SEGUNDA PARTE: El Camino de invierno. Ponferrada-Finisterre
Tras dejar a David y Jose Manuel en Ponferrada, nuestra ruta continua. Es temprano para comer y no tenemos hambre, gracias a los condumios que hemos degustado en Molinaseca, así que salimos. Cruzamos el puente medieval, y nos encontramos con el primero de los mojones de nuestra nueva ruta: El Camino de invierno. Este camino surge de la necesidad de los peregrinos antiguamente, cuando, en la época invernal, las nieves cubrían O Cebreiro. Para evitarlo, tomaban una ruta más al sur desde Ponferrada, aprovechando la ribera del río Sil. Una ruta distinta al Camino Francés, más agreste, menos transitada. El comienzo es un delicioso paseo junto al río. Ya estamos en el Sil, ya estamos en Camino.
Una sucesión de subidas cortas y muy fuertes y bajadas divertidas nos ponen en la nota de lo que será el día. Vistas enormes del Bierzo, viñedos y el río de fondo.
En Santalla, hacemos una parada junto a un mirador. Las vistas de todo el valle son increibles y nos merecemos un descanso, aunque nos queda mucho por hacer, tanto por avanzar. Abajo, el valle, al fondo,
Las Médulas y a la izquierda, las montañas. Así que seguimos el camino hacia Villavieja y el castillo de Cornatel. Es una parte que muchos peregrinos se saltan porque supone un pequeño rodeo y además se hace por una subida muy dura, empinada, rocosa (la alternativa es más corta y por carretera). Yo mismo la salté hace tres años con K-li Reyes. Así que está vez tenía esa deuda, y no sabía hasta qué punto. Porque la subida es, efectivamente, durísima, pero el paraje por el que discurre es increíble.
Cuando empiezas apenas puedes creer que es posible llegar al castillo, encaramado desde lo alto de unas rocas.Apenas salimos de la carretera, y el camino se hace estrecho, con lascas de roca pizarrosa aquí y allá. Se empina, y bajo el sol de media tarde es todo un desafío. Cada uno sube a su ritmo, y afortunadamente, hay tramos de sombra, cada vez más.
Tras un primer tramo llegamos a una antigua cantera. Ya la visión desde allí es emocionante. Y hacemos mil fotos.
El castillo aparenta estar aún muy alto, y eso a pesar de todo lo que llevamos subido. No obstante, el último tramo, ya por un sendero, y las increíbles vistas desde la cantera, un paraje singular, mágico, nos dan fuerzas. Duro, durísimo, pero bello por igual.
El sendero se introduce en el bosque, entre encinas que ahora sí, nos cubren con su sombra. Es casi un túnel por el que subimos en silencio, disfrutando de la paz.
Un poco más arriba llegamos al pueblo, encajado entre las montañas. Villavieja se esconde, como una joya, entre los recovecos de la montaña. Cada unas de sus callejuelas es una subida. Pero… volvería sin dudarlo.Nos acercamos al albergue, por si fuera posible sellar, para llevarnos otro recuerdo más, pero no es posible. Así que rellenamos agua en la fuente.
Después de refrescarnos queda una última subida. Ésta, la más mágica del día. Un auténtico pasillo verde formado por castaños y nogales, milenarios de un porte que parece imposible. Un paisaje de cuento, de hadas, de elfos. Me cuesta describirlo, pero sin duda un lugar para volver y por el que mereció la pena el ascenso.
Arriba de ese increíble túnel verde está, sí, hemos llegado, resulta que era posible, el castillo de Cornatel.
Y aunque está cerrado, nos ofrece unas vistas de ensueño.Según dice un cartel, las mejores vistas de El Bierzo están en un banco que se asoma, junto al castillo, a todo el valle. Nosotros lo tomamos con calma, porque después de todo lo que ha costado subir, queremos disfrutarlo. Descansamos un buen rato y hacemos docenas de fotos de unas vistas que resultan imponentes.
