Menú horizontal

Este blog lo escriben exclusivamente voluntarios

¿Echas de menos un tema? Pídelo o escríbelo tú y enviálo a enbici@espormadrid.es y te lo publicamos en un par de días.

Si quieres colaborar sin escribir o si te ha gustado un artículo, puedes invitar a una caña a quien escribe, que siempre hace ilusión.


martes, 15 de octubre de 2013

Ciclistas de pocas luces

O de cómo echar siempre la culpa a los demás 

Un chiste de los viejos: va Jaimito (ya entrado en años) a todo trapo por la autopista y escucha en la radio que por esa vía se ha detectado la presencia de un conductor suicida circulando en sentido contrario. Jaimito, todo alterado, grita: ¿Pero qué dicen? ¿Un conductor suicida? ¿Uno solamente?... ¡pero sin son cientos! 

No sería descabellado comparar la confusión de este Jaimito maduro con la que padece la inmensa mayoría de los ciclistas que pululan por Madrid. Mientras se saltan semáforos en rojo y pasos de cebra, hacen zigzag entre los coches, o se suben a la acera a toda velocidad, estos cicleatones están convencidos de que el tráfico motorizado es su enemigo y que tras el volante de cada vehículo hay un asesino esperando el momento de espachurrarlos. Piensa el loco que los locos son los demás.

Seguramente el origen de esta poco civilizada forma de circular sea el miedo al tráfico rodado o alguna mala experiencia al manillar pero, ¿quién no se ha llevado alguna vez un susto por culpa de un conductor irresponsable al volante?, ¿o a quién no le han hecho alguna vez la madre de todas las pirulas?. Todos hemos pasado por ello, ciclistas y no ciclistas, y si no preguntad a cualquiera que pase horas y horas conduciendo un taxi, una furgoneta de reparto o un autobús urbano; sin embargo, esto no ha provocado que los conductores se pasen al lado oscuro y comiencen a saltarse semáforos y a moverse a toda velocidad por las aceras, ¿verdad?. 

Este comportamiento incívico es defendido aún por muchos, y también podríamos enredarnos en el eterno debate de la debilidad del ciclista frente a los demás vehículos y las razones que justificarían esta conducción mal llamada defensiva, pero lo que no tiene explicación alguna es la cantidad de ciclistas que sufren por partida doble esta ausencia de luces: no hay rastro de ellas ni en su neocórtex cerebral ni en la máquina que cabalgan. Los podemos encontrar tras el ocaso por cualquier arteria principal de la ciudad, circulando sin luz roja trasera ni blanca delantera -obligatorias e imprescindibles-, muchas veces por el carril Bus-Taxi-Motos, como apariciones fantasmagóricas, acumulando puntos para que más pronto que tarde su bici de colores se convierta en una absurda bici blanca amarrada a una valla a modo de fúnebre homenaje: aquí murió un descerebrado. 

Otro modelo de ciclista asalvajado es aquél que los fines de semana se forra de lycra hasta las orejas y a toda velocidad se dedica a espantar peatones y otros ciclistas que tranquilamente disfrutan del anillo verde o de Madrid Río. No les falta detalle: casco, mallas, gafones supersónicos, mochila de agua y dos bidones de reserva (no vayan a morir deshidratados en su hazaña por el desierto madrileño). De vuelta a casa mantienen su endiablado ritmo por las aceras mientras echan pestes de los automovilistas. Los locos siguen siendo los otros, los demás... 


Hay más ejemplos, muchos más, de comportamientos absurdos: los que circulan por la acera sobre una bici eléctrica, los que también por la acera tienen la osadía de tocar el timbre a los peatones para que se aparten, los que -qué casualidad, también por la acera- visten chaleco reflectante, casco y protecciones para afrontar quién sabe qué tipo de hazaña bélica.

La triste realidad es que, ya sea por el miedo, por la ignorancia, o por la falta de información y educación, más del 90 por ciento de los ciclistas urbanos incumple sistemáticamente todas y cada una de las normas de circulación. Tanto es así que, en las contadas ocasiones en que otro ciclista se para a mi lado porque hay un semáforo en rojo, comienzan a caerme unos lagrimones como peras de la pura emoción, y llevo sin llorar unos cuantos meses aun montando a diario. 

Por el contrario, y afortunadamente, puedo asegurar que un tanto por ciento similar o mayor de los que conducen a motor cumplen todas y cada una de estas normas y, además, respetan al ciclista. ¿Quiénes son, pues, los peligrosos?. Señoras y señores, usuarios todos de las vías públicas: dejemos de ver la paja en el ojo ajeno y demos ejemplo con nuestra actitud. Hay que sacar las bicis a la calzada, los vehículos de motor han de compartir este espacio y los peatones han de circular con libertad y sin temor por las aceras. Circular en bici por Madrid es más un placer que una actividad temeraria, pero para eso hay que vencer el dichoso miedo. 

Quizás muchos se deban plantear que desplazarse en bici no es obligatorio, pero si lo hacemos tenemos que observar las normas de circulación. Es una simple cuestión de respeto y convivencia y, además, los semáforos en rojo siempre nos vienen fenomenal para retomar el aliento y disfrutar del paisaje urbano.