Desplazarse en bicicleta no tiene por qué ser peligroso. Sin embargo, esta actividad requiere unas buenas infraestructuras para que los ciudadanos puedan trasladarse sin problemas. Además, está demostrado que, en el momento en que una ciudad aporta las medidas de seguridad necesarias para proteger a sus ciclistas, en seguida estos se empiezan a animar y aparecen muchas más personas que utilizan este medio de transporte no contaminante. Según diversos estudios, los carriles para bicicleta en el arcén resultan hasta cinco veces más peligrosos para el ciclista que los carriles que comparten espacio con el tráfico rodado.

Cuando se piensa en un modelo de ciclismo por la acera, pensamos en Holanda. Sin embargo, a pesar de que existen muchísimos carriles para bicicleta y los ciclistas tienen suficiente experiencia, según el programa de ciclismo del país, el 40% de los hospitalizados debido a accidentes de tráfico eran ciclistas.

Ni siquiera la aplicación de medidas caras y elaboradas lograba disminuir este riesgo: el hecho de que el carril para bicicletas fuera levantado sobre la carretera y pintado de otro color solamente lograba reducir el riesgo de circular por la acera de forma que este duplicaba al riesgo de conducir por la calle, según informa el estudio de la agencia federal alemana de tráfico.
Asimismo, un estudio de 2006 de la universidad de Lund, en Suecia, mostraba que el índice de accidentes no disminuía cuando se elevaba el nivel de los carriles para bicicleta de las aceras en las intersecciones con las carreteras, ni cuando se pintaban de otro color para hacerlos más visibles.
Otros de los riesgos con que cuentan los carriles para bicicleta en las aceras son puertas de automóviles estacionados que se abren de repente, obstáculos inesperados, que se crucen los peatones (niños, perros…)