A la bajada, necesitamos reponer fuerzas, y nos salimos del camino en busca de donde poder comer algo. Pero no es posible en estos pueblos pequeños. Probamos en un par de bares, y bebida hay, pero comida no, así que decidimos ir por carretera un rato, para ver si encontramos avituallamiento. Mirando el track, vemos que nos espera una subida de 6 km y no aparecen poblaciones en lontananza, con lo que no es cosa de afrontarla sin nada en el estómago, ni provisiones. Y cuando empezamos a rodar, descubrimos que por la carretera, lo que iba a ser un puerto de 6 km se convierte en una subida de apenas 800 m.
Y que del otro lado, nos espera una bajada infinita junto al Lago de Carucedo. Un paisaje que parece Canadá o Suiza. Alucinante. Es verdad que seguramente, de haber seguido el Camino habría sido bonito, pero la verdad es que esto es increíble. Así que damos por buena la alternativa. Aún más, cuando paramos junto a la presa y vemos que del otro lado hay lo que aparenta ser una vía Verde. Y lo es, de modo que no solo disfrutamos del paisaje, del río, del agua y de paredes de roca, sino que lo hacemos tranquilos, sin tráfico.
Ha sido otra improvisación gloriosa con un final feliz que nos ayuda a compensar el tiempo “perdido” en la subida a Cornatel. Acabamos en Puente de Domingo Flórez. Y aunque quizás podríamos haber llegado más lejos, hoy tocaba descanso. Digerir visiones y experiencias y cargar energías. Nuestras retinas ya se han llevado suficiente en un día que empezó subiendo la Cruz de Ferro.
F. Camino de Invierno: Relaja, prepara una infusión de menta y tendrás parte del camino descrito.
El río Sil, nuestra brillante luz desde Ponferrada aguará nuestras pupilas en múltiples ocasiones y nos decantará los paisajes más hermosos que me podía imaginar.
Y aquí es donde se pone ahora la piel un poco de gallina de recordar el paisaje por donde nos hicimos camino. Vistas de El Bierzo por la derecha, de Las Médulas por la izquierda, cortados de vértigo y un nuevo objetivo a la vista, el Castillo de Cornatel (s.X), que a simple vista me parecía imposible alcanzar, ahí encaramado en lo alto de la roca. Pero, y esa pista que lleva a Villavieja, un auténtico túnel al valle del silencio donde habitan las mariposas más majestuosas y felices y seguramente lo piensen también sus ausentes habitantes.
Hemos ciclado ya la mitad de nuestro recorrido y ya sabes que no te vas a cansar, que tus cervicales se van a ejercitar a derecha y a izquierda y aunque tomamos algún tramo de carretera nacional, esta discurre paralela al lago Carucedo y el embalse de Peñarrubias que nos hace soñar con un baño en sus aguas turquesa. Tentados estamos a bajar a alguna de sus pequeñas playas, pero llegar al destino y celebrar tranquilamente el final de ruta se impone en una de las etapas más duras y bellas. Y ¡eh! Que ya flirteamos con tierras gallegas y sus delicias. ¿Estás oliendo ya a menta?
Etapa 6. Puente de Domingo Flórez-Quiroga
El Camino continua. La salida vuelve a ser por la pista de servicio de la vía del tren, y el resultado es que se suceden subidas y bajadas cortas en las que alternamos vistas del Sil con bosques cerrados. Esto es el Camino de Invierno y no hay un metro llano, pero tampoco ninguno insulso. Las aldeas que cruzamos están llenas de color y en el campo la vida se abre paso por doquier.
Casi estamos llegando a el Barco de Valdeorras cuando mi rueda trasera empieza a dar unos problemas que conozco bien. El núcleo está fallando, y es algo que sé, me puede dejar fuera del Camino si no encuentro un taller, y de los buenos. Así que buscamos taller asistidos por un ciclista que nos encontramos a la entrada. Probamos en dos. El primero no trabaja bicis tan "modernas", y el segundo, por más que lo intenta no logra desmontar el núcleo (tiene la herramienta mellada) y aún así tampoco cree tener recambio. Llamamos a Monforte y tampoco. Así que el chaval del taller vuelve a montar la rueda con el mensaje: “Lo mismo te aguanta”
Enseguida las asistencias se ponen a funcionar (gracias Ibón, Novoa y Rafa) y se movilizan para poder enviar una rueda en 24h . Aun así, habría que llegar a Monforte, para recogerla. Así que salimos, con poca confianza y lo que será la tónica del resto del Camino: Mucho cuidado con cada pedalada.La avería nos ha robado casi 3 horas.
