
A veces sale la pregunta de cómo una mujercilla sedentaria como yo empezó a montar en bici, y cómo llegué de no pasar la segunda cuesta de la Casa de Campo a hacer 1000 km de Madrid a La Coruña en 13 etapas, subir la Bola del Mundo sin bajarme de la bici después de pasar la noche pedaleando, o hacer 150 km con 2500 de desnivel positivo y no morir en el intento.
Esta idea viene dada también por preguntarme por qué hay tan pocas mujeres que monten en bicicleta y muchas menos que se planteen participar en marchas ciclistas, ahora que algunos me tientan con participar en el Soplao.

Y creo que empecé, entre otras cosas, por ayudar a otra persona. Así somos. Creía profundamente en que mi ayuda y mi empeño bajarían su peso y su colesterol. Al mismo tiempo, me podía la bucólica imagen de moverme camino arriba camino abajo a visitar a mis padres y otros menesteres como hacer la compra, menos coche, y menos contaminación. Y así fue, me regalaron una bicicleta que cumplía con creces esa voluntad de contacto con el mundo rodatorio. Y así fue, mi compañero bajó su nivel de colesterol.
Otro gran hito en este proceso fue la unión de dos circunstancias, recorrer las calles de Montréal en bici, ver que es fácil, que abarcas la ciudad y la haces tuya.
Luego vendrían los viajes. Compartir un espacio así con los amigos fue más que un descubrimiento, y en ese momento me prometí que habría más como ese.

Un par de años después de mis inicios motivacionales me encontré con varias circunstancias que me llevaron a dar un gran salto. Inicio de reducción de jornada, crisis, subida de precios en abonos transporte… Leí que esa subida de precios motivó a la gente a sacar sus bicis a la calle, bendita subida (y que no me oigan!!)... Desde ese verano de 2012 las bicis en la calle no han parado de aumentar. Así que me dispuse en mis primeros días de libertad temporal el modo más adecuado de llegar desde Aravaca a Leganés. Eché mano de mapas y recomendaciones de 'en bici por madrid'.
Ya en esos días planificaba con mi compañero hacer el Camino del Ebro, y eso necesitaba un poco de entrenamiento. Dicho y hecho. Caminé a Leganés y me encontré que aquello era mucho más fácil de lo que lo pintaban. Había que repetirlo, sobre todo de vuelta del trabajo. Me sentí una exploradora que acababa de descubrir un gran privilegio. Todavía me sigo sintiendo así, aunque hoy sé que somos muchas con ese privilegio compartido. Miro a los coches desde los puentes de la M40, y me doy cuenta de haber descubierto algo grande, y más aún cuando cruzo la casa de campo y respiro esa soledad maravillosa. Soy una privilegiada.

Ese Camino del Ebro marcó un antes y un después. Lo catalogué como el mejor viaje de mi vida, y ya, si tenía alguna duda, decidí que no hay que irse lejos para descubrir maravillas, y que la bicicleta te lleva donde no puede llegar ningún avión (aunque me sigan encantando los vuelos transoceánicos). Mi estado de forma mejoró, y ya no dejé de montar en bici.
Otros viajes vinieron después, Tajo, Caminos de Santiago en solitario y muy bien acompañada, llegar a Santiago desde la puerta de casa... más naturaleza, más ríos... viajes con dificultades, y con entornos especialmente bellos.

El último gran hito sería unirme a las rutas de 'en bici por madrid', empezando por una ruta fácil. Me sentí acogida desde el minuto uno y poco a poco me acabé enganchando a este grupo, hasta el punto de que ya no pienso si podré con la ruta o no...


Con el tiempo, y con los problemas de la vida, la bici se ha convertido en mi mejor terapia, salgo con ella, espero a cada sábado como agua de mayo, para dejar lo mejor de mí en todos los sentidos. La bicicleta me ha permitido soltar toda la rabia y la tristeza, de esas que no se pueden contar. Estoy conociendo Madrid como nunca lo había conocido, y he hecho de sus encinas y montañas el mejor hogar. Disfruto de la soledad como lo he hecho siempre, y afronto las calles tranquilas y las menos, con el saber hacer de una experta, aunque aún me quede mucho, y esté a una larga distancia de mis compañeros enbiciados. Ya sea en ciudad, montaña o cicloturista, la bici me ha conquistado en varias de sus modalidades.


Pero hay una espina que me queda clavada: un día sí y otro también me pregunto qué hace que las mujeres seamos menos. Cuando descubres algo importante lo quieres compartir y que otras también lo vivan. Hace tiempo la bicicleta, y aún ahora, fue otra herramienta más de liberación de la mujer. Cada vez hay más compañeras que se suman, pero somos tímidas. Muchas veces me pregunto por los motivos. Los educacionales y culturales son más que obvios. No es raro que haya 90% de mujeres apuntadas a taller de decoración floral o en clases de yoga y que haya 10% apuntadas en las listas de nuestras rutas cada sábado. Los motivos físicos son también evidentes.

Recuerdo a una pareja de amigos intentando que ella se aficionara a la bicicleta. Estar lejos de su compañero le generaba una enorme frustración. Encontraron la solución en alquilar un tándem. Otras mujeres se frustran cuando sienten que les tienen que esperar, o cuando intentan ir por encima de sus posibilidades y se ahogan; y ellos se aburren esperando. Mi compañero y yo descubrimos que la mejor manera de ir juntos era ir separados. Yo siempre veía su espalda; él siempre se volvía de vez en cuando y muchas veces me esperaba. También descubrimos que el hábito y la rutina eran nuestro mejor aliado. “Incorporar la bici en tu vida”.


Hoy tengo muchos compañeros, que siempre inician con más fuerza que yo; y yo no puedo hacer otra cosa que ir a mi ritmo; no sé hacerlo de otra manera. Cuando montas en bicicleta, tienes el privilegio de conocerte un poco más a ti misma, tus virtudes y tus limitaciones. Paciencia, cabeza, trabajo, y un corazón tranquilo son las mías. Otros son fuerza y explosividad, creatividad y exploración. Unas rutas son buenas para mí y otras para ellos. Para mí el arranque es lo peor, para algunos de ellos las largas distancias. Lo genial es que juntos hemos llegado donde yo nunca habría llegado sola, su carácter de exploración me han llevado a visitar lugares que desconocía, y los que me quedan. Mi constancia aporta una sonrisa durante y al final de las rutas más duras.

La bicicleta me ha dado naturaleza, mejorar mi estado físico y emocional, y me ha dado conocer a grandes personas, y hacer proyectos con ellas. Me ha dado salud y alegría, y me ha dado nuevos retos. La bici es mucho más que una máquina perfecta. La bici se ha convertido en mi mejor compañera.

Dedicado a todas las mujeres que me han acompañado en alguna ruta, o paseo, o han insistido en que me van a acompañar: Ana, Ana B., Anna, Araceli, Auxi, Belén, Blanca, Branka, Cali, Carmen, Carolina, Cartla, Cecilia, Irene, Ivone, Julia, Lau, Linis, Manuela, Marta, Mely, Mercedes, Meri, Mónica, Natalia, Nuria, Nuris, Yolanda...