entrada de A Gudiña. Allí podrá llamar a urgencias, para que llamen al médico que está de guardia dentro del mismo centro. Así que el muchacho de brazo picado por lo que puede ser una víbora coge de nuevo su bici, dejando a los sujetos de la ambulancia y tira para A Gudiña. En el centro de salud, hace la llamada de rigor, cuenta el evento, le preguntan por la descripción del animalito, y el médico que le atiende telefónicamente decide enviarle una ambulancia... Sí, esa ambulancia. Ahí que se acerca el médico del centro de salud al ver el estruendo, la enfermera, los de la ambulancia, y nosotros dos de cicloturista, explicando que en medio del monte “me ha picado una víbora... no tenía la cabeza triangular, como las de Madrid” (aha, digo yo para mis adentros), pero acababa en cola fina... El médico y los de la ambulancia tienen sus dudas... Lo llevamos al hospital, que está en Verín, a 40 kilómetros de A Gudiña... ¿Y la bici? Yo suelto ahí con cierta inconsciencia, ¿no les cabrá la bici en la ambulancia? No, pero podemos escoltaros bajo vuestra responsabilidad al albergue y ahí nos lo llevamos... Entre vaivenes y dimes y diretes, Fernando me da su teléfono (porque a todo esto, el mío sigue roto y sin uso), y tira para la ambulancia. Laura deberá llevar las dos bicis al albergue, ato una aquí, me llevo otra allá. Qué suerte que Fernando y yo seamos de parecido tamaño.

En el relato que sigue, yo me convierto en peregrina en solitario. La enfermera que anda por ahí me comenta que me puede llevar para ir a buscar la bici de Fernando. Ella va a estar en una terraza. Así que voy, vuelvo, me siento en la terraza con las compañeras del centro de salud,comentamos el evento: “Pero en qué estaba pensando cuando cogió la serpiente?, bueno, si es que son hombres”. Así que acabo de tarde de café con las amigas charlando sobre las virtudes de los hombres.

De ahí me voy con la enfermera en su coche y planificamos el día siguiente. Le cuesta, pero me acaba confesando que ella acaba guardia a las 8 y que me puede llevar en coche a Verín. Así puedo ir a recoger a Fernando y coger un autobús a Madrid, que los hay. Miro hacia atrás al coche... sí la bici cabe... Ella nota mi sutileza... ”Podemos meter aquí la bici”. Entre ella y las compañeras han determinado que el protocolo en estas situaciones obliga a dejar al infectado ingresado en el hospital, así que lo más prudente es asumir que el camino se ha acabado.

Después de esto me vuelvo pedaleando a lomos de la burra de Fernando, y llego al albergue, ato las dos bicis, subo... Noto miradas... ¿cómo es que llevas dos bicis? A partir de aquí empiezan las explicaciones, las deducciones, el cotilleo made in peregrino. De repente todo el mundo sabe de víboras, el antídoto, reposo y hospital, el tipo de víbora que puede ser, porque lo que te encuentras en este monte...

A todo esto, me encuentro a la pareja amiga que acaba de llegar, les vuelvo a contar la historia que ya he contado cuatro veces en un pueblo de no más de 1000 habitantes, ellos se van a duchar, y quedamos en que tal vez nos encontremos para la cena. Yo me doy a dar una vuelta, a ver si asumo lo que está pasando. En esta vuelta me acuerdo que este camino lo iba a realizar en solitario. Y ahora lo estoy. Así que degusto el momento, planteándome cómo habría sido. Concluyo que la gente se acerca a hablarte mucho más cuando estás solo, así que intercambias mucho más con desconocidos (en el rato que estoy en el albergue hablo con al menos 6 personas y con el hostalero y comento con todos la jugada). También que tienes más tiempo para la reflexión, y menos para las risas.

Vistas desde A Gudiña en mi paseo solitario
Después de mi vuelta me dispongo a cenar en un bar que devoro, no olvidemos que he surcado los Alpes con la familia Von Trapp, y al poco entra mi pareja amiga. Nos juntamos a cenar, y charlamos. Vienen de Valencia, siguen convencidos en llegar el domingo a Santiago. Yo les digo que nuestro objetivo era el lunes, sin prisas, aunque hemos adelantado camino. Les cuento mis planes y que nuestro camino se ha acabado. Él, muy sensato me dice, ¿tú crees? Al poco me llama Fernando: “He pedido el alta voluntaria, voy para allá”. Me han dado el antídoto, y me encuentro bien. Hay que seguir camino. Casi sin dejarme responder que yo ya tengo hechos los planes, insiste, cojo un taxi y voy. No hay quien le pare.