Pero al menos a Monforte hay que llegar. Salimos a por ello, con idea de no salir mucho del asfalto por si la rueda dice"hasta aquí". Y subimos la montaña de "las caras". Obviamente hay que fotografiarlas todas. Algún día habrá que averiguar quién es el autor. Se trata de una carretera de servicio, camino de Os Alvaredos, en la que algún artista local ha pintado diferentes motivos en caras de distintos patrones y las ha colgado de los postes del camino. Una muestra naif, peso divertida que nos entretiene toda la subida. Porque es en subida pero apenas te das cuenta esperando a ver qué sorpresa te depara la siguiente curva, la siguiente cara.
Así que seguimos y decidimos avanzar por carretera. Pasado Montefurado y su espectacular parroquia cogemos la Nacional. Odiosa, con mucho tráfico pero nos hace avanzar y sobre todo ahorrar desniveles salvajes, donde no tengo claro que mi rueda aguante. Será la tónica del resto de mi viaje. Porque, aunque no se lo he dicho a mis compañeros, he decidido aguantar. Dejar que la Misty siga hasta donde ella quiera. Que demuestre que puede llegar a Santiago, con cuidado, pero quiero intentarlo. Al fin y al cabo, hay que dejarse fluir. Cero dramas.
.
De nuevo, tras la buena experiencia de ayer, decidimos improvisar, crear nuestro propio Camino. Salimos de la Nacional y tomamos carreteras secundarias, cruzamos de nuevo el Sil por un embalse.Y otra vez, la suerte nos sonríe y disfrutamos de un paseo junto al río. Relax absoluto. Porque la rueda no ha vuelto a fallar desde que salimos. Y decido jugármela, a ver si aguanta hasta Santiago.
Llegamos a San Clodio. Está claro que si queremos llegar a Monforte nos espera una paliza. El objetivo de Monforte era solo por si mi bici no llegaba a más, pero ya he decidido dejarlo estar. Así que decidimos que no. Que estamos para disfrutar. Que lo vamos a dejar fluir, y una playa fluvial nos invita a eso, precisamente, a fluir. Mañana veremos.
Quizá mañana haya que tirar de los otros protagonistas. Hoy nosotros disfrutamos, mientras otros se desvivieron por cuidarnos, por ayudar. Porque el Camino tiene protagonistas de dos clases. Los que lo vivimos, y disfrutamos en primera persona y los que lo hacen en la distancia. Los que se preocupan, los que nos quieren, los que abrazan por teléfono o con un mensaje. Los que están ahí pendientes por si algo pasa. Los que leéis éstas líneas mal tiradas
F. Orense a su paso entre Quereño y Quiroga te regala mágicos rincones, reflejos caribeños del río Sil y aldeas muy cuidadas y coloridas que te reciben con un ‘Bienvenido a tu casa’ y te dejas querer. Ya probamos nuestra primera empanada y una fruta espectaculares mientras Agus intenta que le arreglen el núcleo de la bici. Yo, en realidad, no llego a alcanzar a visualizar la envergadura de la avería porque en mi cabeza no cabe la idea de que ninguno de los presentes no acabe el Camino, nuestro destino es Santiago y parece que nos mira con ojos amigos.
Está claro que tenemos que hacer lo posible porque nuestras bicis sufran lo menos posible, así que tomamos otra vez carretera nacional, con todo su caló, pero también carreteras secundarias más tranquilas y como quien no quiere la cosa nos presentamos en la provincia de Lugo, subiendo puertos emboscados con unas divertidas esculturas de madera que nos invitan a seguir pedaleando para descubrir la siguiente (ojos, mariposas, margaritas, flamencos, gallos, setas)…hasta llegar a Os Albaredos.
Alegran la vista los campos de olivares, higueras y nogales, bodegas que nos invitan a cenar con un buen vino de esta extraordinaria Ribera Sacra que Agus y Eze nos ayudan a entender y saborear después de estas etapas tan enbiciadas. Y no puedo dejar de mencionar el paso por La Rúa y su lavandero donde nos pudimos refrescar y hablar con unos locales deseando abrirnos su puerta y contarnos su vida de emigrantes y lo que los había cundido invirtiendo en propiedades por doquier. Encantadores.
