Resumen del capítulo anterior
Verónika estaba decidida
a no quedarse atrás este verano en su viaje a Laos cuando sus amigos
cogieran la bici. Para ello se apuntó a un curso que le permitió unas
mínimas habilidades en la bici.
Llegando mayo tuvo la primera oportunidad de probar sus nuevas habilidades: Un idílico viaje a la costa azul, donde podría imitar a Bridgitte Bardot paseando con su bici por Saint Tropez.
La realidad fue terrible: Saint Tropez es un sitio atascado de coches deportivos a todas horas, donde además 25.000 motos Harley Davidson hicieron de su soñado paraíso ciclista un camino hacia el infierno.
Entonces fue consciente por primera vez de lo que compraba, tras la inútil experiencia del Decathlon: tenía claro que quería una bici de paseo, con capacidad de carga, pero también que fuera bonita, algo de lo que estar orgulloso por la calle. La manera en que recorres la ciudad también es una decisión estética. ¿Frívolo? Tal vez, pero no se imaginan la de gente que le preguntaba por la calle por la bici con su cesta de mimbre. La moda atrae, y la bici necesita gente.
Mi mayor grado de sorpresa fue descubrir su bautismo de fuego en el Paseo del Prado (sí, ese en el que los coches van a 70 por tu izquierda y los buses y taxis a 50 por tu derecha). Según ella, bastaba la señal de ciclocarril en el suelo para no tener que justificar su presencia allí en medio a la velocidad de paseo con la que se sentía cómoda. Ignoro cómo salió de allí, no es fácil cruzarse un carril-bus si vas despacio.
En cualquier caso, algún pitido ocasional le resbala completamente. Sabe que la ley está de su parte, y sabe que su manera de circular la hace visible para el resto y le da margen a ella para reaccionar con su tranquila velocidad de paseo. Rueda como si el Paseo del Prado todavía fuera lo que aparece en esta foto... y le funciona. Difícil de entender.

Con sus nuevas habilidades de ciclista lenta, Verónika se desquitó de sus vacaciones previas y se decidió a hacer turismo de bici aprovechando cada puente que el calendario le ofrecía en meses siguientes. Permítanme que haga un salto temporal tras las vacaciones de Laos para comentarles un par de experiencias en ciudades donde lo normal es el carril-bici, porque son bastante peculiares:
En Sevilla me contó que tuvo problemas en los carriles más céntricos, con numerosos conflictos con peatones y giros de 90º que no sabe hacer bien, y al poco estaba circulando por calzada, donde podía dominar mejor la situación gracias al mayor radio de giro y la mayor amplitud de carriles, que por supuesto ocupaba íntegramente importándole tres cominos los pitidos de los coches que le decían “vete a tu carril”.
En Copenhague la cosa fue más divertida, esto ya lo vi con mis ojos. Allí no hay esos problemas con los carriles, pero no se enteraba demasiado bien de cómo hacer las cajas de giro a la izquierda, que le requería además hacer una maniobra algo cerrada. Un día, harta de hacer ese artificio, decidió que iba a girar a la izquierda como hacían los coches aprovechando que nunca hay mucho tráfico: se bajó a calzada y se cruzó un par de carriles para girar sin esperar al semáforo extra de las bicis, como se hacía allá hace unas décadas. El resultado: pitadas, como siempre. "Respeto a la bici tendrán, pero siempre que no te salgas del carril-bici", pensé al ver aquello.

