"Por qué no usaré casco cuando vaya en bici por mi ciudad, aunque sea obligatorio"
Vaya por delante que estoy en profundo desacuerdo con la intención del actual gobierno del estado español de la imposición normativa del uso de un casco a cualquier persona que pedalee. Personalmente no tengo fobia al uso de un casco cuando considero que la actividad que realizo así lo requiere, como cuando hago escalada. Soy ciclista habitual, aunque no me acomode al calificativo, y desde luego no me considero “deportista”, en ninguna de la larga lista de las variantes deportivas regladas que implican el uso de una bicicleta, aunque no pueda evitar gozar de cierta forma física por el asiduo uso que hago de mi montura. Me gusta considerarme a mí mismo como una suerte de ciclonauta, viajero espacio-temporal, necesariamente circunscrito a la parte sólida de la troposfera. De esa forma considero mi bicicleta como una extensión de mi propio esqueleto, una suerte de inteligentísima prótesis capaz de perfeccionar y potenciar al máximo mi propio aparato locomotor, con el que vine “de serie”.
Tengo la edad suficiente como para haber vivido de lleno el boom del “mountain-bike” de los años ochenta, que, con sus pros y sus contras (hasta el día de hoy), vino a resucitar la cultura ciclista en nuestro país, dado que el desarrollismo precedente había acabado con toda la tradición de cultura ciclista anterior, cosa que no sucedió en otras áreas de Europa (sí, claro, Holanda, Alemania, Dinamarca…), relegando el uso “propio” de una bicicleta al ámbito exclusivamente deportivo, a los juegos infantiles o a los individuos que no habían alcanzando el nivel económico suficiente como para motorizarse. Quedan secuelas de ello en la mentalidad de amplias capas de población, no sólo entre los que vivieron la posguerra, en una sociedad que, por otra parte, manifiesta otros preocupantes signos de subdesarrollo (social).
Durante aquellos años ochenta yo buscaba incansablemente un tipo de bicicleta que aquí sencillamente no existía, el tipo medio de bicicleta urbana que se había venido fabricando y usando sin discontinuidad durante todo el siglo XX en los ámbitos europeos citados. Si no querías ni una bici de carreras, ni una bici de "montaña”, el vendedor te miraba como a un bicho raro, algo parecido a lo que me sucedió cuando busqué mi primer sillín de cuero. (Luego vino la globalización, Internet, etc. y las cosas cambiaron mucho). Me acabé comprando una “mountain-bike” y, claro, la fui “urbanizando” paulatinamente según mis gustos.
Por entonces se pusieron en circulación los primeros cascos para ciclista “modernos”. Hasta entonces sólo existían las “chichoneras”, una suerte de gorrito compuesto de tiras mullidas, que usaban los corredores en las carreras que se preveían caídas (como los velódromos). Los primeros cascos de polietileno expandido eran sólo eso, “corcho blanco”, cubierto con una telita de licra desmontable y lavable con finalidad estética y publicitaria. Eso no significa que fueran aditamentos poco serios, al contrario, estaban diseñados y testados exhaustivamente, adecuándose perfectamente al uso para el que estaban pensados. Yo tenía, y aún conservo, uno de esos cascos, y ciertamente me lo ponía en mis salidas al campo y cuando preveía algún riesgo superior de caídas.
Con los años los diseños fueron evolucionando, pero conservando aquel origen tecnológico en que la base de protección contra impactos sigue siendo el poliestireno, aunque actualmente no sólo hay una variedad de modelos casi infinita sino que hay múltiples categorías, pensadas para muy diversos usos de una bicicleta, si bien (que yo sepa) todavía no se ha creado NINGUNO con la finalidad de proteger al ciclista frente a los avatares del tráfico. De esa forma encuentras cascos de paseo, cascos de montaña, cascos de descenso, cascos integrales, cascos de carreras… la lista es muy larga y seguro que muchos sabéis más que yo. Invito a cualquiera a que vea algún video de You-tube que muestra los efectos de probar el casco ciclista más sofisticado cuando le pasa por encima un automóvil.
Lo de imponer reglamentariamente el uso de “un casco ciclista” a cualquier persona que pedalee me parece una clara meada fuera de tiesto, tan notable como equipararlo con sistemas de seguridad pasiva reconocidos y probados, en la seguridad vial y que juciosamente se han prescrito de forma normativa para el tráfico motorizado, como el cinturón de seguridad y el casco para motocicletas.
Tampoco se me escapan las perversas intenciones que se esconden detrás de tal medida, muy alejadas de una preocupación real por la salud del ciclista. A pesar de todo ello mi adicción a la bici es tan fuerte que a mí no van a conseguir desanimarme con esta jugada tan predecible e infantil.