La imponente iglesia de San Miguel de Montefurado será testigo de la factura de un calor y sol inusuales en Galicia y su fuente de concha del camino nos permitirán refrescarnos de nuevo, llenar nuestros bidones y continuar por el fiel recorrido del río Sil que esta vez acaba en forma de baño muy, muy refrescante en la playa fluvial de San Clodio donde nos remojamos como chiquillos y estiramos al espejo de Ezequiel. Increíble final para una etapa brillante.
Etapa 7: Quiroga-Chantada.
A. ¿Cómo no amar tanta belleza?
El cansancio nos va haciendo mella. Nuestro primer trabajo es llegar a Monforte, y lo hacemos siguiendo la alternativa cicloturista que teníamos diseñada ayer con la idea de alargar. Otro acierto que nos permite avanzar rápido y sobre todo, aunque parezca mentira, tranquilos. Es una pista forestal, asfaltada, y sin tráfico, de modo que disfrutando del paisaje superamos las primeras montañas del día.
Estamos en Galicia y se nota en el verde, el olor. Seguimos acompañando al Sil, por poco tiempo. Antes de llegar a Monforte disfrutamos nuestras primeras corredoiras. Esos increíbles túneles de verde y luz.
Y de repente, a lo lejos se vislumbra el castillo de Monforte. Entramos por la puerta grande, buscamos donde comer. Y, esto es Galicia, un ciclista nos recomienda una pulpería. Dónde fueres, come lo que hubiere. Degustamos un pulpo delicioso junto con la gente del pueblo. Nuestra pulpera es originaria de Melide, pero encontró el amor en Monforte. Estamos de suerte.
Damos un paseo por el centro y en un parque bajo el castillo ajustamos los cambios de Ezequiel Herrera Petrakis .
Nos habríamos quedado a echar la siesta pero tenemos aún mucho que tirar, así que arrancamos. El recorrido es una subida tendida que nos llevará arriba del cañón del Miño. Nos separamos y cada uno sube a su ritmo. El Sol aprieta a esta hora de la tarde y buscamos cada sombra.
Por fin en una aldea, Lolaila Flores entabla conversación con Esther, una ancianita entrañable. Además de darnos agua, nos da cariño. Ese que rezuma la gente sencilla, de campo, de vida dura y humilde.
Nos da la energía justa para acabar la subida, antes de meternos en otra corredoira increíble, está vez de subida. Es sencillamente deliciosa y aun me da tiempo a hacer un video en las partes más sencillas. En las más pedregosas, me bajo, para cuidar la bici, aunque lejos de ser un problema, me permiten disfrutar más tranquilo de estos tramos.
La bajada empieza por carretera. Vislumbramos el Miño, abajo, a lo lejos. Y de repente, dejamos el asfalto y se cierra el bosque sobre nosotros. Un túnel verde, absolutamente increíble. Es, creo, la bajada más bonita que he hecho en una bici de montaña. Una senda cerrada entre árboles, con tramos de calzada romana pero sobre todo, verde, mucho verde. Aquí y allí, por doquier. Una bajada de pura adrenalina que te acelera el pulso si vas sobre la bici, y te calma en cada parada. Para una muestra, clicar a la foto.
No puedo contarlo con palabras y tampoco se podría ver en un video. Hay que verlo. Hay que sentir esa penumbra Verde. Y salir a la luz. Cuando por fin se abre esa penumbra es para mostrar ante nosotros el cañón del Río cubierto de viñedos. Magia hecha luz.
Abajo, en el embarcadero tomamos una cerveza y disfrutamos del paisaje. Es como si estuviéramos en un sueño, todo es diversión. Fue divertida la bajada, tan bella, tan increíble. Y sabemos, sobre todo yo, que a subida no lo va a desmerecer. Cuando somos capaces de arrancar, nos ponemos a ello. Los viñedos ya en sombra y el río a nuestros pies. Son pura poesía.
