Escrito por Verónika
Foto de inicio de LBM1948 / CC BY SA 4.0
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Mayo es un mes de revoluciones en Madrid: la del día 2 en tiempos de la ocupación francesa, la menos conocida de 1848, o incluso las acampadas del 15-M en Sol que algunos habréis vivido en primera persona. Creo que es la llegada el buen tiempo tras el invierno lo que hace que la gente se eche a la calle para conseguir cambiar el mundo a mejor, aunque sin un plan muy claro.
Quizá de todas las revoluciones espontáneas que ha vivido Madrid en mayo, la más bonita sea la que hayamos vivido en 2020. Tras unos durísimos meses de confinamiento con la mayor mortalidad registrada en esta ciudad, y con una criminalización a quien pisara la calle y mucho más a quien osara sacar su bici, llegó un día en el que las cosas empezaron a mejorar.
Bajaron los contagios, se controló la pandemia y por primera vez se permitió salir a pasear o a montar en bici sin tener que pedirle perdón a nadie. De hecho era lo único que se podía hacer: cines, bares, reuniones, gimnasios... todo estaba prohibido o cerrado aún, no había contaminación, el aire era el más limpio que recuerdo jamás. Así que al llegar mayo y el buen tiempo, la gente salió de sus casas tras 50 días de encierro y todos cogieron sus bicis.
De manera un tanto extraña los parques también seguían cerrados y tampoco se podía salir a la montaña, así que la gente se empezó a concentrar en los únicos lugares donde era posible usar la bici: las calles de Madrid. Y así comenzó el mes más extraño, luminoso y emocionante que haya vivido jamás esta ciudad.
Muchos creyeron que era otra de esas revoluciones que suceden en Madrid que tratan de cambiar el mundo por un impulso colectivo inexplicable que hace que todos salgamos a la calle como si hubiera algo premeditado, pero con la conciencia de que "era el momento". Yo lo creí. Recorrí la ciudad todo lo que las horas de ejercicio autorizado me permitieron. Y vi a la gente disfrutar de la ciudad como nunca lo habían hecho, tomando las vías, jugando incluso en las avenidas de varios carriles, siendo turistas en su propia ciudad de una manera que nunca antes habían podido hacer.
Creo que el mero hecho de vernos ahí era un acuerdo tácito: lo increible no era recorrer una ciudad sin coches, sino una ciudad llena de bicis. El espectáculo éramos nosotros mismos, y sabiámos que teníamos que estar allí para que el sueño de una ciudad así fuera realidad, por primera y última vez. Todos sabíamos en el fondo que aquello no iba a durar, que en cualquier momento, el cúmulo de causas excepcionales desaparecería. Que el tráfico subiría, que los bares y gimnasios volverían a abrir y que los parques y los montes atraparían a los ciclistas que aún así siguieran saliendo.
La ciudad realmente se transmutaba al caer la tarde, las grandes vías se convertían en lugares vivos tras meses muertas. La gente salía de sus barrios y se desplazaba por instinto colectivo a donde creía que lo harían los demás: La Gran Vía, la Castellana, Alcalá... No saqué fotos, pero en redes encontré muchas. Pongo aquí las que más se acercan a lo que yo viví, para que dentro de unos años pueda saber que no fue invención mía, que Madrid fue durante un mes una ciudad tomada por las bicis.
En cada revolución, todos saben que en algún momento la euforia termina y la realidad se impone con crudeza, pero aún así, prefieren vivir la utopía y engañarse por algún tiempo. Todos aclamaron al Deseado cuando Bonaparte fue expulsado, y luego Fernando VII partió con su represión el país en las dos Españas que aún hoy reconocemos. La de 1848 provocó dos años de dictadura del general Narváez, y desencadenó dos décadas de revueltas y golpes de estado. Las acampadas del 15-M cristalizaron 4 años más tarde en las instituciones, cuando lo de Manuela Carmena. ¡Ay, Manuela, que iba a cambiar la ciudad y al final perdió la alcaldía porque sus propios votantes decidieron darle la espalda, decepcionados con la falta de resultados!
La revolución ciclista de 2020 ha seguido el mismo camino que las otras. Diluida y desaparecida en la inacción de un Ayuntamiento que dijo, se aplaudió a sí mismo, pero nunca hizo.
Ahora es otoño, los días son cada vez más oscuros y fríos, vuelven las señales de "prohibido bicis", el aire cada vez es más sucio y el mundo que conozco se va hundiendo, hundiendo, entre problemas respiratorios, sistemas públicos en quiebra, colegios a punto de cerrar, niños que quedarán enclaustrados sin sol durante meses y la impotencia de una oportunidad de haber creado un mundo mejor que ahora se nos va, se nos va...
Es otoño y aún puedo ir en bici, no sé por cuántos días. Sé que en breve puede volver a estar prohibido del todo, que van a confinar a mi barrio, que no habrá navidad con el resto de la familia, que mis hijos no podrán ver a mis padres, ya muy mayores, y que Madrid seguirá sin ser una ciudad de bicis.
Es otoño y tengo miedo de ver un mundo desaparecer sin haber podido crear otro mejor en su lugar.
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