En la actualidad me limito a cumplir con el reglamento, en lo que al “casco” respecta, calzándomelo en vías interurbanas y en caminos, en el primer caso por imposición normativa y, en el segundo, para usarlo con la finalidad con la que fue creado este elemento de protección. Es muy probable que, en breve, debaponérmelo igualmente en mis trayectos urbanos. La cuestión entonces se limita a ¿qué pienso hacer entonces?.
La respuesta a esta pregunta parece que a muchos les genera no pocos conflictos morales, igual que, sorprendentemente, a otros autodenominados “ciclista habituales” también se los generan el hecho de que no sea todavía obligatorio, a día de hoy, para todos los que pedaleen. En mi caso, aunque tengo las ideas y el juicio muy claro, y sin que se me haya argumentado nada convincente, acataré la norma, como resultado lógico de un sencillo balance de pros y contras.
Empezaré por los contras, mientras no me hagan llevar un pesado y agobiante casco de dos kilos que haya superado los testes “EuroNCAP” y se conformen con un modelo acorde con la norma industrial vigente, pues llevaré mi casco sin mayor problema, eso sí, algo haré para manifestar mi protesta, ejerciendo mi libertad de expresión (hasta ahí podíamos llegar) de la forma más sarcástica y humorística que pueda (un casco de juguete de vikingo pegado, unas orejas de Mickie…).
No me voy a enloquecer, no voy a pensar que gozo de más seguridad, no voy a correr mayores riesgos creyendo que voy adecuadamente protegido, no voy a hacer apología de su uso diciendo que sólo se puede hacer exactamente lo que yo hago, eso se lo dejo a los necios.
Los pros, pues sencillamente, evitar la persecución policial y las sanciones, y que conste que no le temo tanto a la represión como a la arbitrariedad. Ahora son muchos los ayuntamientos que aseguran que no impondrán sanciones aunque se apruebe esa normativa, lo siento, yo no me quiero exponer a que cualquier guardia revirado haga uso discrecional de sus facultades como “autoridad” sobre mí, a su antojo. Prefiero vacunarme y evitar dolores de cabeza. Ya lo he dicho, lo tienen que hacer mucho mejor para desanimarme a usar mi bicicleta, mi adicción es muy severa.
Además conseguiré que, si algún automovilista me asesina, no resulte encima ser yo el responsable por “haber cometido la negligencia de no llevar el casco obligatorio”, tampoco tendrán excusa los seguros para reducirme o anularme la legítima indemnización que me correspondería y ningún juez podrá hacerme correr con los gastos de reparación del capó de ese BMW que tuvo a bien abrazarme impetuosamente cuando esperaba frente a aquel semáforo rojo.
No lo dudéis, la tradición es muy fuerte, en un país en que es norma que el responsable de un accidente de tráfico suela ser el fallecido, en un país en que la “autoridad” siempre trabaja a la perfección y todo lo hace “por tu bien”, donde las administraciones no tienen ninguna culpa de la siniestralidad (los puntos negros son invenciones de los revoltosos), en un país en que, tras un accidente con fallecidos siempre se cita los que no llevaban puesto el cinturón de seguridad, como apuntando al origen del siniestro… en este contexto, digo, van a entrar a saco contra el ciclista, son ya demasiados los que disimulan peor sus verdaderas intenciones de apartar las bicis de la calzada, estamos tocando las narices a demasiada gente, somos imparables, cada vez más y más y todo esto choca de frente contra atavismos de sociedad atrasada.
Tengo la edad suficiente como para haber vivido de lleno el boom del “mountain-bike” de los años ochenta, que, con sus pros y sus contras (hasta el día de hoy), vino a resucitar la cultura ciclista en nuestro país, dado que el desarrollismo precedente había acabado con toda la tradición de cultura ciclista anterior, cosa que no sucedió en otras áreas de Europa (sí, claro, Holanda, Alemania, Dinamarca…), relegando el uso “propio” de una bicicleta al ámbito exclusivamente deportivo, a los juegos infantiles o a los individuos que no habían alcanzando el nivel económico suficiente como para motorizarse. Quedan secuelas de ello en la mentalidad de amplias capas de población, no sólo entre los que vivieron la posguerra, en una sociedad que, por otra parte, manifiesta otros preocupantes signos de subdesarrollo (social).