Paramos en cada curva, hacemos fotos, nos regodeamos en la felicidad del instante. Resulta imposible no emocionarse. Si la bajada es brutal la subida es el postre, el contrapunto en verde. En otro verde, ahora con cielo arriba y el río corriendo manso, allí abajo, cada vez más lejos. Cada curva, cada viñedo que trepamos en nuestro avance es parte de un sueño.
Es difícil expresarlo , porque ninguna palabra o foto le hará justicia a la Luz. Esa luz que apenas hace un rato se filtraba entre el verde de los robles y que ahora se refleja abajo, en el río, y en las hojas de las parras, que, ya al atardecer, le dan un tinte dorado.
Este ha sido un día de disfrutar de la ruta tanto como de las caras de mis compañeros. Y de pensar en los que no están hoy. De recordar a K-li Reyes con quién tan buen Camino viví, descubriendo lo que hoy es nuestra ruta. Como disfrutamos de esta bajada aquel día, incluso pensando en ruedas ajenas. De Manuela , de Antonio. De nuestros enbiciados. De tantos y tantos amigos con los que me encantaría compartirlo. Nos debemos un Camiño amigos!!
F. Quiroga-Chantada-Silleda son etapas sencillamente maravillosas y además los pueblos me van recordando que Nocedo y lo Rairos que somos. Este Camino de Invierno nos deleita con las luces más mágicas de Galicia, sus gentes entrañables y humildes que te enseñan orgullosos sus cuadras de otro siglo y no dejan de sorprenderse de que sea la única fémina en el grupo y como si hiciera falta, Esther, tierna oriunda de A Broza, les implora que me cuiden.
En Monforte de Lemos un ciclista nos recomienda Chaos para deleitar un buen pulpo y llegamos lo suficientemente temprano como para no solo encontrar sitio sino además sentarnos delante de Pilar, la pulpera, que dice que donde esté el pulpo que se quite el cochinillo segoviano y no estoy dispuesta a discutir. Recorremos las calles empedradas, nos asomamos al castillo y salimos por el Puente Viejo siguiendo nuestro color y forma favoritos, las flechas amarillas que indican el camino a Santiago.
Las corredoiras son bonitas por definición pero si quieres ‘vivir’ una realmente extraordinaria tienes que entrar en este bosque de robles que se encuentran en el cielo dejando apenas un resquicio para las estrellas, una senda de carros de antaño, de arroyos que no me quiero imaginar con otro clima que no sea este que deja entrar tenues haces de luz entre los árboles, las rocas, las tapias de piedra y que intensifica los infinitos tonos de verdes. Y la bajada más vertiginosa, vía romana seguramente en otros tiempos, te hace poner a veces los pies en la tierra y mirar atrás, atrás, por si es todo un sueño.
Belesar es una sonrisa amplia del río Miño a los que vemos la luz después del túnel, y perseguimos el atardecer entre viñedos y miradores increíbles a lo que ha sido la etapa reina del camino.
Etapa 8. Chantada-Silleda
Amanecer en Galicia es hacerlo entre bruma. Y saber lo que nos espera parece atenazar un poco a mis compañeros . El Monte do Faro, la montaña de éste Camino de Invierno. Lo conozco bien, de mi vez anterior con K-LI, y para que mis compañeros lo entiendan, lo comparo con nuestra querida Bola. Una subida de pendientes salvajes, casi imposibles cargado con equipaje. El acercamiento, no obstante, es tranquilo. Carreteras secundarias sin tráfico por las que ganamos altura lentamente. Me tranquiliza porque me permite cuidar el núcleo de la rueda. Al pasar por el mojón que cumple 100 km a Santiago lo celebramos. Como diría Daniel Olivares Vicho, son menos que los que hacemos en muchas rutas, así que tienta hacerlo del tirón.
Pero no estamos para machadas, sino para divertirnos. Así que tras recoger agua en una fuente encaramos el monte Faro. Las primeras rampas son brutales y he decidido que las haré andando. Hay que cuidar la montura y estos excesos son lo último que necesita la Misty. Para otra vez será. La ventaja es disfrutar más del paisaje y poder hacer más fotos a los compañeros, porque el paisaje lo merece.
