Ruido, contaminación, sobrepeso, accidentes... Todos estos males derivan de vivir en una ciudad en la que lo habitual es desplazarse en coche. No sucedería si fuéramos todos en transporte público o en bicicleta. Pero si va uno solo la cosa cambia. La contaminación se respira, el ruido sale no sólo de los cláxones, sino de uno mismo cuando alguien está a punto de atropellarte... en la jungla tú eres el pequeño, el débil. El esfuerzo, aun así, merece la pena. Y mucho. Es la Semana Europea de la Movilidad y resulta necesario zambullirse en la experiencia de ir en bici por una urbe como Madrid para poder reflejar los pros y los contras de este medio de transporte. ¿Es posible lograrlo sin ser un habitual de la bici y sin tener unos pulmones libres del tedioso tabaco? Mi truco es que es eléctrica; es decir, una bicicleta cedida por Goinggreen que ayuda en las pedaladas, pero no una motocicleta, ojo, la camiseta se suda. El reportaje hecho para comprobar si es o no posible moverse de forma sostenible tiene lugar en el segundo mes de julio más cálido desde los últimos 70 años. Durante 17 días intentaré ir en bici (es el tiempo de préstamo).
Antes de salir con ella el primer día, es importante hacer la ruta en google maps: 7,9 kilómetros es la distancia que me separa de casa al trabajo. Lo más difícil, lograr meter la bici, más grande y pesada que las convencionales, en un ascensor similar al de «13 Rue del Percebe». Son las 8:40 de la mañana, y no es que sea muy fortachona a esas horas. Tardo una hora en llegar al periódico (en transporte público, 45 minutos). Un tiempo que se irá reduciendo con la práctica y al quitarme el temor al tráfico. Lo cierto es que he ido por la acera, a riesgo de que algún policía decidiera multarme. He gastado sólo una raya de batería, que se ha ido entre la cuesta que hay por la calle Menéndez Pelayo (cerca del Parque del Retiro) y un tramo de Alcalá (tras pasar la plaza de toros). Ha habido suerte, las tiendas estaban cerradas y no había muchos peatones. La vuelta resulta más fácil. Recibo una llamada de mi madre. ¡No vayas a atropellar a nadie! (pero si la que peligra soy yo...).
Esquivar vehículos
Una vez en la redacción, toca, de nuevo, recargar. Más me vale, mañana hay que cubrir un acto de WWF. Y el recorrido aumenta. Llamo y pregunto si puedo subir la bici a la sede. Con lo que cuesta y encima que me la prestan, como para perderla. No hay problema, resulta que no va a ser la única bici. De nuevo, hay que ver cuál es el mejor trayecto en google maps. De mi casa a la sede de WWF son sólo 3,3 km. Y de allí al periódico 8,7. Pero la ruta discurre por tantas callejuelas que sería necesario ver un mapa a cada paso de este laberinto. Así que decido hacer un camino de vuelta de mañana más largo (12 km desde WWF), pero más recto, a pesar de que se esperan temperaturas extremas en la capital.
Al día siguiente, durante la vuelta me cierra un autobús en Puerta de Toledo y decido hacer la media rotonda que falta por la acera para evitar más sobresaltos, cuando una señora, con un tono poco amigable, dice: «Eh, la gente aún no sabe que la acera es para los peatones». No señora, sí lo sé, pero un autobús casi me aplasta y me he asustado. Lo cierto es que sólo lo pienso, no le digo nada. La mujer tenía razón. Pero ya llegando al trabajo, justo en el único tramo del recorrido en el que la calle Arturo Soria tiene carril bici y por el que se tarda un segundo en atravesarlo (el carril bici no va también por la calle principal dotada de una amplia acera, sino por una pequeña), otra señora que va caminando por el carril bici también protesta.
¿Pero si voy por el carril bici y llevo bici?
Así que cuando llego al trabajo llevo 15,3 agotadores kilómetros y hoy daban alerta de ola de calor en Madrid. A esas horas los termómetros marcaban 32 ºC. El resultado es que llego igual de exhausta y roja que si hubiera subido un puerto, y eso que a mitad de camino he tenido que parar en el Parque del Retiro para refrescarme. Me cambio de ropa, hoy vine preparada. Y menos mal. No sé si la bienvenida de mis compañeros hubiera sido tan cariñosa si les aromatizo la jornada con el sudor de ese día. Tras el trabajo, hay que coger la bici. Antes de ir a casa caen unas cañas en una terraza.
Al día siguiente voy siempre por la calzada y así el resto de la semana. La subida por Alcalá, tras pasar por Ventas, es una barbaridad, aunque sea en bici eléctrica. Hay unos socavones de un metro de diámetro que impiden ir pegado a la derecha y, tras varios días en bici, me duelen hasta los dedos del manillar y tengo varios moratones de meterla en el ascensor. Quien diga que con una bici eléctrica no se hace deporte es que no lo ha probado. Ayuda, pero no tanto.
Al día siguiente, tras dormir y olvidarme un día de las agujetas, retomo la bici. No hacía mucho calor, así que tampoco sudé tanto. Recargo la batería. Cada vez llego antes. Logro hacer el trayecto habitual en 35 minutos. Atrás queda aquella hora de los primeros días. Ahora, tardo 10 minutos menos sobre dos ruedas que en transporte público. Llego antes y es como si fuera al gimnasio. Pero no pago por ir y llego igual de desestresada. El resto de días sirven para pillar mejor el punto a la bici. Incluso llego a «retar» a hacer una carrera a un ciclista que me había adelantado en un semáforo subiendo por Alcalá. Pongo la batería al máximo de potencia y le dejo clavado en su sitio. Es eléctrica, pero no lo parece.
Lo de moverme por Madrid en bici eléctrica me convence. Lo malo, los conductores de autobús y los taxistas que no respetan al ciclista. Pensaba que los peores iban a ser los ciudadanos o los camioneros y no ha sido así. Lo ilógico, que en el trayecto habitual de 7,9 km sólo he pasado por un carril bici durante unos segundos, menos de tres metros. Lo mejor, la libertad de moverse sin esperar a que llegue el autobús, sin temer que haya huelga de metro y por cierto, habiendo contaminado menos. En concreto, al haber recargado cinco veces la bici de Goinggreen, dotada de 250 Wh de potencia, he consumido 5 kWh; es decir que he emitido un kg de CO2. Por lo que al haberla usado 13 días de 17, he evitado la emisión de 3,18 kg de CO2 por hacer la ruta en bici en vez de en metro y en autobús, y 12 kg menos que si la hubiera realizado en coche.
Escrito por Belén Tobalina, para larazon.es