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lunes, 3 de junio de 2013

Un debate sin viseras

Artículo de Ignacio Camacho, publicado en ABC el 30 de Mayo de 2013

El del casco de los ciclistas es uno de los pocos debates españoles que discurren ajenos al trincherismo ideológico

Al fin ha surgido en España un debate ajeno al trincherismo ideológico: el del casco de los ciclistas. Salvo para algunos ultraliberales de implacable credo antiintervencionista, es prácticamente imposible discernir un prejuicio político entre quienes están a favor o en contra de la chichonera obligatoria. Y no es una polémica tan trivial como parece; basta asomarse a las redes sociales o pegar el oído en la calle, en los bares y las oficinas, para apreciar que se trata de uno de esos asuntos que suscitan un enorme interés social por debajo de la espuma de una opinión pública saturada de agendas oficiales y poliquiterío al uso. La directora general de Tráfico -doctora en prevención de seguridad por Harvard, un respeto- ha logrado el raro privilegio de promover una intensa discusión ciudadana en la que la gente puede pronunciarse al margen del apriorismo doctrinario.

Y no es tan sencillo. Éste es un país fuertemente ideologizado, dominado por una percepción biográfica de lo político que tiene que ver con una toma de posición individual basada en la adopción previa de una identidad colectiva. El ciudadano medio se adscribe primero a una tendencia por razones de procedencia social, empatía emocional, evolución intelectual y hasta tradición familiar, y en función de ella conforma sus criterios unívocos sobre el debate público con una mirada prestada. Se llama sectarismo y no influye sólo en la decisión electoral y en los grandes temas políticos o legislativos; domina también la letra pequeña de las cuestiones de índole cultural o cívica. Controversias como la de las corridas de toros, la eutanasia, la prohibición del tabaco o incluso la velocidad de circulación vial discurren en España por los cauces tabicados de una mayoritaria alineación bipolar dictada por orgánicos maestros pensadores. Izquierdas en un bloque, derechas al otro y la calle de en medio abandonada para cuatro excéntricos sin que nadie ose cambiar puntualmente de acera.

Esa dialéctica encorsetada se ha roto de repente en un litigio oblicuo sin banderas ni principios de obediencia. Por fin tenemos un asunto que enfocar desde la experiencia, el conocimiento o la intuición, desde el puro albedrío personal y sin correr el riesgo de perder la protección fetal de la matriz ideológica. Una polémica en la que es posible coincidir al margen de filiaciones progresistas o conservadoras y de condiciones de peatón, conductor o ciclista. Con plena transversalidad, a casco quitado, en el pleno ejercicio de una conciencia individual autónoma, no mediatizada por consignas ni dirigismos.

Es poca cosa, claro. Pero puede servir de ensayo para comprobar lo apasionante que resulta discurrir al margen de identidades tribales precondebidas y experimentar a pequeña escala la energía emancipadora de pensar por cuenta propia. Si fuese asunto mayor ya se ocuparían de él los fabricantes de prejuicios.