Carlos vuela, David Arranz no le va a la zaga y Fuencis se defiende como lleva haciéndolo todo el Camino: como una jabata. Ezequiel y yo vamos detrás. Él a su ritmo y yo andando, hasta que llegamos a la carretera donde el desnivel se suaviza. Desde ahí todo es un gusto. Disfrutamos del bosque, de otras vistas, más de Sierra, de montaña. Un par de fuentes, y muchas paradas amenizan la subida. Hasta llegar arriba a la ermita primero y al Faro después. La ermita de nuestra Señora do Faro es una construcción sencilla, una invitación al recogimiento que inspira el lugar. A vivir la magia, que encierra el lugar, en el que dicen, se asentaban ya construcciones de cultos paganos antes de la llegada del cristianismo a esta tierra. Allí las vistas se convierten casi en 360°. Una maravilla. Y un poco más arriba está el faro, un enorme puesto de vigilancia desde el que e ve toda la Sierra do faro. Podemos ver de donde venimos, y donde vamos. Dicen que en los días claros, desde aquí se llega a ver el mar, y aunque hoy no es el caso, solo por estas vistas ya mereció la pena la subida. Tanto que nos quedamos casi una hora disfrutando relajados de la paz, del paisaje.
Cuesta emprender la marcha, por más que sea de bajada y lo hacemos más por hambre y ganas de una cerveza que otra cosa. Hay que hacerla con precaución, primero por la pista de servicio del campo eólico, y luego por una pista complicada, de grava suelta, en la que es fácil llevarse un susto, porque es tremendamente empinada. En Rodeiro encontramos la respuesta a nuestras plegarias en forma de un restaurante con deliciosas tostas y raciones. Y he de decir, unas croquetas dignas de una visita por sí mismas.
Y seguimos ruta, está vez por carretera para ganar tiempo y porque descubrimos que la carretera tiene poco menos que un carril bici, por el que se rueda tranquilo (aunque con un calor tremendo). Así avanzamos, aún con la resaca del subidón de esta mañana.
En Lalin hacemos un alto, para remojarnos y descansar, porque la temperatura, incluso siendo Galicia ha hecho mella. Y a la salida nos divertimos en el “Lalín-Rio”. En la capital del cerdo gallega se encuentra el Paseo Fluvial Rias Fontiñas. Un precioso parque que durante casi 10 km y por un carril bici espectacular, con continuos cruces de rio por pequeños puentes. Un remanso de paz para los habitantes de la ciudad y Super divertido para nosotros. Nos da energía para retomar la ruta. Estamos cansados, aunque nos conviene acercarnos tanto como sea posible a Santiago. El final de ruta es por una carretera más bien fea pero es lo que hay. Finalmente, nos quedamos en Silleda, a 47 km de Santiago. Mañana abrazaremos al Santo. Y eso es lo importante.
F. No estoy segura de si las flechas te llevan al Monte do Faro, puede que no, puede que sea solo para quijotes que necesitan ciclar con sus molinos gigantes y hacerlos girar, o simplemente otro regalo de Agus para contemplar las vistas de los cien kilómetros que aún nos quedan a Santiago.
Etapa 9. Silleda-Santiago
A. Desayunamos en Silleda. Tranquilos porque ayer ganamos 10 preciosos kilómetros. Además, llegar a Santiago impone. Uno siete siempre que algo se acaba, y eso mismo, da pena. Apetece seguir disfrutando, alargar todo lo posible la experiencia. Queremos llegar s Santiago, pero también seguir en el Camino para siempre...
Así que desayinamos tranquilamente en el albuergue de Silleda. La idea para hoy es llegar a Santiago, cumplir con las tradiciones principales y seguir ruta hacia Finisterre. Eso nos permitirá evitar la vorágine de un Santiago saturado de Peregrinos, y ahorrar en el alojamiento, a la vez de aligerar el camino hacia Finisterre.
Nos damos el capricho de seguir el Camino "oficial". De disfrutar las últimas corredoiras primero con Sol, luego entre una mágica bruma. Avanzamos a buen ritmo esa primera parte, con bajadas divertidas. En Ponte Ulla hacemos una parada.