Por supuesto, no se ha limitado a hacer cicloturismo fuera: se ha recorrido Madrid de punta a punta sin importarle el tipo de calle, ha logrado que sus amigas se animaran a hacer el anillo ¡varias veces! Y hasta se las ha llevado a hacer la Ruta de la Jara. Sin embargo, es en su experiencia de viajes cortos y cotidianos donde ha empezado a descubrir una serie de problemas que no se solucionan ignorándolos como las pitadas.
Llegando mayo tuvo la primera oportunidad de probar sus nuevas habilidades: Un idílico viaje a la costa azul, donde podría imitar a Bridgitte Bardot paseando con su bici por Saint Tropez.
La realidad fue terrible: Saint Tropez es un sitio atascado de coches deportivos a todas horas, donde además 25.000 motos Harley Davidson hicieron de su soñado paraíso ciclista un camino hacia el infierno.
4. Verónika triunfa
Verónika se plantea ir en bici al trabajo... y lo logra
Paradojas de la vida, Madrid con tráfico le pareció a Verónika mucho más manejable que Saint Tropez, y habiendo probado una ruta tranquila factible con nuestro bicifinde, se decidió a comprarse su propia bici para ir al trabajo, algo que le daría un buen rodaje los dos meses que quedaban antes de irse a Laos.Entonces fue consciente por primera vez de lo que compraba, tras la inútil experiencia del Decathlon: tenía claro que quería una bici de paseo, con capacidad de carga, pero también que fuera bonita, algo de lo que estar orgulloso por la calle. La manera en que recorres la ciudad también es una decisión estética. ¿Frívolo? Tal vez, pero no se imaginan la de gente que le preguntaba por la calle por la bici con su cesta de mimbre. La moda atrae, y la bici necesita gente.

¿Y cómo es ir en bici por Madrid circulando con el tráfico, para alguien que no es ni macho, ni deportista, que le gusta ir despacio y que ni siquiera sabe señalizar cambios de carril? Sorprendentemente fácil en cuanto a circular con tráfico, según me contó. Con el tiempo ha ampliado su universo fuera del trayecto seguro casa-trabajo, y circula por calles de tráfico mayor sin mucho problema, mirando extrañada a algunos atléticos varones ataviados para la guerra cuando van en paralelo a ella por la acera, sin entender por qué ella, la torpe Verónika, puede ser parte del tráfico y ellos no.
Mi mayor grado de sorpresa fue descubrir su bautismo de fuego en el Paseo del Prado (sí, ese en el que los coches van a 70 por tu izquierda y los buses y taxis a 50 por tu derecha). Según ella, bastaba la señal de ciclocarril en el suelo para no tener que justificar su presencia allí en medio a la velocidad de paseo con la que se sentía cómoda. Ignoro cómo salió de allí, no es fácil cruzarse un carril-bus si vas despacio.
En cualquier caso, algún pitido ocasional le resbala completamente. Sabe que la ley está de su parte, y sabe que su manera de circular la hace visible para el resto y le da margen a ella para reaccionar con su tranquila velocidad de paseo. Rueda como si el Paseo del Prado todavía fuera lo que aparece en esta foto... y le funciona. Difícil de entender.
No hay ciudad que se me resista
Con sus nuevas habilidades de ciclista lenta, Verónika se desquitó de sus vacaciones previas y se decidió a hacer turismo de bici aprovechando cada puente que el calendario le ofrecía en meses siguientes. Permítanme que haga un salto temporal tras las vacaciones de Laos para comentarles un par de experiencias en ciudades donde lo normal es el carril-bici, porque son bastante peculiares:
En Sevilla me contó que tuvo problemas en los carriles más céntricos, con numerosos conflictos con peatones y giros de 90º que no sabe hacer bien, y al poco estaba circulando por calzada, donde podía dominar mejor la situación gracias al mayor radio de giro y la mayor amplitud de carriles, que por supuesto ocupaba íntegramente importándole tres cominos los pitidos de los coches que le decían “vete a tu carril”.
En Copenhague la cosa fue más divertida, esto ya lo vi con mis ojos. Allí no hay esos problemas con los carriles, pero no se enteraba demasiado bien de cómo hacer las cajas de giro a la izquierda, que le requería además hacer una maniobra algo cerrada. Un día, harta de hacer ese artificio, decidió que iba a girar a la izquierda como hacían los coches aprovechando que nunca hay mucho tráfico: se bajó a calzada y se cruzó un par de carriles para girar sin esperar al semáforo extra de las bicis, como se hacía allá hace unas décadas. El resultado: pitadas, como siempre. "Respeto a la bici tendrán, pero siempre que no te salgas del carril-bici", pensé al ver aquello.
Por supuesto, no se ha limitado a hacer cicloturismo fuera: se ha recorrido Madrid de punta a punta sin importarle el tipo de calle, ha logrado que sus amigas se animaran a hacer el anillo ¡varias veces! Y hasta se las ha llevado a hacer la Ruta de la Jara. Sin embargo, es en su experiencia de viajes cortos y cotidianos donde ha empezado a descubrir una serie de problemas que no se solucionan ignorándolos como las pitadas.