Esta confrontación debe ser analizada a fondo con el fin de establecer caminos que garanticen la alianza entre dos formas de locomoción con intereses y objetivos comunes, aunque con necesidades espaciales, velocidades y pautas de desplazamiento diferentes. Por resumirlo en una frase, la bicicleta debe ser considerada en esencia como un vehículo que circula, con vocación de utilizar las calzadas junto al resto de los motorizados, en los espacios urbanos, mientras que los viandantes transitan y están en un espacio que, mayoritariamente, debe ser segregado para ellos, salvo en condiciones muy restrictivas de velocidad de los vehículos.
Rastreando los conflictos detectados se pueden encontrar varias causas políticas, normativas, culturales y técnicas. La más obvia, pero a veces más olvidada, es que se está muchas veces ofreciendo un lugar para la bicicleta a partir del espacio peatonal, en vez de obtenerlo de la calzada o la banda de aparcamiento.
Otras veces, el espacio ciclista se adosa a una acera de dimensiones indignas o insuficientes para los flujos peatonales existentes, estableciéndose así un agravio peatonal significativo que se salda con conflictos y con el empleo del nuevo espacio ciclista por parte de los viandantes. Se trata, por tanto, de opciones tecnicopolíticas que anuncian desde su origen la confrontación viandantes-ciclistas.
Pero hay otras decisiones de un perfil todavía más técnico que también están contribuyendo a la señalada fricción. Unas de ellas tienen que ver con algunas pautas muy extendidas de tratamiento del viario en nuestras ciudades y, en particular, con la tendencia a buscar el incremento de la capacidad y la velocidad mediante la conversión de las calles en canales de un solo sentido de circulación. Las personas que utilizan la bicicleta se ven muy perjudicadas por el incremento de velocidades y rodeos derivados de esa opción de gestión del viario y, en consecuencia, tienden a realizar trayectos a contramano por las aceras.
Las características técnicas de las vías ciclistas también pueden inducir en ocasiones una fricción innecesaria con los viandantes, por ejemplo, mediante el recurso excesivo a vías bidireccionales (con circulación ciclista en ambos sentidos), que tienden a fomentar una lógica peatonal del ciclista y alejarlo de la lógica circulatoria normal. Las vías bidireccionales, además, suponen dificultades añadidas para un diseño adecuado de los cruces peatonales y ciclistas, y la creación de un mayor efecto barrera para los viandantes.
De las diferentes tipologías de vías ciclistas, obviamente, la de acera-bici es la que tiene una mayor propensión a la fricción peatonal, mientras que las pistas bici segregadas de motorizados y viandantes suelen ofrecer una mayor claridad de dominio ciclista, y los carriles bici en calzada no cuentan con ese potencial conflicto.
Hay también detalles técnicos aparentemente menores que están en el origen de algunas de las fricciones. Por ejemplo, la ubicación de la vía ciclista y el espacio peatonal se invierte con muchísima frecuencia por desconocimiento o comodidad, de manera que son los viandantes los que se sitúan junto a la calzada y los ciclistas junto al límite edificado. Esa ubicación genera numerosos conflictos y cruces innecesarios, contribuyendo a la pérdida de la prevalencia peatonal en las aceras.
Es evidente que las fórmulas que permiten integrar la bicicleta en el tráfico mediante medidas de calmado, de reducción del número y la velocidad de los vehículos motorizados, son las que mejor previenen contra ese roce viandante-bicicleta. Pero, desafortunadamente, ni siempre es posible en la situación actual homogeneizar a rangos razonables las velocidades de ciclistas y vehículos a motor, ni la cultura de la bicicleta suele estar tan madura en las ciudades españolas como para prescindir completamente de las vías segregadas.
En efecto, la decisión sobre la creación de una red de vías ciclistas con un cierto grado de segregación, al menos en los tramos de mayor densidad y velocidad de los automóviles, es de carácter estratégico y cultural. Como se ha señalado más arriba, la bicicleta tiene su sitio en la calzada, pero, mientras que una buena parte de esta no se encuentre preparada para pedalear y las personas perciban excesivo riesgo en utilizarla, no parece haber más remedio que conformar una red básica de vías suficientemente segregadas que dinamice poco a poco una nueva cultura de la bicicleta urbana. Sin descuidar por ello lo que ocurre en el resto del viario.
Pautas a seguir
La explosión de las bicicletas públicas en algunas ciudades como Barcelona o Sevilla ha conducido también a un incremento de la tensión viandantes-ciclistas como consecuencia del miedo de una parte de los nuevos usuarios a emplear la calzada. En este caso también, lo que hace falta es establecer medidas que devuelvan poco a poco a los ciclistas a su espacio natural, bien a las vías propias, bien a las calzadas, liberando las aceras para los viandantes.
En ese esfuerzo hay acciones que pueden ayudar y acciones que pueden ser contraproducentes. Puede ayudar a crear condiciones sociales y culturales de mayor respeto y convivencia la existencia de pactos de movilidad y foros de consenso entre las organizaciones de viandantes y las de ciclistas, como, por ejemplo, el que generó el manifiesto conjunto entre Barcelona Camina y Amics de la Bici titulado expresivamente “Abans de tot, les persones. Manifest de vianants i ciclistes per una ciutat més humana”, firmado en 2003.
Por el contrario, puede ser contraproducente la aprobación de normativas (ordenanzas de movilidad ciclista) que ofrezcan derechos excesivos de circulación a las bicicletas en espacios peatonales, estimulando comportamientos y velocidades inadecuados –al menos entre un grupo minoritario de los que pedalean–, que no se corresponden con la prioridad peatonal.
Para evitar la confrontación entre los potenciales aliados hace falta establecer una estrategia cuidadosa de promoción de la bicicleta, integrada en una política global de movilidad sostenible con protagonismo de los viandantes; una estrategia que ofrezca alternativas a los ciclistas sin recurrir al agravio peatonal; que genere paso a paso una nueva cultura de la movilidad, no solo en el discurso político, sino, sobre todo, en los comportamientos ciudadanos.
Una estrategia, en definitiva, que permita atravesar esa cortina de humo verde que, a menudo, oculta las políticas de movilidad, urbanísticas y territoriales de fondo que van minando un futuro menos dependiente del automóvil.
Extracto del reportaje Viandantes y ciclistas: atravesando la cortina de humo verde en la revista "Ingenería y Territorio".
Alfonso Sanz Alduán.
Experto en movilidad sostenible
Consultor del Grupo de Estudios y Alternativas 21 (gea21)
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