A sellar y comer algo que nos queda un porrón de kilómetros, y, sobre todo, queremos llegar pronto a Santiago. Y justo ahí, en la cuesta a la salida del pueblo, el núcleo da la voz de alarma. Hasta aquí llegó. Faltan unos 20 km y como le digo a mis compañeros, puedo estar tranquilo. Aunque sea andando sé que llego a Santiago. Casi es una liberación porque el estrés de retener cada pedalada me estaba consumiendo. Así que sigo andando. En el siguiente descansillo consigo que engrane. Después de unos cuantos patinajes, a duras penas de vez en cuando, consigo que alguno de los trinquetes engrane.
Así que tiramos a carretera. Es la única manera de estirar el fino hilo de vida que le queda al núcleo. Pedaleando suave, tanto en subida como en bajada. Frenando para no perder ese enganche que costó conseguir . Así le saco otros 15 km. Aunque les pido a los compañeros que sigan por el Camino, que se van a perder cosas bonitas, sé que no me van a hacer caso. Juntos seguimos por carretera intentando parar lo menos posible, intentando pedalear sin parar, como si la bici fuera de piñón fijo. Porque cada vez que paro, las pocas veces que lo hacemos, cuesta más que vuelva a engranar. Así que nos castigamos con una especie de contrarreloj movida por las ganas, la urgencia de llegar a los pedales.
Casi me hago a la ilusión de poder llegar pero a la altura de Angrois el núcleo se va, esta vez ya para no volver. No queda sino caminar, aprovechar las cuestas abajo. Y dejarse ayudar. Con un poco de goma y empujones llegamos al lugar mágico.
Allí donde se ven las torres de la Catedral. El lugar de la emoción más fuerte. La de saber que hemos llegado. Pese a los elementos, al viento, a momentos duros y difíciles, pese al calor y sol cansancio. Y pese a la avería, estamos en Santiago. De las cosas que me encantan de esta ruta, la de Invierno, es su entrada. Apenas salir de una corredoira y encontrarte con las torres de la Catedral de frente.
Por fin soy consciente de que lo hemos conseguido. Solo hay que dejarse caer desde allí y subir, andando, claro, hasta el Obradoiro.
La plaza de la Victoria. Para mi, la plaza para disfrutar de lo logrado y para poner en valor cada experiencia, del Camino y de lo que nos trajo a él. De la pandemia que nos ha cambiado la vida. De los amigos que no están y de los nuevos que estarán en próximos caminos. De mi mujer que aguanta estoicamente mis pasiones de mi familia, de la otra familia. Y de pensar en lo grande que es ese momento. Es la séptima vez que mis piernas me traen a Santiago. Pero sigo emocionado como el primer día. Y esa es la clave.
La realidad... Superó el sueño. Lo que nació de una pesadilla, de la urgencia, me llenó de paz. Lo que iba a ser un Camino "Flash" se convirtió en el Camino de improvisar, de fluir. De llegar hasta donde se llegue. De estar en compañía de los mejores. Lo que nació del estrés, de la soledad, se convirtió en tranquilidad, en compañía. Y en paisajes eternamente emocionantes. La avería lejos de suponer un problema, me hizo disfrutar de otras cosas, centrarme en lo importante, en disfrutar de cada paisaje y sobre todo, de la compañía.
Hoy lo pienso, con la emoción aún a flor de piel. Y sigo pensando que la vida me sonríe. Que la bici llegó hasta donde debía llegar. Ni un metro más. Ni uno menos.Que la compañía fue siempre la mejor. Que mirar ciertos lugares en compañía de Lolaila Flores les da más luz. Que saber de la emoción de David Arranz en el Monte do Faro compensa subir andando. Que Ibon Garcia además de llevarnos la carga en ruta nos la llevó después para que pudiéramos ir sin peso a Santiago. Y que la vida y las rutas se ven de otra manera con Jose L. Novoa y Ezequiel Herrera Petrakis . Sé que Carlos Gregório no será nunca la rueda a seguir y sé que David Durán me acompañará en algún otro sueño futuro. No se cuál, pero alguno compartiremos.