Así que acabamos cenando los cuatro, con todo el pueblo preguntándole a Fernando sobre la serpiente, y nos acostamos tarde para ser peregrinos. Decidimos levantarnos un poco más tarde. Al menos que descanse. Yo me acuerdo de que mañana toca lluvia, que tenemos otro puerto de los buenos,  de todos los eventos del día , y no lo veo claro. Nuestros amigos "enbiciados", desde la distancia le recomiendan abandonar. Fernando lo ve clarísimo. Tiene su brazo hinchado y seguimos camino.



Cosas de los Caminos: ¿Ir con tu pareja?

A raíz del añadido sobre si ir solo o acompañado surgió una nueva petición del oyente que pregunta ¿Ir con tu pareja? Cuando me preguntaron esto, para mí la respuesta fue obvia e inmediata, sí. Sin embargo, es cierto es que hay muchos matices a la misma, que conviene formular, para quienes se planteen este viaje.

La respuesta es obviamente sí, si tu pareja es tan amante de la bicicleta como tú, y aún más importante, si entiende viajar en bicicleta de la misma forma que lo haces tú, o entre los dos queréis encontrar esa fórmula en conjunto. Esto en realidad se puede y debe aplicar a cualquier ámbito, no creo que esté descubriendo nada del otro mundo.

Un viaje como este, como otro cualquiera puede ser una fuente de unión o de separación a partes iguales, pero esto es algo tan parecido a cuestiones como la convivencia diaria, o a compartir momentos importantes. Es algo que requiere muchas habilidades y mucho empeño. De nuevo, no creo que esté descubriendo nada nuevo.

Ahora, si tu pareja entiende la bicicleta de forma diferente a como lo haces tú, o simplemente no le gusta montar en bicicleta, mejor no forzar las cosas. Busca unas vacaciones que impliquen gustos en común, y resérvate unos días para viajar con los amigos que montan en bici o en solitario. Esto es algo que practican muchos de mis compañeros de ruta, cuyas parejas no tienen el más mínimo interés ni en salir a la vuelta de la esquina.

O…¿habría que probar? En caminos diversos me he encontrado con parejas que viajaban juntas, que en algunos casos era la iniciación para uno de los dos, habitualmente para ella, las cosas como son. Y sinceramente, en la mayor parte de los casos les he visto disfrutar. Probablemente algunas de las claves están en que el más experimentado o más fuerte sabe que tiene que esperar, y el menos fuerte sabe que tiene que hacer algo más de esfuerzo. Así mismo, me ha pasado a mí cuando he viajado, con mi pareja o mis amigos. Esforzarme un poco más me ha dado buenas recompensas, así que a veces hasta compensa intentarlo.

Al final, como todas las cuestiones de pareja, se trata de diálogo y ponerse de acuerdo, y buscar los momentos para todo, para el incentivo personal y para el de la pareja. Algo que así por escrito parece sencillo, y que en la práctica es todo un arte que requiere cariño, cuidado y mucha fuerza de voluntad. Dicen que uno de los periodos donde hay más rupturas es en torno a las vacaciones.

Y por lo que me han contado algunos, iniciar viajes de estos también te pueden servir para conocer bien a la otra persona. En la convivencia de un camino se ponen a prueba muchas cosas, así que vivir esa experiencia con parejas incipientes es otra forma de darte cuenta de si miras a la vida de una forma parecida, si la convivencia es fructífera, y si a ambos os aporta más beneficios que inconvenientes, que ahí está la clave del asunto, o una de ellas.

La última opción es ir sin pareja, y conocerla en el camino. Me han contado que eso también pasa.

El debate está abierto. Y tú, ¿irías con tu pareja?


¿Quieres seguir la historia? Aquí tienes las otras etapas:

Etapas 0 y 1, Etapa 2, Etapa 3, Etapa 4, Etapa 5, Etapa 6, Etapa 7, Etapa 8, Etapa 9

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