Durante aquellos años ochenta yo buscaba incansablemente un tipo de bicicleta que aquí sencillamente no existía, el tipo medio de bicicleta urbana que se había venido fabricando y usando sin discontinuidad durante todo el siglo XX en los ámbitos europeos citados. Si no querías ni una bici de carreras, ni una bici de "montaña”, el vendedor te miraba como a un bicho raro, algo parecido a lo que me sucedió cuando busqué mi primer sillín de cuero. (Luego vino la globalización, Internet, etc. y las cosas cambiaron mucho). Me acabé comprando una “mountain-bike” y, claro, la fui “urbanizando” paulatinamente según mis gustos.
Por entonces se pusieron en circulación los primeros cascos para ciclista “modernos”. Hasta entonces sólo existían las “chichoneras”, una suerte de gorrito compuesto de tiras mullidas, que usaban los corredores en las carreras que se preveían caídas (como los velódromos). Los primeros cascos de polietileno expandido eran sólo eso, “corcho blanco”, cubierto con una telita de licra desmontable y lavable con finalidad estética y publicitaria. Eso no significa que fueran aditamentos poco serios, al contrario, estaban diseñados y testados exhaustivamente, adecuándose perfectamente al uso para el que estaban pensados. Yo tenía, y aún conservo, uno de esos cascos, y ciertamente me lo ponía en mis salidas al campo y cuando preveía algún riesgo superior de caídas.
Con los años los diseños fueron evolucionando, pero conservando aquel origen tecnológico en que la base de protección contra impactos sigue siendo el poliestireno, aunque actualmente no sólo hay una variedad de modelos casi infinita sino que hay múltiples categorías, pensadas para muy diversos usos de una bicicleta, si bien (que yo sepa) todavía no se ha creado NINGUNO con la finalidad de proteger al ciclista frente a los avatares del tráfico. De esa forma encuentras cascos de paseo, cascos de montaña, cascos de descenso, cascos integrales, cascos de carreras… la lista es muy larga y seguro que muchos sabéis más que yo. Invito a cualquiera a que vea algún video de You-tube que muestra los efectos de probar el casco ciclista más sofisticado cuando le pasa por encima un automóvil.
Tampoco se me escapan las perversas intenciones que se esconden detrás de tal medida, muy alejadas de una preocupación real por la salud del ciclista. A pesar de todo ello mi adicción a la bici es tan fuerte que a mí no van a conseguir desanimarme con esta jugada tan predecible e infantil.
En la actualidad me limito a cumplir con el reglamento, en lo que al “casco” respecta, calzándomelo en vías interurbanas y en caminos, en el primer caso por imposición normativa y, en el segundo, para usarlo con la finalidad con la que fue creado este elemento de protección. Es muy probable que, en breve, debaponérmelo igualmente en mis trayectos urbanos. La cuestión entonces se limita a ¿qué pienso hacer entonces?.
La respuesta a esta pregunta parece que a muchos les genera no pocos conflictos morales, igual que, sorprendentemente, a otros autodenominados “ciclista habituales” también se los generan el hecho de que no sea todavía obligatorio, a día de hoy, para todos los que pedaleen. En mi caso, aunque tengo las ideas y el juicio muy claro, y sin que se me haya argumentado nada convincente, acataré la norma, como resultado lógico de un sencillo balance de pros y contras.
No me voy a enloquecer, no voy a pensar que gozo de más seguridad, no voy a correr mayores riesgos creyendo que voy adecuadamente protegido, no voy a hacer apología de su uso diciendo que sólo se puede hacer exactamente lo que yo hago, eso se lo dejo a los necios.
Los pros, pues sencillamente, evitar la persecución policial y las sanciones, y que conste que no le temo tanto a la represión como a la arbitrariedad. Ahora son muchos los ayuntamientos que aseguran que no impondrán sanciones aunque se apruebe esa normativa, lo siento, yo no me quiero exponer a que cualquier guardia revirado haga uso discrecional de sus facultades como “autoridad” sobre mí, a su antojo. Prefiero vacunarme y evitar dolores de cabeza. Ya lo he dicho, lo tienen que hacer mucho mejor para desanimarme a usar mi bicicleta, mi adicción es muy severa.
Además conseguiré que, si algún automovilista me asesina, no resulte encima ser yo el responsable por “haber cometido la negligencia de no llevar el casco obligatorio”, tampoco tendrán excusa los seguros para reducirme o anularme la legítima indemnización que me correspondería y ningún juez podrá hacerme correr con los gastos de reparación del capó de ese BMW que tuvo a bien abrazarme impetuosamente cuando esperaba frente a aquel semáforo rojo.
¡No se lo pongamos fácil!, ahora es el casco, soportable, ya veremos cuando quieran imponernos el seguro, impuestos de circulación o dos señaleros con banderines rojos por delante y por detrás. ¡Las bicicletas son un peligro!, gran verdad, pero no tienen ni idea hasta qué punto.