Mi Camino acaba aquí. En Santiago. No esperaba más. No quería menos. Porque mi vieja montura, tan vieja como empiezo a sentirme yo, se lo merecía. Y porque dejar a mis compañeros sin llegar sería una pena difícil de soportar. Cada Camino es una pequeña familia. Y la de éste año fue INSUPERABLE. Hecho está. Comienza la planificación del próximo Camino. Porque ya lo echo de menos.
F. Silleda-Santiago. Añade esencia de eucalipto a esa infusión…
La emoción se ha convertido en algo cotidiano en este viaje, y esta etapa se hace muy muy de interior y a la vez de no quitar ojo a Agus que lucha contra sus elementos como un titán, y busca las alternativas que nos faciliten llegar todos juntos, pedaleando, y disfrutando hasta a Santiago. Aún nos quedan trechos divertidos, cruceiros, bosques, ermitas y una mística y suave bruma que viene y va. Y los peregrinos se convierten en parte del paisaje, pocos, muy pocos recorren el Camino de Invierno y desear ‘buen camino’ a mí me pone de muy buen humor.
Entramos ya en Pontevedra, track oficial y vía de la Plata. Los pueblos huelen ya a ciudad, los hitos del camino te dicen que ya te queda solo un paseo, los campos de maíz están pletóricos, las hayas que se rizan buscando la luz, el manto de helechos y los pájaros que trinan a volumen discoteca auguran una resaca difícil de sobreponerse, además del intenso olor del eucalipto.
Y llegamos a Santiago: ¡uff!, aún me recorre una sensación inquietante al recordar que allí estábamos, a dos kilómetros, ayudando, empujando poniendo las energías en el núcleo de nuestra vida para sobreponernos en los últimos dos kilómetros, ya bici en mano, ya los ojos empapados, la respiración acelerada, los abrazos preparados y la mirada arriba, donde se encuentra nuestra inspiración y respeto.
Y nuestros pensamientos… en nuestro corazón verde que nos ha bombeado generosamente hasta aquí. Es mi primera Compostelana y era de obligado cumplimiento obtenerla aún a pesar de sentirte un poco objeto de negocio espiritual.
Dormir en Santiago no está en nuestros planes y partimos después de un buen menú de peregrino hacia donde nos aguante el cuerpo pues el calor aprieta mucho. Ya solo quedamos tres mosqueteros. Paramos habitualmente para comprobar el track y medir desvíos y subidas y bajadas innecesarias. Ponte Maceira (s.XII) es una parada realmente tentadora para darse un baño en las apetecibles corrientes del río Tambre.
Hay que buscar alojamiento y estos tramos ya están muy concurridos y nos toca pedalear un poco más de lo pensado, pero ya hace más fresco y a nosotros nos gustan los puertos con molinos, giren o no. El rectorado de San Mamede resulta ser nuestro último alojamiento de este fabuloso Camino y los dueños nos reciben y alimentan como si de estrellas Michelin habláramos. La bruma se hace con la noche y mi sueño de llegar a Finisterre.
Etapa 10. Alto da Pena - Finisterre
La mañana podría ser más gallega, pero tendría que llover y no lo hace y tengo que deciros que no he sacado el chubasquero de la mochila ningún día, llámalo suerte.
Pero para colores ya estoy yo, y cremalleras que suben y bajan como el perfil de la etapa de hoy: sube maizal, baja pinar, sube bosques, cruza aldeas, huele eucaliptos, también la ganadería, y otros olores de los que no se habla pero en los que nos hemos convertido expertos, sube orreos, rodea cruceiros, recupera en las ermitas y fuentes y sigue el Camiño Chans porque al otro lado ya está el mar, la costa tan deseada.
Baja como un cohete no sea que te la roben, fotos en la playa de Cee, come en Corcubión, disfruta de Escaselas, de la cruz de Baixar, foto en el monumento al peregrino, que salga el sol y que te reciban tus amigos en lo que antaño se consideró el fin de la tierra, Finisterre.
Y lleva tu bici un poco más allá, sin miedo, al altar del sol y piensa en tu crónica. Aquí acaba un viaje perfecto, con amigos intachables y un paisaje insuperable. Un camino que queda calcado donde se escriben todas las historias que habitan en lo más profundo de cada uno de nosotros: la piel
Por Fuencis de Vicente y Agustín
No hay comentarios :
Publicar un comentario