Peatones que cruzan sin mirar y otros imprevistos
Todos, unos más y otros menos, hemos cruzado alguna vez sin utilizar la vista. Vamos caminando por la acera de una calle tranquila, generalmente de un solo sentido (¿será precisamente por esto?), dándole vueltas a nuestros pensamientos o charlando sin más con otro homínido cuando, de repente, decidimos cruzar porque hemos visto un escaparate de lo más atractivo justo al otro lado de la calzada.
En ese momento, y así de ensimismados, activamos los pabellones auditivos y nos lanzamos a cruzar sin mirar; ¿para qué lo vamos a hacer si ya hemos oído que no hemos oído nada?... si no hay sonido de motor, no hay peligro; cruzamos, pues.
La mayoría de las veces que hacemos esto llegamos a la acera de enfrente sin problemas. Cuanto más éxito obtenemos con esta técnica más la ponemos en práctica pero, claro, llega un día en que todo se tuerce y...
El caso del camarero y su pesto asesino
Justo entre un coche y una furgoneta que estaban aparcados a la derecha surgió un camarero del restaurante Momo, cargando sobre sus manos con sendos platos de cintas al pesto, y decidió que aquel momento era el idóneo para cruzar la calle y transportar la rica pasta a unos clientes del gimnasio de enfrente. Su sistema infalible le indicaba que podía cruzar con toda tranquilidad pues ver no veía mucho -se lo impedía la furgoneta aparcada a su izquierda- pero el silencio era casi pleno, tan solo empañado por el ruido de la lluvia sobre Madrid.
No tuve tiempo ni de frenar ni de esquivarlo y, aunque no lo atropellé de lleno, sí que conseguí dejar sin comida a los señores del gimnasio, puesto que mi bici y un servidor impactamos sobre los brazos del camarero; resultado: las cintas al pesto, bien calentitas, sobre mi abrigo y mi bicicleta; los platos, bien relimpios y hechos añicos sobre el suelo; el camarero, con cara de susto y con sus brazos aún en posición horizontal.
El muchacho me pidió mil perdones, me trajo quinientas servilletas para limpiarme y los clientes tuvieron que esperar un rato más para poder comer su pasta, mientras yo iba dejando un rastro de olor a pesto por toda la ciudad hasta que por fin pude llegar a casa, empapado y con el susto todavía en el cuerpo.
En este encuentro ciclo-gastronómico nadie resultó herido pero, como le dije al camarero, en lugar de una bici podía haber sido un coche eléctrico, o un taxi híbrido de los que abundan en Madrid, y las consecuencias podrían no haber resultado tan cómicas.
El timbre, ese gran olvidado
Como peatones debemos prestar mucha atención cuando vayamos a cruzar una calle, usando dos sentidos o más al hacerlo, que para eso están. Como ciclistas, hemos de tener mil ojos con los peatones que cruzan sin mirar, sobre todo en las calles estrechas y especialmente en las que tienen muchos comercios. La actitud siempre recomendable de circular por el centro del carril y a una velocidad moderada nos ayudará, además, a tener cierto margen de reacción cuando nos surjan estos imprevistos, sin olvidarnos de hacer uso del gran ausente en el equipamiento de tantas bicicletas: el timbre, que ya sé que no es cool, ni fashion, ni es tendencia, vale... pero funciona y, además, es obligatorio.
Si queréis comprobar hasta qué punto los peatones cruzan (cruzamos) sin mirar, no tenéis más que utilizar el carril bici de la Puerta del Sol, sentido oeste, para daros cuenta del peligro que supone, con el agravante en este caso de que discurrimos en sentido contrario al tráfico motorizado. El peatón aquí sólo está pendiente de no ser atropellado por los taxis y buses turísticos que vienen desde la calle Bailén.
Hace unos meses recibimos en el buzón del blog la consulta de Emilio, un experimentado ciclista urbano que nos comentaba los pocos problemas que le surgían a diario con los coches en comparación con la infinidad de ocasiones en las que los peatones le surgían de la nada y se cruzaban en su camino. Al finalizar su correo nos pedía consejo para afrontar estas situaciones y no se nos ocurrió mayor perogrullada que aconsejarle que, por encima de todo, evitara el atropello indiscriminado de viandantes.
Cuando os encontréis con estos imprevistos, por favor, no gritéis al peatón infractor, pues éste se quedará tieso en mitad de la calzada cual conejo deslumbrado en la autopista. En lugar de recriminar su actitud, al tiempo que lo esquiváis, podéis decirle amablemente que tenga cuidado en próximas ocasiones. Por favor y gracias funcionan siempre a las mil maravillas.
¡Pero mucho ojo!: el peligro no se encuentra únicamente en los peatones, pues cada vez somos más los que nos movemos en bici a diario y el mismo susurro que emite nuestra bicicleta es el que producen los demás ciclistas y los coches de propulsión eléctrica, con lo que tendremos también que acostumbrarnos a no fiarnos de nuestro oído a la hora de evaluar la presencia de otros vehículos a nuestra espalda, o en los cruces sin semáforo, rotondas y demás.
Circular sin hacer apenas ruido es una delicia pero... ojos claros, serenos, si de un dulce mirar sois alabados.... mirad al menos, y así evitaremos entre todos ser atropellados y/o atropellar a peatones y otros ricos manjares.